lunes, 23 de noviembre de 2020

CAPITULO VIII -EL ESCORPIÓN-

                        Imagen bajada de la red





¡BOOMM!,

Un sonido ensordecedor y seco retumbó en mi mente, me desperté sobresaltado y me incorporé de golpe de la posición de descanso que había adoptado en la cama, después de haber regresado del servicio nocturno. La noche la repartíamos, mientras que uno echaba una cabezadita el otro permanecía “ojo a visor”, a mí me era imposible pegar el ojo, si bien ese tiempo lo empleaba en relajarme de la vigilancia del objetivo marcado en la papeleta de servicio, solamente deseaba que finalizara el servicio para llegar a casa, tumbarme en aquel colchón de borra y descansar sobre el. En esos momentos me encontraba medio dormido, fantaseando en uno de esos sueños irreales a los que se acercaba mi mente con ganas incontenibles, pero que siempre finalizaban en miedos absurdos en los que personajes extraños, se suelen hacer dueños de mis decisiones. Esta vez tenía en sus inicios, fuerza para dirigir mi sueño, cuando sin apenas haber salido los protagonistas de este, una ensordecedora explosión dio al traste con la fascinante ensoñación en la que me empezaba a introducir.

Las contraventanas estaban abiertas y el sol entraba a raudales en el dormitorio, recordaba que al llegar de la costa las había entornado, así que tenía que haber sido la onda expansiva de la violenta explosión que había escuchado, la causante de haberlas abierto. Miré el reloj de pulsera y las manecillas marcaban las nueve en punto de la mañana. La noche había sido movidita, entre la visita cotidiana del Cabo, la semanal del Teniente Jefe de la Línea y sin previo aviso la del Capitán de la compañía a las cinco de la mañana, todas ellas habían impedido el normal desarrollo del servicio nocturno en aquella playa alejada de la civilización. Si, ahora estábamos en la playa de la demarcación del Puesto suprimido y después de haberse incorporado dos Guardias solteros en aumento de plantilla de aquella demarcación.

Todas estas circunstancias hicieron que, a pesar de la explosión, no me levantara a cerrar la ventana por la que entraban los rayos solares e iluminaban toda la habitación. A pesar de estas circunstancias Morfeo me llamaba con insistencia y caí de nuevo en la cama para continuar con la fantasía de turno, mas no llegué a dejar reposar la cabeza en la almohada cuando.

¡BOOMM!,

Toda la casa cuartel se había estremecido ante este nuevo estampido. ¿Qué estaba pasando? La detonación se repitió, pero esta vez me pilló despierto y además la ventana se había abierto ella sola, la verdad es que el pestillo no estaba en muy buenas condiciones como cualquier otra cosa de aquel pabellón. Enseguida catalogué aquella explosión como el disparo producido por un cañón. Salté de la cama, me acerqué a la ventana y miré por ella, para ver lo que ocurría. Nada más sacar mis narices al aire de la mañana, salí de toda sombra de duda de lo que estaba ocurriendo y contemplé como toda la ladera de la montaña se encontraba salpicada de militares junto a sus vehículos y sus cañones apuntaban al fondo de la montaña en el sentido opuesto a la casa cuartel.

¡BOOMM!, ¡BOOMM!, ¡BOOMM!,

Los cañonazos se sucedían uno tras otro. Estaban situados los jeeps con una distancia de unos cincuenta metros, a estos vehículos se les había incorporado un cañón sin retroceso y recordé haberlos visto antes en el cuartel de Caballería Farnesio nº. 12 ubicado en la ciudad de Valladolid. Estos eran los causantes de la temblorina del viejo caserón, primero efectuaban un disparo desde el mismo cañón con un sonido parecido al de un arma larga, segundos después soltaban el pepinazo y cuatro segundos más tarde, veíamos al fondo sobre la montaña elevarse una columna de polvo en el lugar donde impactaba el proyectil.

Eran tandas de ocho disparos las que se producían en un espacio corto de tiempo, luego descansaban unos minutos y volvían a la carga. Así es que lo que tenía que hacer era levantarme, porque en esas condiciones no hay bicho humano que pudiera dormir.

Después de lavarme y desayunar, salí del pabellón y me acerqué al balcón de la fachada principal para ver algo más de las maniobras, allí ya se encontraba el guardia “Ozu” que era el compañero con el que yo había tenido el servicio nocturno esa noche, a su lado su mujer en el pasillo llevando al bebé en brazos y éste llorando a grito pelado. No me equivocaría mucho el pensar en la inocencia, no de la criatura de pecho que es innata en ella, sino más bien en la del guardia “Ozu” y de la de su mujer asomando al niño al balcón, pensando que los militares se ablandarían ante los gritos desgarradores del bebé, y dieran por concluido el ejercicio de fuegos artificiales mañaneros y calmaran así a aquella criatura tan excitada a causa de tantas explosiones.

Me acerque a ellos para decirlos.

-¡Buenos días pareja!, ¿os han despertado los cañonazos?- A lo que respondió el guardia Ozú:

-Cuando dizpara eze, mira eze, verás como retumba todo el edificio-

Al hablar, el guardia “Ozu” apuntaba con la mano a un jeep que apenas estaba situado a unos diez metros del edificio y la señora Carmen repetía.

-Eze, eze, ez el que ha despertado a mi niño del alma, ademaz ze me ha caído un tazón y ze me ha roto. ¿A uztez ze le ha roto algo? Ya ze podía ir un poco maz lejoz con todo el campo que tienen para ello-

-No, a mí no se me ha roto nada por ahora, contesté-

Dicho esto, se marcharon y me dejaron el balcón para mí solo para ver el espectáculo. Efectivamente había un jeep situado en la explanada de la puerta principal del edificio y me preguntaba lo mismo que la mujer del Guardia “Ozu” con el espacio que tenían, ¿cómo se les ha ocurrido ponerlo tan cerca del edificio aquel cañón? No tardó ni un segundo ella para decirme:

-¿Tú te das cuenta en dónde vives?, este no es un edificio normal, aunque tú lo llames “El Ventorro”, en los mapas militares figura como una casa cuartel, y por tanto, este inmueble es considerado un edificio militar-

-Tienes razón, pero ahora no estamos en guerra y deben considerar, que en el cuartel vive gente normal con familias que tienen niños-

-¿Crees tú, que sois gente normal?-

-Me parece que esta mañana como me dices tú a mí, tienes ganas de filosofar y yo lo que tengo son ganas de dormir y no me dejan, así que déjalo para otro día, porque cuando hablan los cañones, el intelecto se adormece, o no sabías esta máxima mi querida amiga-. No la gustó mucho que la respondiera con tanta contundencia y se volvió a su lugar preferido.


Poco a poco, me fui fijando en el personal que se encontraba en la explanada de la puerta principal del cuartel. Por aquellos años era muy fácil distinguir a los oficiales, suboficiales y clases de tropa de los soldados rasos, sobre las sarianas, guerreras, o camisas de sus uniformes de servicio, a la altura del pecho llevaban cosidas unas galletas de tela roja en cuyo interior iban colocadas las divisas del empleo, no era posible ninguna duda o equivocación, se distinguían perfectamente las estrellas y los galones. Eran tiempos en los que se demostraba físicamente la categoría militar para pelusa del inferior.

Todos los que se movían por la explanada llevaban esas galletas, sin equivocarme un pelo eran doce los militares de graduación los que se encontraban allí. Unos miraban con los prismáticos, otros hablaban entre ellos, alguno miraba a las musarañas y otro se dirigía a uno que llevaba una carpeta con papeles y le ordenaba.

-Los impactos de esta tanda han salido algo desviados, Capitán comunique a los jefes de tiro para que rectifiquen dos grados las trayectorias de los disparos-

El Capitán al que acompañaba un soldado con una emisora a sus espaldas, cogió el micro teléfono y cumplió la orden. En ese preciso momento las miradas de los presentes en la explanada se dirigieron a la puerta del cuartel, de ella salía un militar más bien bajo al que no hacía falta adivinar sus divisas para saber que era él, el que mandaba el ejercicio de tiro. Un pequeño giro para hablar con su ayudante que aún no había salido por la puerta, me dejó ver las tres mantecadas que llenaban la galleta, pero ¡qué digo!, al que se dirigía no era a su ayudante, sino a mi Cabo que le seguía, como si fuera su ayudante.

El Coronel se detuvo en el centro de la explanada y dirigiéndose al Cabo, le dijo:

-Nada Cabo, no se preocupe, mañana mando al subayudante para poner esos cristales que se le han roto en la vivienda, Capitán, retire ese jeep de ahí. Sitúelo en aquella loma, en ese espacio que está vacío-

-Mi coronel, con arreglo al plan de tiro, no van a salir bien las trayectorias, se juntarán con las del cero dos en el blanco-. Respondió el Capitán.

-Que pasa Capitán, ¿quieres que se quede sin cristales la casa del Cabo? Venga, a moverse-

Como allí abajo había más estrellas que en el firmamento, decidí no bajar y me quedé en el pabellón, de lo contrario, habría tenido que estar saludando continuamente, solo me pareció ver a tres soldados sin graduación, el resto eran jefes y oficiales y ya lo decía bien claro el Reglamento en su artículo diez y siete:


El saludo militar fiel exponente de la instrucción de una tropa, exige que el Guardia Civil como soldado veterano se distinga al practicar con la máxima corrección y exactitud, cuanto previene el Reglamento Táctico para saludar a banderas y estandartes, Jefe del Estado, Generales, Jefes Oficiales y Suboficiales de los Ejércitos de Tierra Mar y Aire.

El Gobernador Civil de la Provincia tendrá el mismo saludo que los Jefes. La fuerza que preste servicio en Especialistas saludará a los Jefes de Hacienda y empleados periciales del Cuerpo de Aduanas de los respectivos Distritos cuando vistan de uniforme.


El fuego real se detuvo, no creo que fuera por los cristales rotos del pabellón del Cabo, sino mas bien porque se les terminó la munición, el caso es que el corneta tocó el ¡alto el fuego!

Volví al pabellón, ya no era hora de volverme a acostar, me asomé a la ventana de la parte posterior del edificio y vi a la mujer del Cabo en el huerto entre las lechugas.

-Señora Encarna ¿ha sido mucha la avería?-

-No hijo, han sido solo dos cristales los que se han roto, pero el susto ha sido muy grande y encima el tonto de mi marido, me manda que les prepare una buena ensalada para el almuerzo-

-La deferencia, señora Encarna, la deferencia-

Pasado un rato, me volví a asomar al balcón de la fachada principal, estaban todos los oficiales de mayor graduación sentados alrededor de la mesa de piedra que había a la entrada del cuartel almorzando, todos ellos reponían fuerzas del trabajo realizado. Verdaderamente el ejercicio táctico con fuego real le había consumido un montón de calorías, todos aquellos protagonistas de la jornada se encontraban masticando el bocadillo, en el centro de la mesa, dos ensaladeras llenas de productos del huerto del Cabo y que había preparado su mujer. Un Tte. Coronel, un comandante y tres Capitanes, estaban sentados alrededor de dicha mesa, al lado de ésta, tres Tenientes observaban a los comensales pero atención, presidiendo la mesa y al lado derecho del Coronel estaba mi Cabo.

Que importante era mi Cabo, era el centro de los comentarios, se lo estaban pasando bien con sus chascarrillos y nada más empezar una frase ya se estaban riendo todos, pero aún lo hacían más, cuando el Coronel soltaba una carcajada, entonces todos explotaban con una sonora risotada.

De repente, unos gritos hicieron incorporar a los comensales, que aún no habían comenzado a meter el diente a las ensaladas por falta de tenedores para picar en ellas. El Coronel preguntó:

- ¿Qué pasa?-

Desde el balcón al que volví, me encontraba observando las maniobras yo había visto como por la colina bajaban dos soldados, uno de ellos después descubrí al acercarse por la galleta que llevaba en la camisa que era un Sargento, venían corriendo ladera abajo y cuando llegaron a la explanada el Sargento algo rellenito, llegaba sin aliento y exclamaba dirigiéndose a un oficial que se había acercado a los dos.

-Mi Capitán , mi Capitán, el soldado Remigio, mire, mire. El soldado se lamentaba-

-¡Ay madre mía!, ¡Ay madre mía!-

El Coronel apartando a todos, se dirigió al Sargento.

-¿Qué pasa?-

-Mi Coronel, al soldado Remigio le ha picado un escorpión.

Todos esperaban la decisión del Coronel y cuando este fue a hablar, se adelantó mi Cabo.

-Peeerdone miiiii Cooooronel, yoooo leeee aaaaareglo aaaa eeeeste chaaaaval. Dooooonde teeee haaaa piiiiicado el biiiicho, pijo-

El soldado estaba ahora callado, me pareció que la angustia se le había pasado al contemplar el firmamento de estrellas que tenía a su alrededor, pensaría que había pasado a mejor vida, pero quedó más sorprendido aún, al ver a un Cabo de la Guardia Civil en el cielo, y repitió en alto. ¿Un cabo de la Guardia Civil en el cielo?, no, estoy en la tierra, cerró los ojos con fuerza, los volvió a abrir y le dijo

-¡Aquí en el dedo!-

-Traaaaae aaaaaqui ese deeeeedo-

El Cabo, se metió el dedo del soldado en su boca, lo pegó un mordisco y los ayes y lamentaciones anteriores a la dentellada se quedaron pequeños, para los gritos que daba ahora el soldado después del mordisco del Cabo. Mi Cabo se volvió hacía su izquierda escupiendo la sangre, el posible veneno y yo creo que hasta una falange del dedo de aquel aguerrido guerrero y mirando a todos los presentes, que no habían perdido detalle de la operación a cielo abierto, mi Cabo dijo:

-¡Yaaaaa está!-

Los espectadores habían permanecidos callados ante aquella operación improvisada, sin ninguna clase de anestesia, los cuchicheos se tornaron en sonrisas observando la faz del de las tres mantecadas, hasta que el Coronel soltó una sonora carcajada a la vez que decía dirigiéndose al médico del Regimiento:

-¡Ja, ja, ja!, Doctor, que lo lleven al hospital inmediatamente, que si no se muere del picotazo, se va a morir del mordisco que le ha dado el Cabo-

Las risas y las carcajadas fueron mayúsculas, creo que ni Gila en sus mejores momentos, habría conseguido excitar al público como lo había hecho mi Cabo. El Coronel dio por finalizado el almuerzo y dos nuevas andanadas de cañonazos dieron por concluido el ejercicio de tiro.

Bueno, el Doctor al que se dirigió el Coronel era uno de los Capitanes que me imagino yo, sería el médico del acuartelamiento y que no intervino en los acontecimientos por la rapidez en la que se produjeron.

Nuestra casa cuartel se encontraba en pleno campo de tiro y una o dos veces al mes las colinas que nos circundaban se llenaban de militares de las distintas armas para hacer ejercicios tácticos, pero el objetivo fundamental era pasar un día en el campo.

Sobre las diez menos cuarto de la noche, bajé del pabellón para hacer mis necesidades como de costumbre en el campo, a bajo en el primer peldaño de la escalera estaba Margarita jugando con una muñeca, me paré y la hice una caricia, justo en ese momento abría la puerta de su casa su madre. Me quedé mirándola, estaba preciosa, era mi musa y la invasora de todos mis sueños, desde el primer día de mi llegada. Ella también me miró y como en otras tantas ocasiones, mis ojos tomaron otras referencias antes de volver a mirarla.

-¡Buenas noches Paco!, venga Margarita ya es hora de ir a la cama, dale un beso y despídete hasta mañana-

Estábamos solos los tres, la miraba y no sabía que decirla. Creí notar algo en ese gesto de mandar a la niña que me besara. ¿estaría ella también enamorada? Y de ser así, ¿qué podíamos hacer? De ese amor nacido tan espontáneamente, la niña en esos momentos era la intermediaria, la cogí en mis brazos, la di un beso en la mejilla y por primera vez no aparté ni un momento la mirada de su madre, era lo único que invadía mi mente y en aquel instante se lo solté.

-Vaya jaleo que hemos tenido esta mañana. ¿Se ha roto algún cristal en su pabellón?-

-No, no se ha roto nada y ¿en el tuyo?, ¿te invitaron a almorzar?-

-No, además no habría estado muy tranquilo, todos eran jefes, apropósito quiero darle las gracias por ayudarme con las sábanas-

-La señora Luisa me despistó, me gustaría ayudarte más veces, pero ya sabes hay que tener mucho cuidado, sobre todo con la señora Luisa, porque habla, habla y no sabe si mata o espanta y ahora, ¿a dónde vas?, ¿sales a tomar el fresco?-

-Si salgo un poquito, voy a dar una vueltecita por el monte-

-Paco te he dicho ya en otra ocasión que puedes llamarme de tu-

-No me atrevo, de todas formas, vuelvo a darte las gracias-

-¡Hasta mañana si Dios quiere!-

-¡Hasta mañana!-

Seguía reclinado sobre la barandilla de la escalera, deleitándome en su figura y ya desaparecida, fue cuando la chicharrilla me dijo:

-Paco te estas metiendo en un terreno muy pantanoso, si no quieres hacerme caso a mí, aselo a tu Cabo, además en el pueblo hay muchas chiquitas que están deseando salir con un guardia. ¿porqué te complicas la vida?-

-Tienes razón, pero... ¿que culpa tengo yo de que me pase esto?, para tu tranquilidad, te diré, que ya me he fijado en una, pero es que cuando veo a Sonia, me olvido de todo-

-Te entiendo, como no voy a entenderte yo que estoy dentro de ti, es difícil pero no tienes otro remedio que resolverlo lo más pronto posible para evitar males mayores. Lo más adecuado es que pidas un nuevo destino y te marches de aquí, sé que es muy radical pero necesario.

-Si también he pensado en esa solución, ahora bien, yo aquí me encuentro muy bien, tengo un jefe maravilloso y además, no ha pasado el tiempo reglamentario para solicitar un nuevo destino-

La chicharrilla se marchó sin despedirse y hasta me pareció verlo moviendo la cabeza al meterse en su refugio. ¿Qué duda le había quedado?, ¿qué había querido decir con ese movimiento de cabeza?, ¿pensaría que no la haría caso como en ocasiones anteriores?, ¿daba el caso por perdido?, ¿acaso no volvería más para hacerme entrar en razón? No, no creo que esto último fuera a suceder, él estaría siempre a mi lado por muy terco que yo pareciera y más en estas circunstancias, ahora que me estaba metiendo en este laberinto en el que sin más fuerzas que las mías, difícilmente podría salir airoso.


Continué apoyado en la barandilla de la escalera unos segundos desde que ella desapareció de la escena y salí del cuartel por la puerta trasera del edificio. Mis pasos automáticamente se dirigieron hacía la colina como lo hacía habitualmente, pero instintivamente me detuve, la tragicomedia de la mañana me hizo dudar de tomar ese camino. Era verdad, debajo de cualquier piedra de aquella zona había un escorpión, los había visto a montones, pero nunca pensé en el daño que podían hacer, hasta esa mañana en la que nos visitaron los militares. Solía jugar con ellos con un palo e incauto de mi, los había dejado continuar con su existencia, sin llegar a pensar en la relación con los seres humanos y el medio ambiente, ni nada que se le pareciera, además, el ecologismo en aquellos años no había hecho acto de presencia, al menos que yo tuviera constancia, simplemente me entretenía con los bichitos, mientras recorría ese terreno, y hasta ese día que yo supiera no habían hecho mal a nadie.

Posiblemente ese alacrán que picó al soldado, si yo lo hubiera matado, no habría producido ese dolor al valeroso soldadito español, del que perdimos la pista desde el momento de ser evacuado al hospital. Otro hombre que había quedado marcado por el sobrehumano Cabo, toda la vida le recordará como su salvador, aunque para mí no habría sido tan necesario emplear aquel poder fantástico que él empleó al morderlo para sacarle el veneno. A él, ya le tenía encima de un pedestal.

Ahora, en esos mementos el dilema era ir a las letrinas o marchar a la zona de los escorpiones, pero imaginaros entrar allí en las letrinas a oscuras, un paso en falso y te colabas por aquel agujero por donde en una ocasión había aparecido una culebra, nada la decisión estaba tomada, me iría al monte. Cuando iniciaba mi andadura a la colina me preguntaba, ¿y si tengo la mala suerte de que en esa posición evacuatoria te pica uno? Y además ¿dónde te pica?, ¡ay, Dios mío!, no, no penséis lo mismo que yo, pues me entra un escalofrío por todo mi cuerpo, dejar al Cabo en paz.

-¿Y tú?, ¿Qué prefieres?, ¿a dónde voy a poner el huevo?-

No me contestó, estaba enfadada, además dijera lo que dijera yo iba a tirar al monte, solo que esta vez no me alejaría mucho. Sobrepasado el huerto me detuve, me volví de cara al cuartel y observé algo no habitual en aquellas horas, las contraventanas de la casa de Sonia permanecían entreabiertas, dejando salir la luz de su interior a través de las rendijas de la persiana. Estaba a unos ocho metros del edificio, veía con claridad la silueta de Sonia moverse por el dormitorio y sin querer me dirigí hasta la ventana. El corazón en ese momento comenzó a enviar más sangre de lo acostumbrado por todo mi cuerpo a medida que me iba acercando a aquella ventana, hasta que llegué hasta la altura de ella, el corazón seguía y seguía bombeando sangre y más sangre, los pensamientos se amontonaban, las ideas fluían con rapidez, las preguntas lo inundaban todo y ante tantas sensaciones los circuitos se bloquearon y quedaron asediados. Creo que ese fue el motivo de hacer imposible el acceso de la Chicharrilla a la realidad del momento.

Casi como un autómata me pegué a la persiana y mi ojo se incrustó entre dos de las tablas que la tejían y como una cámara de filmación comencé a recorrer la habitación, gravando todo el escenario íntimo de aquel ser, que se había aposentado dentro del mío, sin haberme dado cuenta.

Una cama de matrimonio en el centro de la estancia, en ella reposaba Margarita, la niña ya se había dormido o estaba muy quietecita o como un buen cómplice se había retirado silenciosamente de la escena en su sueño angelical.

Encima de la cabecera de la cama un crucifijo de metal dorado, dos mesillas de noche una a cada lado de la cama, un armario de dos puertas, una de ellas abierta con un espejo y detrás de la puerta un perchero en el que colgaba una bata, otra prenda de vestir, no había nada mas en aquel cuarto.

Seguía con el ojo incrustado en la persiana cuando Sonia entró en el dormitorio, cerrando la puerta tras ella. ¿Se había olvidado de cerrar las contraventanas? O ¿las había dejado abiertas adrede?, pronto saldría de duda, ¿y si al acercarse a cerrarlas me viera? ¿se lo diría al Cabo? Iba a salir corriendo, pero mis pies estaban pegados al suelo y no podía moverme. Sonia no se acercó a cerrarlas, se sentó en la cama dándome la espalda, ello me permitía seguir el acto observando la escena con la protagonista en acción en una escena erótica.

Estaba convencido que las contraventanas las había dejado abiertas adrede, con la intención de ser observada y no me equivoqué, fui un fiel espectador de primera fila y lo vi todo sin pestañear. Sentada en la cama fue desabrochándose los botones de la blusa, se quitó primero una manga luego la otra y finalmente retiró la prenda, dejándola caer sobre la cama. Su espalda quedó al aire, una fina tira de tela negra contrastaba con la blancura de su piel y la atravesaba horizontalmente. Sus manos se juntaron en la espalda a la altura central de esa tira, soltó los corchetes que la sujetaban y el sostén lo retiró hacía adelante, con su mano derecha lo depositó en la almohada y para desconsuelo mío, apenas se giró al hacerlo. Sus pechos se encontraban ya libres de ataduras, pero no los veía, miraba hacía el espejo del armario y tampoco. Esperaba más, necesitaba más, la excitación de mi cuerpo aumentaba con vértigo incontenible. No pensaba, todo iba demasiado rápido para mí, a pesar de la lentitud de sus movimientos. Se levantó siguiéndome, dando la espalda, se desabrochó dos botones que tenía la falda de tubo en el lado derecho de la misma y con dos leves contoneos de sus caderas la falda cayó en el suelo. Se agachó y recogió la falda, giró su cuerpo hacía la ventana y la vi, entonces mis ojos se iluminaron y las lentes de estos, se aproximaron en un plano corto, me fijé en sus pechos esos que, desde aquel día en el lavadero, habían sido una obsesión permanente y eran los protagonistas de mis actos más íntimos.

Ella miró hacia la ventana, mis ojos seguían pegados a la persiana, querían salirse de su cuenca, mi cuerpo también estaba pegado a la pared del edificio y sentí un largo escalofrío que recorrió todo mi ser, la vista se me nubló y me perdí el resto de la escena. Cuando quise reaccionar, no me dio tiempo y permanecí inmóvil al ver acercarse a Sonia cubierta con un camisón y cerrando las contraventanas.

Durante unos segundos permanecí en el lugar sin saber que hacer, una sombra de mancha en mi cuerpo y no sé por qué, me vino a la mente unas estrofas del poeta Jorge Manrique dedicadas a la muerte de su padre que dicen así.

Cuan presto se va el placer

como después del acordado da dolor

y como a nuestro parecer

cualquier tiempo pasado fue mejor.


Me retiré de aquel punto de observación, continuando con el máximo sigilo y precaución, para que nadie se diera cuenta de la intromisión como observador o más bien como espía de la casa de un compañero.

Me sentía mal, la duda de esas estrofas, estaban borrando el placer del momento. ¿Qué estaba haciendo?, ¿Quién era yo para entrometerme en sus vidas?, debía de olvidar ese instante de lo contrario podría tener graves consecuencias. Pasados unos momentos, la calma reinaba dentro y fuera de mi cuerpo, lo que aprovechó mi conciencia para decirme.

-Esas cosas eran obvias, me alegra que hayas llegado tu solo a esas conclusiones. Paco olvida esa pasión, que solamente te traerá disgustos, eres un crio y ella una mujer casada con una hija, no estropees esa familia, no te aproveches de la soledad de la carne, ¿te quieres poner en la piel de su marido?, hasta aquí has metido la pata muchas veces, pero en cosas intrascendentes, ahora un paso en falso, una equivocación y te arrepentirás toda tu vida-

El silencio fue mi respuesta.

Había sido un día aprovechado al máximo, en la pantalla de mi vida había asistido como espectador de primera fila a un filme real. Comenzó con los sobresaltos producidos por el fragor de la guerra y como es lógico en toda batalla que se precie, tienen que producirse daños y claro que los hubo, dos cristales de la ventana del Cabo y unas tazas de café rotas, unas gotas de amor filial hacía el soldado herido por parte de los jefes, la subordinación al mando, la angustia del guerrero, la operación sin anestesia en un improvisado hospital de campaña, las risas, etc. Etc., más todo ello quedaba difuminado ante el momento de placer y la nada que a su término le acompaña.



Continuará…

Próximo capítulo: LOS BOMBEROS



Capitulo IX -LOS BOMBEROS-

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