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Había pasado mas de un año desde que senté plaza en “El Ventorro de los Buenos Aires” y ese nombre aparentemente despectivo de “Ventorro”, será siempre para mí, un sinónimo de cariño, de afecto, de amistad y de amor por parte de todas las familias que lo habitaban, tan felices ellas y que aún no se habían contaminado del ambiente externo, de la modernidad. A pocos kilómetros del caserón, el egoísmo, el materialismo, “el primero yo”, el individualismo, etc. etc., lo estaba invadiendo todo. Os causará sorpresa escuchar lo siguiente por parte del joven que escribe estas narraciones, pero es, que inclusive me gustaba cuando me reñía el Cabo, pocas veces tuvo que hacerlo, pero cuando lo hizo, me demostró un cariño propio de un padre, al que le duele levantar la voz para reprender a su hijo.
Sobre las 2 de la madrugada sonaron unos golpes en la puerta del cuartel, estos se repitieron otras dos veces y un golpe seco hizo que la puerta principal se abriera de par en par. Los habitantes del cuartel que se encontraban durmiendo, se habían espabilado con los golpes. Solamente se encontraba descansando en el acuartelamiento, el guardia que sobre las seis horas iría a relevar a la pareja del servicio nocturno, este se levantó y bajando la escalera observó en medio de la oscuridad las figuras de tres hombres. En ese momento la señora Encarna que vivía en la planta baja salió al pasillo y dio la luz, siempre me quedó la duda de saber que delantal se había puesto para esa especial circunstancia. A la luz de la lámpara, las tres figuras se convirtieron en el Tte. Coronel Primer Jefe de la Comandancia, su ayudante y el conductor del coche oficial.
El guardia que bajaba en pijama al verlos se cuadro y no le salieron las palabras. Las demás ocupantes del cuartel todas ellas femeninas, asomaban sus cabezas en el pasillo del corredor y posteriormente, se comentó, que el suegro del Cabo ni se movió de la cama.
-¿Dónde está el Guardia de Puertas?- Preguntó el Jefe.
El guardia del pijama a rayas, castañeteándole las muelas y murmurando unas palabras apenas inaudibles le dijo.
-Aquí no hay servicio de Puertas, ahora mismo está la pareja en la Posta y el Cabo se encuentra de vigilancia e impulsión de los servicios y naturalmente yo que tengo que relevarlos a las seis de la mañana, no hay ningún Guardia más-.
-¿Que en este cuartel no hay servicio de Puertas?- Replicó el Jefe .
-¿Que en este cuartel no hay servicio de Puertas?- Volvió a repetir el Jefe.
-¡Esto es inaudito!-.
-Teniente como no me han dicho nada, esto es algo anómalo en el Instituto, si se enteran en la Dirección General, me fusilan. En este cuartel puede entrar cualquiera, han visto una simple patada a la puerta se abre y se ocupa una instalación militar-.
En ese año todavía no había hecho su entrada en escena el grupo terrorista ETA, menos mal, era un período de tiempo en el que la tranquilad y la paz reinaba en todo el territorio nacional.
El Sr. Tte. Coronel dirigiéndose al guardia del pijama de rayas, le dijo.
-Están ustedes indefensos, sin Guardia de Puertas y con una puerta que con una pequeña patada la he abierto-.
El del pijama una vez repuesto del susto y de ver como el Jefe se daba cuenta del error cometido al forzar la puerta y no estar enterado de la falta de ese servicio tan peculiar en el Instituto en aquel Puesto, se permitió contestarle al Sr. Tte. Coronel Primer Jefe de la Comandancia en presencia de la Sra. Encarna, del Teniente, el conductor y del resto de vecinas que escondidas entre la penumbra de las escaleras seguían la escena.
-Mi Teniente Coronel, no solamente tenemos una puerta muy débil, además no tenemos teléfono, no hay agua corriente en los pabellones, ni siquiera un grifo de agua corriente en la explanada del Cuartel, tenemos un aljibe y a las letrinas en el exterior se las ha puesto un tejado de uralita hace un mes-.
El Jefe dirigiéndose al ayudante le dijo.
- Teniente tome el nombre de este Guardia y dígale a su Cabo que tendrá noticias mías muy pronto y dirigiéndose a la Sr. Encarna la dijo: Siento haberla despertado señora, mis respetos-.
- Vámonos, mañana va a ser un día de mucho trabajo en la oficina, quiero en mi despacho a las 9 al Brigada de la Plana Mayor con todos los documentos relacionados con este Puesto.
Pasado este episodio, las aguas volvieron a su cauce, hasta vete tú a saber cuándo volviera a aparecer dicho personaje por este fortín militar.
Al cascarrabias del guardia primero le gustaba salir conmigo de servicio a la “posta”. Me solía decir: -Ya era hora de tener un compañero, que siguiera mis conversaciones, sin tener que explicarle a cada momento el significado de cada palabra. O esta otra. Estos mendrugos no podrán llegar nunca a ninguna parte, no saben nada de nada y lo peor es, que no ponen atención a lo que les digo-, y solía terminar con la siguiente frase: -Si yo fuera el Cabo, en vez de hacerles escribir los partes y atestados, (eran ejercicios prácticos, que servían de ejemplo sobre hechos reales, que se podían dar en la demarcación), a lo que les obligaría sería, a leer todos los días el periódico, entre todos podíamos suscribirnos a la Gaceta de la Provincia y estar enterados de lo que ocurre en el mundo y no como hasta ahora, que dependemos de la prensa atrasada que me regala el miserias de Gustavo-.
Estas eran las frases hechas, que me repetía una y otra vez, cuando me hablaba de algún tema de actualidad o cuando estábamos reunidos, en las academias diarias o fuera de ellas y si hacía algún comentario sobre una noticia especial, él terminaba dirigiéndose hacía a mí a sabiendas que yo iba afirmar su pregunta, que también era la misma.
-¿Verdad, que esto es así Paco?-, naturalmente para no llevarle la contraria, yo asentía, se tratara de lo que se tratara, realmente con sus conocimientos, yo no se que pintaba allí o... ¿Cómo no se había presentado para Cabo?, los caminos del Señor, son inescrutables. de todas las formas, los partes y atestados, los llevaba atravesados y decía: –Esto es “copia copiatis”, así no sacamos nada en limpio-. Efectivamente tenía razón, los partes se hacían cada diez días y los atestados uno al mes, siempre eran los mismos y se copiaban de los meses anteriores.
Un montón de servicio llevaba ya sobre mis espaldas en aquella atalaya privilegiada, donde los servicios discurrían con una tranquilidad pasmosa, allí todo era paz, reposo, sosiego y calma, pero había algo más que corroboraba la envidia de los Puestos limítrofes y eso era, un destacamento militar en lo alto de la “Cota”, nombre empleado por los militares para designar aquel lugar, que estaba destinado a la vigilancia de unos polvorines y de unas viejas y destartaladas baterías de costa. Todas estas instalaciones se encontraban situadas dentro del perímetro de nuestra demarcación, así que no estábamos solos, teníamos una buena compañía.
A los artilleros que prestaban sus servicios en aquel lugar tan alejado y aislado, les proporcionaban una buena y abundante comida, esta era compartida con el vigilante de día del servicio del resguardo y eso significaba un ahorro muy significativo en viandas, lo que repercutía muy favorablemente en nuestros bolsillos, sin contar con el trabajo y el tiempo empleado en condimentar las comidas. Había algo más, algo congénito con cualquier tropa acantonada en tiempos de paz, esas horas que a lo largo del día se desplazaban lentamente debían cubrirse con interminables partidas de cartas con los mandos del destacamento militar.
Esa no era mi forma de entender el servicio, al que me había querido comprometer cuando ingresé en el Cuerpo, pero comenzaba a familiarizarme con la rutina. Los vicios se pegan fácilmente cuando no se tienen objetivos claros a desempeñar y ese era precisamente nuestro caso. En algo había que gastar el tiempo, que era lo único que nos sobraba a raudales, pero había un peligro que empapaba el ambiente, giraba a mi alrededor e inundaba con sus cuencos cualquier superficie de reposo en aquella estancia de holganza, además de la relajación de los mandos de la unidad... ¡y esta era el alcohol!. Si, el alcohol, cada frase de una conversación debía de ser lubrificada por el líquido aliviador de apocados con necesidad de escucharse así mismo. Mi escasez de recursos, las pocas ganas de ingresar en aquel amplísimo club, pero sobretodo aliado con la coartada perfecta de encontrarme de servicio, evitaron que no entrara en el juego de aquellas rondas peligrosas, que los militares allí destacados, se permitían gracias a las dietas, que recibían al encontrarse estacionados en el alto de las nubes. Todas estas circunstancias hicieron, que no consiguiera dar el paso, para incrementar esta lista interminable de adictos al alcohol.
El continuar con el que hacer de lo que hasta entonces se venía haciendo era sagrado. El modificar algo de lo que se vivía diariamente allí, no era justo. Las costumbres deben de ser respetadas, así que a seguir los consejos de mi Cabo que eran muy sensatos y ya dejaría para otro momento mis ganas de trabajar. Aprendí a jugar a las cartas, al tute y al mus y claro está, como estábamos en la milicia, siempre dependía de las partidas de cartas que se jugara a uno u otro juego, del capricho o mayor conocimiento especulativo del jugador, que mas galones o estrellas tuviera y a eso mi Cabo le llamaba deferencia.
Horas y horas de vigilancia era lo que en la papeleta de servicio ordenaba el Comandante del Puesto, en ella figuraba primero; el nombre de los guardias que prestaban el servicio, a continuación, el itinerario a seguir, seguido de la misión a realizar y por último finalizaba la orden con la siguiente coletilla. “Relevarán al vigilante de día a la puesta del sol y permanecerán en la Posta, hasta ser relevados por el vigilante de día a la salida del mismo sol”. El servicio que me había nombrado el Cabo para ese día, era el que más nos agradaba a todos, saldría esa noche de auxiliar del Comandante del Puesto en vigilancia e impulsión de los servicios. El Cabo ese día había marchado nada más comer a la Compañía para recibir órdenes y apenas llegado al Cuartel, firmó las papeletas de servicio, me comunicó que estuviera preparado antes de lo habitual y a continuación se recluyó en su domicilio sin decirnos ni una sola palabra. Algo raro le notamos, pero nadie se atrevió a preguntarle nada. ¿Qué le habrían dicho en la Compañía?
A las veintiuna treinta horas partimos del cuartel, cabalgando en nuestras pomposas motos, el Cabo con su Ossa y yo con mi Montesa Comando, pero al contrario que otras veces que nada más salir nos dirigíamos al pueblo a pasar un poco el rato en el bar de Gustavo, esa noche enfiló el camino de la Posta. ¡Qué bien!, como habíamos salido antes de lo habitual, posiblemente regresaríamos también antes a casa, calculé como mucho que sobre las tres de la madrugada estaría en mi camita, soñando con quien yo sabía, pero había algo más que nos agradaba a todos cuando salíamos con el Cabo y era que el dichoso “chopo” lo dejábamos en el cuartel. Menudo engorro era llevar el máuser a nuestras espaldas. El guardia primero que tenía adjudicado un Z-62 nos solía decir que portábamos el arma larga con poca prestancia.
En un recodo del camino cerca ya de la base de los americanos, paso obligado que teníamos que hacer para ir a la Posta, el Cabo detuvo su motocicleta y descendió de ella, yo hice lo mismo. Le noté algo intranquilo y poco hablador para lo que era él habitualmente, colocó la bolsa de plástico que llevaba en el trasportín de la moto, que estaba a punto de caerse debido a los baches del camino, los cuales no respetaban ni a mi Cabo y después de colocar la bolsa, prendió un cigarro y aspiró el humo hasta el fondo de sus pulmones. Qué pena, con lo que lo apreciaba y a ese paso sus pechos quedarían dañados por esas impurezas y alquitranes. Acto seguido comenzó a expulsar el humo lentamente y cuando terminó de echarlo todo fuera, aproveché para dirigirme a él y preguntarle algo que desde el primer momento de mi llegada al Puesto me intrigaba, claro está, siempre que el jefe de pareja me dejaba ver la papeleta de servicio. Pensé que ya había pasado un tiempo prudencial y había llegado el momento de descifrar la incógnita pendiente. Consideré entre otras cosas la confianza de salir con él de vigilancia y que no incurriría en ninguna incorrección al pedirle que me desvelara a mi esa curiosidad y sin más le pregunté:
-Cabo, ¿porqué pone en las papeletas de servició al finalizar “el mismo sol”, obviamente que yo conozca solamente hay un sol-.
La respuesta tuvo dos partes bien significativas, la primera me vino directamente al cogote a forma de pescozón cariñoso, a la vez que me decía: -Noooooo teeeee paseeees con miiiiigo, pijo-.
A estas alturas de la narración de estas aventuras, ya os habréis imaginado en que región española nos encontramos a tenor de la dichosa palabrita, pero sigamos con la segunda respuesta, que os la voy a traducir, ya que de lo contrario estaríamos un buen rato desmenuzándola. Esta segunda parte fue más técnica, pero sobre todo más profesional, me dijo así: -Cuando tengas que confeccionar un documento, bien sea un oficio, una nota informativa, un telefonema o una nota dirigidos a tus superiores o cualquier otro documento de régimen interior y la papeleta de servicio es el documento más sagrado que tenemos nosotros.
Art. Treinta y siete: Todo servicio será nombrado bajo papeleta que entregará el que lo nombre al encargado de realizarlo, quien lo devolverá a su término con las novedades ocurridas en el transcurso del mismo.
-¡Entonces!, fíjate bien lo que te voy a decir, “nunca se te ocurra poner nada de tu cosecha, mira en un escrito anterior que haya en los archivos sobre el mismo tema; lo copias, naturalmente tendrás que modificar las fechas, los lugares y los nombres, nada más y si ves un puntito negro, que a ti te parezca o creas que se trata de una cagada de mosca en un escrito que te haya mandado un Oficial, no se te ocurra borrarla, puede que haya una clave que tu no llegues a descifrar” y apostilló. Aquí en la Guardia Civil, ya está todo descubierto, no pienses, no pongas peros a los superiores sobre todo si estos son Oficiales, aplícate la virtud de la deferencia, algunos lo llaman peloteo, pero como verás a lo largo de tu vida militar, que acabas de empezar, si sigues estos consejos marcharás sin problemas y con tus estudios y tu educación, llevarás una gran ventaja sobre el montón de cazurros que estamos en ella, la mayoría por una necesidad económica. Además, aunque la paga es corta, como el servicio es largo, no tendrás tiempo para vicios y esta te llegara a final de mes, salvo que nos caiga un rayo y nos parta a todos…..(cuidado con los rayos)-.
Había prestado gran atención a todo lo que me había dicho atropelladamente mi Cabo. Sabias palabras, que, de haberlas seguido al pie de la letra, me habrían allanado el camino. Absorto en estas reflexiones, había impedido el paso a la Chicharrilla, que apenas concluida el discurso me dijo:
-No son tan sabias las palabras de tu Cabo, eso de que no pienses… y además con los rayos no se juega…. -
Si, creo que se estaba volviendo un poco celosa, yo admiraba al Cabo, todo lo que él hacía o decía, para mí estaba bien hecho, incluso esa última calada del cigarro, agarrándolo por no sé dónde sin que se quemara los dedos, eso era propio de un ser especial, cuando lo arrojaba al suelo ya ni siquiera era colilla de la mínima expresión a la que había quedado reducida, así que después de haber aspirado la última bocanada de humo la arrojó al suelo y pisándola con la puntera de la bota se dirigió a mí diciéndome sin tartamudear.
-¡Entendido, “pijo”!-.
Después de estos consejos, el Cabo se montó en la moto y unos pocos metros más adelante, un marine norteamericano de esos que en las películas dicen “Señor, si Señor”, se encontraba fuera de la garita justo al lado de la barrera de entrada a la Base americana y al vernos, levantó la barrera para dejarnos pasar al recinto y saludó a mi Cabo, a mí ni me miró. El Cabo nada más pasar la barrera continuó unos metros, hasta la puerta principal de un edificio contiguo al del control. Por la puerta apareció un Oficial americano, a la luz de los focos instalados en la fachada me pareció ver un árbol de navidad en movimiento, su pecho estaba cubierto de un montón de barras llenas de cuadraditos de colores, un archipiélago de emblemitas, escuditos y águilas le carcomían el uniforme, me pareció que se había puesto de gala para recibir a mi Cabo, nunca había visto en mi vida un militar tan condecorado, el Capitán de mi compañía sólo llevaba en el pecho la Cruz de San Hermenegildo y se la habían concedido por llevar más de veinte años de oficial. Llegué a pensar que por estar tan lejos de Washington y para darnos envidia, se había colocado varios pines de su cosecha, pero no. La chicharrilla muy inteligente intervino.
-¿A que, a ti, te gustaría lucir en tu uniforme, aunque solamente fuera un simple emblema?-.
-¡Claro!-.
-Verás, esto es algo innato con el espíritu militar y en los países democráticos….- No la dejé terminar y pregunté: -¿Qué son países democráticos?-.
-No me interrumpas, te decía que, en los países democráticos, los políticos miman a sus ejércitos y como a los militares les gustan mucho estas “pijaditas”, nada cuesta darles unas medallas y que disfruten. Con orgullo se pavonearán ante el resto de la sociedad, mostrando sus trofeos para envidia del resto de los ciudadanos-.
-¡Pero…!-.
-Sí, ya sé, que eso de democracia no lo entiendes muy bien, te voy a explicar: ¿Te acuerdas de los sindicatos verticales cuando estabas en la fábrica? Nunca prestaste atención a las cuestiones sindicales ni políticas, un crio como tú con una buena paga, que te importaba la solidaridad o la defensa de la clase obrera u otras tantas zarandajas más. Pero pensándolo bien, creo que no es este el momento de explicarte algo, que no llegarías a comprender muy bien al estar dentro de esa piel verde, que te envuelve exteriormente, me hartarías a preguntas y tienes que darte cuenta, que, en estos momentos, aunque tú no te lo creas, te encuentras dentro del territorio de los Estados Unidos de Norteamérica y este, es el país más demócrata de la tierra, llegarías con tus preguntas a plantear un conflicto diplomático-.
- ¡Qué dices chicharrilla!-.
-Fíjate en tu amado Cabo como emplea la virtud de la deferencia con el yanqui-.
El Cabo se bajó de la moto y se dirigió al oficial americano, tres pasos delante de él, se cuadro y permaneció en el primer tiempo del saludo. El estadounidense correspondió al saludo con igual energía y ambos permanecieron en esa postura rígida de la primera parte del saludo militar hasta que se les acabó el aire almacenado en los pulmones para esta exhibición. El americano tendió la mano a mi Cabo y comenzó un hermoso diálogo para besugos entre un yanqui de Oklahoma y mi amado Cabo tartaja. Aunque de diálogo nada, más bien un mono diálogo, el Cabo no le dejaba meter baza al americano, éste chapurreaba el español a duras penas. Yo me encontraba al lado de mi moto a cierta distancia de ellos un poco alejado de la claridad de la luz, desde aquel punto, intentaba disimular lo más posible la risa, que fluía a mis labios y a estos los apretaba con fuerza para impedir, que la carcajada arruinara una noche, que prometía ser muy feliz y en la que hasta el momento había aprendido tanto.
Mi Cabo, seguía hablando por los codos y viendo su contrincante perdido este primer asalto en presencia de dos subordinados, lo dio por concluido dirigiéndose a paso cansino hacia el edificio, momento aprovechado por mi Cabo para ir a la moto y recoger el paquete que llevaba en el trasportín. Me miró de refilón, me guiñó un ojo y a la vez en voz baja me dijo: -Leeeeee teeeengo en eeeeeeel booooooote-.
De dos zancadas volvió con el americano y ambos se adentraron en el edificio.
Me quedé fuera contemplando al otro americano, que seguía inmóvil junto a la barrera, no dejaba de mirarme a la cabeza y su objetivo era el tricornio, no había la menor duda. Esta prenda la llevaba sobre mi cabeza sujeta por el barboquejo (cinta de cuero negro que sujeta al sombrero por debajo de la barbilla), ya que de no hacerlo así y a pesar de la escasa velocidad de la moto al circular por el camino, el sombrero se me habría volado. Las intenciones de aquel sucesor del séptimo de caballería del General Custer estaban más que claras, me había tomado por un indio apache y estaba a la espera de que en cualquier momento una ráfaga de aire, me volase el tricornio hasta algún lugar de la base, que sólo conociera él, así de esa forma tan sencilla cogería dicha prenda de cabeza y muy divertidamente la mostraría en Denver o en cualquier otro punto del oeste americano como un trofeo “Made in Spain”. Sin embargo, mi pensamiento era el contrario. -Si Dios lo quiere este mascachicles, tendrá que pasar por encima de mi cadáver, para obtener este botín-. Cuando terminé la frase, la chicharrilla se estaba mondando de risa y la pregunté. - ¿Qué es lo que te hace tanta gracia?
No se molestó ni siquiera en contestarme.
En serio, a mi no me hacía ninguna gracia ver a aquellos soldados extranjeros en nuestro suelo patrio, además cuando atravesábamos los escasos mil metros de la carretera que discurría por la base, tomaban nota de nuestra presencia, además con recochineo. Solían estar siempre dentro de una espaciosa garita con un amplio ventanal de cristal, desde la que seguían todos nuestros movimientos a la entrada de la base. El guardia primero nos dijo que era un cristal antibalas, además desde dentro de la garita apretaban un botón, se levantaba la barrera y nos permitían entrar en el recinto. Cuando le tocaba estar en ese puesto de servicio a un negro de cara redonda y ojos saltones, al que llamábamos “el negro zumbón”, invariablemente nos hacía parar y esperar al pie de la barrera, cogía el teléfono y por los gestos de la boca parecía decir: -Yes, yes-, o algo parecido, sin embargo a mí ese tío no me la daba, ni llamaba, ni le llamaban, lo que hacía era hacernos esperar adrede allí fuera. Pienso, que se vengaban de nosotros al ver los tricornios, los debía de considerar hermanos menores de los capirotes de Semana Santa y a estos claro está, los asociaba a las prendas de cabeza que usaban los temidos KU, KLUS, KLAN, secta que aún en los años sesenta, seguían imponiendo el terror y su ley en algunos estados sureños de la Unión.
En varias ocasiones tuve la intención de pararme y dialogar, aunque solo hubiera sido con signos, con aquellos marines que estaban haciendo guardia a la entrada de la base, pero al ser el último mono del cuartel, siempre iba de auxiliar de pareja y tenía que seguir al jefe de pareja a la distancia reglamentaria, sin hacer nada por mi cuenta. Que yo recuerde ninguno de mis compañeros se detuvieron nunca en todo el trayecto por la base, pero les observé la forma de pasar por aquel paso obligado.
Cuando iba con el Cabo, enseguida levantaban la barrera para dejarle el paso libre, él les correspondía levantando el brazo derecho del manillar de la moto y ellos le contestaban al saludo, levantando la mano hasta la altura de la visera.
El seminarista, perdón al guardia primero, ni siquiera miraba a la garita donde se encontraban los americanos, casi siempre eran los mismos o eran muy pocos en la base o estaban arrestados siempre los mismos. El guardia primero solía erguirse cuando pasaba junto a ellos, pero cuando estaba el ”negro zumbón” y le hacía esperar algo más de la cuenta, al llegar a la “posta”, me decía: -Cualquier día en vez del tricornio, me voy a poner un capuchón de la Cofradía de la Preciosa Sangre o de la del Santo Entierro y se va a cagar de miedo ese “negro zumbón”-.
El guardia “ozu”, se les quedaba mirando moviendo la cabeza y a su cara bonachona se le iluminaba una sonrisa, pero no soltaba la mano del manillar, creo que, de haberlo hecho, se habría estampanado contra el suelo, era un verdadero “atagatos”, ellos le solían corresponder al saludo con un signo de simpatía.
El Guardia Vicente, unas veces levantaba la mano y otras veces pasaba olímpicamente de los americanos.
Vamos a continuar, yo permanecía al lado de mi moto, esperando que mi Cabo saliera de hablar con el oficial americano. El marine de guardia, seguía en su puesto al lado de la garita, impávido a pie firme, no parecía que tenía ganas de entrar en la cabina. La temperatura era la propia de aquel lugar, buena, pero ellos no solían estar fuera sino dentro de la misma, ahora era yo el que se le quedo mirando fijamente y la chicharrilla se dirigió a mí.
-Paco, hoy tienes la oportunidad de hablar con un marine norteamericano, el Cabo está dentro hablando con su jefe, anímate y dile algo-.
Lo estaba deseando, así que apenas me lo insinuó, di unos pasos y llegué a su altura. Era fornido y un poco más alto que yo, seguía estirado como si lo hubieran almidonado, sabía que yo, desde el primer momento de bajarme de la moto también le estaba observando y quería demostrarme algo, él sabría qué. Cuando llegué a su altura, no se me ocurrió otra cosa que decirle.
-My name is Francisco. What is your name?-
Apenar terminé de decir esa frasecita, descansé del enorme esfuerzo que había hecho para pronunciarla. Él miró de reojo la puerta por donde habían desaparecido nuestros jefes y mirándome a la cara, me dijo en un español muy imperfecto impregnado de un leve acento mejicano.
-Tenemos prohibido hablar con vosotros salvo para cosas oficiales, si me ven hablando contigo, me mandan a Vietnam-.
-Perdona, sólo una curiosidad. ¿Porqué me miras tanto el sombrero?-.
-Me guastaría llevarme uno de esos a Texas, te lo pagaría bien-.
-Imposible, es algo que no puedo hacer-.
Puso cara de admiración, me miró despectivamente y masculló unas palabras en inglés. La entrevista no podía terminar así, sus últimas palabras me habían dejado intrigado y aunque le mandaran al Vietnam, lugar que no tenía la más remota idea de dónde podía encontrarse, me tendría que traducir las últimas palabras que pronunció de forma un poco imperiosas. Él no tuvo ningún inconveniente en traducírmelas, aunque antes la chicharrilla hizo un inciso para decirme.
-¿Así que no te acuerdas dónde está Vietnam? Y de ¿D. José María?, tu profesor de historia, ¿recuerdas cuando os explicaba la derrota de los franceses en la plaza de Dien Vien Fu en la península de Camboya?-.
-¡Sí!-.
-Ahora te acuerdas, pues ya ves que legado les han dejado los franceses a los norteamericanos.
-¡Ya!-.
Mientras, el marine, me traducía la pregunta que le había formulado sobre sus últimas palabras pronunciadas en inglés.
-He dicho, que como tú sigas pensando así, nunca llegarás a ser como tu jefe-.
Quedé anonadado, habría sido más feliz pensando en otra solución, ¿qué me habría querido decir? Yo deseaba ser como mi Cabo y según el marine nunca llegaría a ser como él. Unos segundos para dirigirme a la Chicharrilla.
-Lo he analizado un poco y adelantándome a tu pronóstico, te diré, que este yanqui en inglés o en español, me ha llamado bobo. De todas formas, no seguiré hablando con él, para evitar que le manden a ese lugar tan remoto y contestó la chicharrilla-.
-¡No digo nada!-.
-Good bay, marine-.
-Adiós-.
Como no sabemos el tiempo que va a durar la entrevista entre mi Cabo y el Oficial americano, voy a aprovechar el tiempo para describir someramente, como era todo aquello que tenía a mi alrededor.
La carretera una vez pasado el puesto de control y la edificación contigua al mismo, nos trasladaba a un escenario propio de las películas de Hollywood. Era verdaderamente increíble, la carretera constaba de dos carriles para cada sentido de la circulación, separadas ambas por una franja de terreno en la que estaban plantados unos arbustos, pensé, con estas carreteras no habrá accidentes y sobrarán los policías de tráfico. Qué listos eran los americanos, además los haces de luz de nuestras motocicletas de escasa potencia se reflejaban en las señales de tráfico que eran las mismas que las de nuestras carreteras y estas se iluminaban a nuestro paso.
La maravillosa carretera atravesaba de parte a parte la base, pero nosotros la dejábamos apenas discurrido medio kilómetro desde la entrada. Una alambrada protegía dicha vía, pero en el punto que nosotros la abandonábamos, los colegas que nos habían precedido, habían hecho una abertura en la misma, que permitía atravesarla por un sendero. Nosotros cogíamos ese atajo y este nos conducía hasta una carretera empinada que nos llevaba hasta “la posta”. Justo al llegar a este punto había un cruce en cuya cuneta estaba colocada un poste muy alto. El tronco a modo de cucaña, estaba hecho de uno de los innumerables pinos que poblaban aquella zona. Cuando pasábamos por aquel lugar, apenas si se podía distinguir y leer alguno de los nombres que figuraban en los indicadores clavados en dicho madero.
Un día iba de auxiliar con el guardia “ozu”, éste era un bendito y aprovechando su bondad, pero sin que él se enterara para no comprometerle, decidí detenerme delante de aquel poste que me fascinaba. Detuve la moto al borde de la calzada y vi alejarse a mi compañero, me alegré que no se diera cuenta de mi parada en aquel lugar prohibido y me quedé solo.
Bajé de la moto y me acerqué hasta el poste. Lentamente levanté la vista y comencé a leer los nombres escritos en tablas de madera en uno de cuyos extremos le habían sacado punta en forma de flecha. Todas sin excepción, apuntaban hacia el oeste, las letras escritas con pintura negra a pincel de manera tosca, se podía leer, a Lewinnston, a Lubbock, a Columbus a Pittsburgh, etc. etc., el poste estaba casi repleto de estos indicadores, las últimas tablas apenas si se podían leer, no sólo por la altura, sino porque el sol había dejado de mandar sus rayos luminosos por ese día a aquel lugar. Ninguno de aquellos nombres que figuraban me era conocido, pensé que aquellos soldados americanos, tampoco salían de las ciudades prósperas y ricas, sino de lugares más bien deprimidos y sin trabajo, posiblemente también allí, en ese país tan boyante, había lugares marginados en los que se recluta a los hombres para la guerra.
Con el sol ya desaparecido entre las montañas, dejando caer las sombras de la noche y sin querer queriendo un halo de misterio se apoderó de mí mente y la imaginación se echó a volar…, “me transporté hasta una de las bases americanas del Pacífico, a cualquiera de ellas, las había visto tantas veces en los filmes bélicos de los años cincuenta basados en la segunda guerra mundial, en los cines de mi localidad, que ahora todo aquello me parecía muy familiar. Lo único que tenía que hacer ahora, era cambiar los pinos por las palmeras de aquellas latitudes, ya estaba el escenario y el resto de ingredientes los pondría yo a mi antojo. Después de lo sucedido en esta transposición yo no puse nada, me lo impusieron a mí todo lo que a continuación sucedió.
En ese momento en el que mi imaginación volaba y esta vez sin querer, escuché una voz detrás de mí, giré sobre mis talones y aunque un momento antes cuando detuve la motocicleta no había visto a nadie por los alrededores, ahora no estaba solo, además y sin lugar a dudas la voz se dirigía a mí.
Mi imaginación seguía volando. Me vi delante de mi Cabo entre dos marines y sin poder darle una razón comprensible para él sobre mi parada en aquel lugar prohibido, más de haber sabido lo que me esperaba, habría preferido su regañina y esta habría sido una bendición del cielo en comparación del episodio que se me venía encima.
Como ya he dicho el sol nos había abandonado, estábamos entre dos luces, hice un esfuerzo y le vi. Mi interlocutor se encontraba a unos dos metros escasos, era un fornido marinero, la cabeza cuadrada, sin apenas cuello y cubría parte de su cabeza pelada al cepillo con un gorrito de marinero, no había la menor duda, yo era su oponente y con voz fuerte y seca me dijo.
-¡Hola, pequeño canalla!-.
Quedé estupefacto y le dije:
-¿Por qué me llama Ud. así?, yo no creo merecer ese calificativo-.
-Claro que no. ¡Debería haberte llamado ¡Gran canalla!, pero me conformo con el primer saludo. Estás hecho un sinvergüenza de tomo y lomo. ¿Lo mismo te piensas, que por tener unos galones me tengo que aguatar con todo?-.
No daba crédito a lo que estaba sucediendo y le contesté.
-Pero, ¿es que no se dé que va la cosa?, además debería tener más respeto por el uniforme que visto-. No me dejó terminar la frase.
-Por lo visto, además quieres que te salude como un buen subordinado señor Homer. Ahora, aquí, a solas, ¡una mierda!, no me da la gana hacerlo. Al parecer ya no te acuerdas del viaje que hicimos a Springfils. Lo has olvidado, ¿verdad-.
No salía de mi asombro y le contesté.
-¡Por favor!, se está Ud. equivocando conmigo, no tengo ni idea de dónde se encuentra esa ciudad, pero nada, él seguía en sus trece-.
-Cómo los tienes engañados a todos, tienes mil caras más eso no será impedimento para que te las parta una a una todas. Sabes que yo no me ando con bromas, te diste cuenta lo poco que me costó acabar con aquel “hijo de perra” en Springfield y fuiste tú quien me mandó eliminarle-.
No tenía ni idea a lo que se refería mi interlocutor, en nada coincidía conmigo, ni me llamaba así, ni había estado en Springfils, en mi vida había visto al personaje que tenía ante mis narices y menos había dado la orden de eliminar a nadie, además a medida que la conversación avanzaba, le note un incremento de anima adversión hacía mi figura, las pupilas de sus ojos estaban como candelas al rojo vivo e iban poco a poco aumentando de tamaño. Me pareció verlo como ido y una sensación de miedo recorrió mi espina dorsal. Aquel ser en cualquier momento podría emplear la violencia y yo a su lado era un alfeñique, me podría descuartizar en un abrir y cerrar de ojos.
¿Cómo podía calmar a este energúmeno, si no tenía ni la más remota idea a lo que se refería?, las intenciones que traía eran claras, las había meditado con tiempo e iba derecho al grano, no se andaba con rodeos, había escogido el momento adecuado, allí estábamos solos y la agresión quedaría impune, si no accedía a lo que me pedía. Pero ¿qué quería? Tenía que intentar algo como fuera para evitar el desastre, creo que aquel marinero se había escapado de algún manicomio cercano y en estos casos había que ser muy prudente y aplicar las normas utilizables para los beodos, seguirle la corriente, hacer tiempo hasta que alguien pasara por aquel lugar y me echara una mano. Así que tomé la iniciativa.
-No tienes pelos en la lengua Smith, siempre has sido así, en cierto modo me gusta, y te aprecio-.
-Gracias, veo que encuentras en mi algo respetable, pero ¿porqué me llamas Smith?-. Replicó el marinero.
Ese fue el primer nombre y creo que el único que recordé de las películas americanas y para no contrariarle más le dije.
-Hay que disimular, no me has dicho que tengo mil caras, pues aplícate el cuento, tu también debes de tener más de una personalidad, hay que saber engañar a esos listos de West Point. ¡Te parece bien?-.
-Cómo los tienes engañados a todos, pero conmigo no juegues, sabes que me pongo nervioso y no me domino-.
-Tranquilo, vamos a repasar paso a paso, todos los momentos desde que llegamos a Springfield-.
Nada más terminar esta frase le vi, me di cuenta, que la treta que intentaba para ganarme su confianza, no le había convencido e incluso le había exacerbado aún más de lo que estaba y me gritó.
-¡Por Belcebú!, te he cogido en una hora muy baja. ¿Así que ahora yo te tengo que poner al corriente de lo que sucedió allí? No te permito ni consiento un engaño más, de esta no pasas, te vas a quedar en esta tierra para siempre, pero a dos palmos por debajo de ella, ¡me entiendes?-.
Mi cabeza me daba vueltas y más vueltas, pero analizándolo un poco, lo veía como un tarugo y yo esperaba ser más inteligente que él. Me dije para mí... ¡tranquilo!, que tú puedes resolver esta situación y sin más le contesté.
-Me parece que tú no entiendes lo que intento decirte. Debemos de ponernos de acuerdo en todo, la pasma hila muy fino y de cualquier cabo suelto llega al ovillo-.
-¡Por Satanás ¡. Estás colmando mi paciencia y no consiento que te burles más de mí-.
Era imposible razonar, aquel ser me impedía ver el claro en el bosque, no valían las tretas con él, emplearía una nueva táctica, lo único que tenía que hacer era suplicarle a la espera de un perdón nada viable y le supliqué.
-Razona ¡por favor, no me mates!-.
¡Por Lucifer¡, estaba deseando que llegara este momento y para que te enteres, no te echarán de menos en la Base, los chicos te odian por pelota, rastrero y miserable-.
Ahora ya era terror lo que invadía todo mi cuerpo y lo atenazó de tal forma, que las piernas quedaron clavadas en el asfalto de aquella carretera. Poco tardaría aquel energúmeno en retorcerme el pescuezo y deshacerse de mi cuerpo, enterrándolo allí mismo en la cuneta de una autopista americana.
Cómo podía imaginarme que mis días acabarían tan lejos de mi patria y además de esa forma tan estúpida. ¿Quién me echaría de menos? ¿Quién rogaría por mi alma eterna? Instintivamente de mi boca salió una palabra repetida dos veces.
-Chicharrilla, Chicharrilla-.
La llamé, mejor dicho, grité con todos mis pulmones con una voz angustiosa solicitando el auxilio para un desahuciado, pero no me escuchó a pesar de los gritos desgarradores que emití. En aquel mismo instante en el que me puse a gritar desesperadamente y es que al ver las manos del aquel desalmado acercándose a mí cuello, si en esos últimos instantes de mi vida, mi conciencia había desaparecido, más en ese tránsito entre la vida y la muerte todo se bloquea y un ruido ensordecedor lo invadió todo. Ese ruido atronador era el causante de la desconexión con la Chicharrilla, levanté la vista y allí por encima de mi cabeza unos cuatrimotores los B-24 de la Fuerza Aérea Norteamericana, tomaban la pista de aterrizaje regresando a la Base después de una misión de guerra. Pasaban rozándome la cabeza oleadas de aviones e incluso veía las siluetas de los tripulantes, mis manos en vez de usarlas para defenderme, se dirigieron a la cabeza para sujetar el tricornio, que con el aire turbulento de las hélices intentaba desprenderse de mi mollera. Me puse en cuclillas e incliné la cabeza refugiándola entre las piernas y mis manos dejaron el sombrero y cubrieron mi cara, de esa forma evitaría ser arrollado por uno de los enormes aviones que estaban tomando tierra en el aeródromo de la Base. El tricornio voló no sé a dónde, aquella situación había sido premeditada y alguno se haría con el trofeo sin apenas esfuerzo.
En esos intensos momentos la Chicharrilla seguía ausente y poco a poco la sensación de angustia se fue ausentando ante la llegada de los aviones salvadores, que al parecer habían hecho abandonar del lugar, a aquel marinero odioso.
De golpe, sentí la sensación de haberme despertado de una pesadilla, ¿cómo me encontraba de aquella forma en la cuneta? Una mano enorme se asentaba en mi hombro, lo agarraba fuertemente y tiraba de todo mi cuerpo para erguirlo de la posición fetal en que se encontraba. Giré la cabeza hacia arriba y que gran sorpresa me llevé. Allí, junto a mí se encontraba el redentor de aquella pesadilla, invitándome a salir de aquella postura tan poco ortodoxa para un guardia Civil, él era ni más ni menos que “el negro zumbón”.
-Hello guardia, pasar algo. Toma tu sombrero-.
El Jeep en el que venía el marine, estaba situado a metro escaso del lugar en el que yo me hallaba. ¿Qué habría pensado al verme en esa postura frente al poste como una pava?
Estaba abochornado, ¿qué le podía decir?, me era muy difícil explicar lo que en mi mente se había producido, además buena gana de complicar más las cosas, le daría las gracias y a correr para la posta, ya que mi jefe de pareja a esas alturas estaría intranquilo por mi tardanza. Y le dije:
-No marine-.
Estaba confuso, si esa era la palabra para calificar el estado en el que me encontraba y puestos en aquel escenario irreal, habría querido tropezarme mejor con Alan Ladd, Yohn Wayne, Robert Mitchum, Gregory Perck o con cualquier otro actor de una de aquellas tantas películas bélicas que habían protagonizado en alguna Base del pacífico y no con el marinero bruto que se había introducido sin pedir permiso en mi vida. La confusión había sido evidente, pero ahora con la tranquilidad que me da mi estado de normalidad, me hacía las siguientes preguntas. ¿Cómo explicar a una mente enferma, la sin razón de sus preguntas?, y ¿Quiénes eran aquellos dos personajes, tan macabro el uno y tan odioso el otro? Buenas piezas estaban hechos los dos individuos, algún día investigaría este hecho paranormal, que estuvo a punto de terminar con mi existencia, la próxima vez estaría preparado para hacer frente a este energúmeno.
Me incorporé y le agradecí profundamente su oportuna intervención, naturalmente con gestos y aunque no estaba para florituras, de dije en mi cortísimo inglés.
-Thank you, Thank you very mach-.
Arranqué la moto dejando estupefacto al “negro zumbón”, fui muy descortés con él, al fin y al cabo, me había salvado la vida, y además me había entregado el tricornio, que mal pensado era yo, para colmo yo sólo le había dado las gracias, de todas formas, había sido un compatriota suyo el que me había llevado a aquella situación, ¿qué pensaría de mí? Bueno de todas formas que especulara lo que quisiera, yo en esos momentos en lo único que pensaba era en largarme de allí a lo antes posible a todo trapo, además no volvería a pararme en aquel lugar por si las moscas.
Dejé la carretera y por la senda atravesé la alambrada, los guijarros de la carretera de piedra me avisaron de que volvía a la realidad, estaba de nuevo en España, fuera fantasías menos realidades virtuales y nosotros a lo nuestro.
Eran tres minutos aproximadamente lo que nos duraba atravesar la Base, unos minutos atravesando territorio de los Estados Unidos de Norteamérica. La quimera de cualquier habitante del planeta “el sueño americano”. Para mí sinceramente de sueño nada, una tremenda pesadilla, que algún día intentaría descifrar.
Volvamos a al escenario donde deje a mi Cabo con el americano. La puerta por la que habían entrado los dos hacía una media hora volvió a abrirse, ambos el anfitrión y mi Cabo salieron al exterior, la entrevista debió de ser muy cordial, se les veía contentos a los dos, se despidieron efusivamente y el oficial americano se adelantó unos pasos hasta donde yo me encontraba. La graduación de aquel militar no la entendía, la bocamanga estaba llena de galones y el marine de servicio nada más verle se cuadró como un palo. Naturalmente yo le saludé unos pasos antes de detenerse ante mí, me correspondió al saludo y me tendió la mano, yo después de saludarlo me atreví a decirle:
-Good morninght mister-.
Si fue correcto no lo sé, mi Cabo se me quedó mirando como diciendo de que va éste, acto seguido montamos en las motos y continuamos camino de la posta. Cuando llegamos arriba, ya estaba la pareja del servicio nocturno esperándonos al pie de la carretera, el jefe de la misma era el guardia primero, se adelantó unos pasos y le dijo:
-Sin novedad en la posta Cabo-.
El Cabo, dio un suspiro enorme, parecía que quería comerse todo el aire de nuestro alrededor y dijo:
-Nooooos vaaaaamos-.
Qué raro, acabábamos de llegar y ya nos íbamos a ir, eso no había pasado nunca. Apenas se veía nada, pero intuíamos, que algo anormal sucedía, a ver si el Cabo no se encontraba bien, yo encantado no por el malestar del Cabo, sino porque volveríamos a casa enseguida. Pero volvió a repetir la frase añadiendo una palabra más.
-Nooooos vaaaamos tooooodos-.
Silencio total, las mentes de los tres guardias que nos encontrábamos allí intentaron averiguar el sentido de las palabras del Cabo y las preguntas de todos atropelladamente tomaron el mismo camino.
-¿Le pasa algo Cabo?-.
-¿Se encuentra mal Cabo?-.
-¿Qué le duele Cabo?-.
Al Cabo no le dolía nada, se encontraba perfectamente y pasó a explicarnos el motivo de nuestra marcha de la Posta. Os voy a resumir su explicación, de exponeros su charla sobre el asunto estaría un buen rato contándolo, os lo imagináis. Resulta que esa tarde fue a la Compañía a recibir instrucciones y el Capitán le había entregado la orden de abandonar la vigilancia de la Posta a las veinte cuatro horas del día en el que nos encontrábamos.
Cabizbajos y sin apenas digerir la orden, nos acercamos a la choza en la que habíamos pasado tantas y tantas noches, recogimos los pocos enseres que en ella había y regresamos al cuartel.
La supresión de un puesto limítrofe ese mismo día, situado en una cala donde pocos años antes había existido un pueblo de pescadores, trajo como consecuencia la agregación a nuestro Puesto de dicha demarcación y por consiguiente de su vigilancia. Este hecho era consecuencia de la visita nocturna a nuestro cuartel del Ilmo. Sr. Tte. Coronel Primer Jefe de la Comandancia y consiguió su deseo de establecer el servicio del Guardia de Puertas, para lo cual como os he dicho tuvo que suprimir el Puesto limítrofe, que los pobres estaban en un cuartel que se caía a pedazos y el agua la recibían cuando la marina en un buque cisterna les llenaba el aljibe con mangueras. ¡Ah! Pero de lo demás que se habló aquella “noche de los golpes nocturnos” nada de nada, como más adelante os contaré la solución del agua habría sido muy sencilla, pero…
En aquel preciso momento, terminábamos con un servicio heredado por tradición del antiguo Cuerpo de Carabineros y me di perfecta cuenta del porqué de haber sido tan goloso aquel Puesto de Centeres. A aquel servicio solamente se iba a vegetar, a pasar el rato, a matar el tiempo, ¡Ah!, pero eso sí, de haber patrullado por aquel sendero que bordeaba los acantilados con precipicios superiores a trescientos metros de desnivel, el peligro y el riesgo habrían sido infinitos. Yo sólo anduve el primer día y por curiosidad, muchas partes del sendero habían desaparecido o estaba cubiertos por la maleza, me di perfecta cuenta de que haber continuado en esa vigilancia mis huesos más pronto que tarde habrían ido a dar contra las rocas del acantilado y aunque mi ilusión y mi entrega a mi misión era total, pensé sin que me lo dijera mi Chicharrilla, ¡qué bello es vivir!
Lo curioso del caso es, que unos días después de abandonar ese servicio, el guardia primero se encontró con uno de los soldados de la batería, que le dijo: Cuando se marcharon ustedes el Capitán les reunió a todos para decirles
- Ahora que se ha ido la Benemérita, estamos un poco desprotegidos, así que a vigilar la zona con más actividad y desvelo-.
Cría fama y échate a dormir. Los nuevos aires y las formas de entender los servicios, estaban entrando en casa buscando la eficacia.
¿Os acordáis de la bolsa de plástico, que llevaba el Cabo en el trasportín de la moto? Si verdad, pues en ella iba un flamante tricornio, que el Cabo entregó al Oficial de la Base en señal de amistad o por lo menos así nos dijo el Cabo, cuando al día siguiente llego hasta el “Ventorro de los buenos aires” una furgoneta de la Base americana.
El Cabo al escuchar el ruido del vehículo y comprobar de quien se trataba, salió al pasillo y nos llamó a todos los que estábamos libres de servicio.
-Toooodos aaaaa baaaajo-.
La expectación era máxima, los objetos que transportaba la furgoneta abrieron nuestros ojos al contemplarlos, una cocina de gas y un enorme frigorífico cambiaron de mano. ¿Ayuda americana? NO, eso fue un trueque de mi amado Cabo.
Uno de los americanos era el “negro zumbón” y al verme se dirigió a mí, pasó su mano por la frente a la vez que me decía.
-Capeza, capeza-.
¡Qué vergüenza!, miré a mi salvador y con un gesto de silencio de mis dedos en los labios, volví a darle las gracias.
-Thank you, Thank you very mach, marine-.
Qué listo era mi Cabo, cada día lo apreciaba más y yo que había pensado jugarme la vida por mi tricornio. No cabía la menor duda, aunque solo fuera al peso salíamos ganando. Creo que, en la mente de todos, en aquellos momentos, no había otra idea más luminosa, que la de acercarnos a la Base y ofrecerle los tricornios a cambio de que se yo cual cosa, a los americanos les sobraba de todo.
Ya para concluir con esta aventura en América, os diré que el frigorífico de tamaño descomunal, nunca llego a funcionar ya que la energía eléctrica que llegaba a duras penas al cuartel era de 125 voltios. El electrodoméstico se colocó en el cuarto que hacía de archivo y en él se pusieron los legajos, que hasta ese momento estaba tirados en el suelo.
Continuará...
Próximo capítulo: El escorpión

La Chicharrilla quiere que Paco en este capitulo de su vida empiece a caminar con los pies en el suelo, bajar al Cabo de su pedestal... ¡Si.. el Cabo ha hecho un trueque con los mismos americanos, ese guiño que te hizo al cerrar el trato fue una clara señal.
ResponderEliminarPor otro lado te diré Paco que tu tu fidelidad al cuerpo roza la inocencia limpia y pura de un niño defendiendo sus verdades, su creencias.
En definitiva una historia a seguir leyendo.
Mis saludos a la Chicharrilla.
Bien Arquera, en estos momentos acabo de terminar la lectura y he visto tu comentario. Has dado con el meollo de la cuestión, la idealización de mi Cabo, la fidelidad a unos ideales, el cumplimiento hasta la exageración de unos principios y hasta la inocencia de mis principios. Muchos besos y abrazos Arquera.
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