jueves, 25 de junio de 2020

CAPITULO IV - LA PRESENTACIÓN-

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Los días de la academia pasaron vertiginosamente, pero es que además, el período de instrucción quedó reducido a tres meses debido a que la mayoría de los Puestos se encontraban con sus plantillas en cuadro por falta de personal. Las sangrías de las fuerzas de rural a favor de la nueva especialidad de tráfico y de otras unidades de nueva creación, hacía que esta se resintiera sobremanera. Así que entre unas y otras cosas, cuando quisimos darnos cuenta el curso había terminado y pasábamos a a solicitar las vacantes anunciadas en el B.O. del C. Se podían solicitar hasta diez destinos, pero lo más probable es que no te tocara ninguno a no ser que tuvieras un buen “padrino”, al menos eso eran los comentarios en los corrillos de los que nos encontrábamos allí. Aquellos comentarios no me gustaron nada, la imparcialidad yo la daba por sentada en la Institución de la que estaba hechizado. La Chicharrilla salió al quite.
-Paco tienes una memoria muy frágil. ¿No recuerdas el artículo 47 de tu Cartilla?. Si hay vacantes en la Comandancia que has solicitado y con el buen número que has sacado, irás a ella, no hagas caso a esos comentarios. Quédate tranquilo, además te aseguro que irás a prestar tus servicios a una playa. Lo siento por la idea que tenías de solicitar La Guinea Ecuatorial, como verás ni ha sido anunciada en el tablón. Ese es un lugar muy alejado de la civilización, a ti no se te ha perdido nada y además a mí no me gustaba nada esa idea-.
Me puse contento por el recordatorio, una vez descartado mi destino al África Ecuatorial, el destino era el mar Mediterráneo, el buen clima de esa zona sería mi acompañante durante al menos dos años y medio. Había solicitado todas las vacantes anunciadas desde Gerona hasta Huelva, con toda seguridad iría a una de ellas.
Lo más inmediato después de solicitar las vacantes, era un permiso de quince días, que concedía la superioridad a la finalización del curso y una vez pasado este período, el siguiente paso era la incorporación al Puesto. Durante ese tiempo de descanso nos comunicarían el destino concedido.
Desde el momento de la salida de la Academia hasta la incorporación al destino otorgado, un pase o salvoconducto te acompañaba y te permitía el traslado y movimiento al lugar del permiso solicitado, debiéndose uno presentar dentro de las veinticuatro horas, ante el Comandante de Puesto más cercano a tu residencia para que lo sellase y firmase quedando esos días de permiso a sus órdenes y no podías cambiar de residencia sin su autorización.
Me puse el uniforme de paseo y atravesando las calles más céntricas de la ciudad, me dirigí a uno de los edificios más emblemáticos de la urbe “El palacio de Fabio Nelli”. Esa era el residencia donde se encontraba situada el Tercio y el Puesto de la ciudad.
Las calles estaban muy concurridas, era rarísimo ver a un guardia civil atravesando la plaza mayor de esa ciudad castellana. Todas las miradas se dirigían a mí y yo en lo único que pensaba era en llegar cuanto antes al Puesto. Por el camino un policía municipal de edad avanzada y que posiblemente habría sido también del Cuerpo, me saludó y de la vergüenza que me entró le dije adiós pero no correspondí a su saludo militar, iba agarrotado. ¿Qué habría sucedido si llega a ocurrir algún incidente durante el trayecto? Mejor ni pensarlo.
Al quinto día del permiso me comunicaron que iba destinado a una Comandancia del sureste Peninsular, así que me dispuse a realizar todos los requisitos y trámites obligatorios para obtener la lista de embarque en el Gobierno Militar de la Plaza. Luego al acercarme al Puesto para comunicar mi partida al Comandante del Puesto, el Brigada me entregó una hoja en blanco para poder viajar por ferrocarril hasta mi destino y que no me costase nada. ¡Vaya!, que importante era, viajaba en el tren por “la gorra”, bueno mejor dicho por el tricornio. Ya deseaba volver de permiso y contárselo a uno de los amigos de la panda, que su padre era ferroviario y todos los días nos metía por las narices que el viajaba en segunda y no le costaba nada.
Que orgulloso me encontraba en el andén de la estación del ferrocarril, con mi uniforme verde y cubierto con un sombrero de charol negro, en realidad era esta prenda la que verdaderamente te marcaba y te separaba un poquito del resto de los mortales, que deambulaban por la estación. Ese tricornio para unos simbolizaba, la tranquilidad, el amparo, la protección en una palabra la seguridad. Para otros respondía, al desprecio, a la repudia, al odio, para la mayoría era la más pura indiferencia y para los “progres” aquellos que leían el Romancero Gitano de Federico Garcia Lorca como si se tratara del catecismo, para éstos, la prenda de cabeza que yo portaba con tanto gusto, la veían odiosa y mucho más negra que un pozo sin fondo.
El pitido junto a una fuerte sacudida del tren, me hizo despertar de una pequeña cabezadilla que sin quererlo yo me había cazado, al parecer estábamos entrando en agujas de la estación término del viaje, Durante todo el trayecto largo y pesado, había hecho esfuerzos sobrehumanos para evitar dormirme, que feo había sido ver a un guardia dormido y si encima hubiese roncado, ¡vaya espectáculo!. En la academia nos habían dicho que eramos centinelas permanentes y yo lo estaba llevando hasta los últimos extremos, incluso tuve unas palabritas con mi Chicharrilla, al intentar seguir al pie de la letra, las ordenes, los consejos, las instrucciones, que había recibido durante mi permanencia como alumno en la academia. Sin embargo el sueño, una simple cabezadilla, me había vencido, no era tan vital como yo pensaba. La representación que deseaba llevar con el máximo celo, era desbordada en la primera prueba y la razón de nuevo estaba de su parte.
Una gran maleta negra que había comprado en la academia, contenía todo el equipo personal de dotación obligatorio en mi uniformidad, además de unas prendas de paisano, apenas si podía levantarla del suelo del peso que tenía. También llevaba una bolsa de deportes cuya cremallera se había reventado y el contenido de la misma quería salirse al exterior, menos mal que se lo impedían las asas que entrelazadas las llevaba yo asidas de la mano y por último una bolsa de plástico con las viandas para el camino. Todo ello formaba el conjunto de mi equipaje.
Bajé del tren y allí rodeado de toda clase de gentes, maletas, de bultos, carretillas fui avanzando hasta la salida de la estación y me di cuenta que nadie se fijaba en mi. Seguí la corriente de este flujo humano hasta la salida, disimulando lo más posible las escasas fuerzas que tenía pues a cada paso que daba, la maleta cambiaba de mano y un sudor frio resbalaba por mi frente, me daba cuenta que me estaba quedando de los últimos en abandonar la estación, de seguir con esa lentitud no encontraría ningún taxi libre, no tuve más remedio que redoblar mis fuerzas y atravesé la puerta de salida mirando a diestro y siniestro en busca de un taxi.
Las manos ocupadas en llevar los bultos, no eran las únicas encargadas de transportar toda la carga de la que yo era portador. Llevaba en otra parte del cuerpo un utensilio en una ocasión buscado en el interior de un baúl y del que en esos momentos era su portador y su usufructuario durante todo el período que permaneciera en el Instituto Armado. La tira de dos centímetros de cuero negro que cruzaba mi pecho en bandolera hasta el lado izquierdo a la altura de la cintura terminaba en dos mosquetones en los que estaba prendida una pistola de 9 mm. largo, la tira se clavaba en mi hombro e incluso su roce llegaba a molestarme. De esta guisa como diría D. Quijote, salí de la estación y tome el único taxi que quedaba libre. Después de tomar aliento, le indique al taxista:
-A la Comandancia por favor-.
El taxi se encaminó al centro de la ciudad y se detuvo frente a un edificio antiguo. Al pasar a su interior, de nuevo una impresión de pobreza lo invadió todo, el guardia de puertas me indicó que me dirigiera al dormitorio de solteros. Al pasar por el patio para dirigirme al dormitorio, observé que una de las paredes del edificio, estaba apuntalada con unas vigas de madera encajadas en el suelo en forma de anclas y a duras penas sujetaban a una de las paredes. ¿Cómo podía ser, que en esas casas cuarteles tan míseras vivieran los hombres cuya vida estaba entregada a defender a un régimen que tan poco se acordaba de ellos?. Las piezas del puzle, unas encajaban a la perfección y otras, no encontraba la forma de casarlas.
El dormitorio en el que entré, era una nave de techos altísimos y en su bóveda unas pinturas entre grandes desconchones. Se podía distinguir unos angelitos regordetes con bandas entrecruzadas que habían perdido su color enmarañadas sin ningún significado en concreto, al menos eso creí yo. Pasé unos momentos observándolas, pero creo que si sigo mirándolas un poco más, me habrían levantado un dolor de cabeza de aúpa y yo no estaba para coger ni una cosa más de las que ya llevaba de la mano. En aquella estancia ya se encontraban otros diez novatos como yo, que ya estaban vestidos con el uniforme de presentación a la espera de recibir órdenes. Me puse el uniforme y esperé con ellos hasta que alguien nos indicó que nos acercáramos al bar.
A las 11,50 horas un brigada con unos folios en la mano entró en el bar y solicitó silencio, extensivo también a los veteranos que se encontraban en el local tomando el refrigerio matinal, que todo buen oficinista que se precie, sea de una u otra Institución del Estado, provincia o municipio que se precie, cumple como si se tratara de un ritual religioso, y la verdad es, que los esfuerzos tan sobrehumanos que realizan, necesitan de ese refrigerio para continuar la labor emprendida a las nueve de la mañana.
El Brigada comenzó a leer nuestros nombres y al contestarle ¡presente!, te comunicaba al Puesto que habías sido destinado. En total fuimos quince los que estábamos destinados de las Academias hasta aquella Comandancia de Costa, que con la reorganización sufrida ese año en el Cuerpo, había cambiado de numeración, lo demás seguía inmutable.
Cuando tocó el turno de mi nombre, contuve el aliento, agudicé el sentido del oído y contesté.
-¡Presente!-
-¡A Centeres!-
¡A Centeres!, jamás había escuchado ese nombre, naturalmente me encontraba lejos de mi “Patria chica”, que así era como llamábamos antes a las Autonomías. De aquella provincia conocía el nombre de alguno de sus pueblos importantes, pero Centeres ni idea, intentaba asociarlo a algo pero no lo situaba en el mapa, pero desde luego en la costa estaba obligatoriamente.
Me acerqué a un veterano que estaba apoyado en una de las dos columnas del local, no había perdido detalle del acontecimiento que se desarrollaba en al bar, se hurgaba los dientes con un palillo, pero en ese momento su mirada se dirigía a mi, fue ese motivo el que me hizo dirigirme a él.
-Por favor, ¿me puedes decir dónde está Centeres?-.
No me había quitado el ojo de encima desde que me señalaron el destino, sacó el palillo de entre los dientes, movió la lengua justo en la muela que acababa de estar hurgando y me dijo:
-¿A quién te has agarrado, pijo?. Vas al mejor Puesto de la costa-.
Lo de pijo, no me gustó mucho, estuve a punto de decirle cuatro cosas a aquel veterano presuntuoso, pero la Chicharrilla intervino milagrosamente.
-¿Porqué no dejas tus energías, para cuando tengas que llevar la maleta?, aprovéchate de este “caimán”, verás cómo te pone en cinco minutos al corriente de cuanto desees saber-.
-¡Vale!-.
Le iba a volver a repetir la pregunta al “caimán”, cuando éste me cogió por el hombro y me acercó a la barra del bar. Si, me había gustado mucho el apodo que la Chicharrilla le había puesto a aquel expectante guardia. No se había perdido ni un detalle de los destinos que nos había tocado a cada uno de los novatos que estábamos allí, él debía de conocer todos los Puestos de la Comandancia al dedillo y debió de alegrarse mucho, cuando me dirigí a él, para preguntarle por mi destino.
Ya en la barra y al amparo de unos vinillos, el veterano se presentó a mi como el Guardia Pepe, estaba destinado en armamento, pero conocía al detalle el Puesto que me había tocado por haber estado destinado en el, en un período superior a diez años. Comenzó a explicarme que cuando se fusionaron los Cuerpos de Carabineros y la Guardia Civil, él fue el primer Guardia 2º que sentó plaza en Centeres. Después vinieron detalles y mas detalles de las gentes del lugar, que posiblemente hubieran pasado ya a mejor vida y por último, volvió a insistirme, en que a quien me había agarrado para ir a ese Puesto tan bueno de la costa, yo le insistí, que no era de esos lares y que no conocía a persona alguna que hubiera intercedido por mí para ocupar esa vacante.
El seguía insistiendo en ese punto, cuando el Brigada que había anunciado nuestros destinos, volvió a dirigirse a nosotros para que le siguiéramos, el Jefe quería conocernos. Nos dijo también, que después de la presentación, el que quisiera marchar a sus destinos podía hacerlo, nos ofreció la posibilidad de quedarnos a comer en el comedor de la Comandancia, anunciándonos que el que lo deseara hacer, debía de comunicarlo al encargado del bar en ese momento.
Seguimos al Brigada por un pasillo hasta la puerta principal de entrada, desde la cual arrancaba una escalera ancha, a ambos lados unas barandillas de madera con unos pasamanos nacarados, los peldaños también eran de madera muy desgastados pero estaban limpios y desprendían un fuerte olor a lejía. Muchos años tenía aquel edificio y con el la escalera, pues a medida que íbamos pisando cada escalón, el crujido de las maderas al poner el pie en ellas, escuchábamos los lamentos propios de un ser, que está deseando que le llegue el retiro para descansar. En aquel preciso momento de descanso nada. Remontamos la escalera siguiendo al Brigada y los lamentos y quejidos de aquellas tarimas se convirtieron en un orfeón descontrolado, cuando todo el grupo estaba pisándolas, pero a pesar del escándalo musical, un Guardia que bajaba por la escalera muy atropelladamente, se tropezó con el Brigada.
-Es que no ves por dónde vas ¡pijo!-.
-¡Perdone usted mi Brigada, no me he dado cuenta de su presencia!-.
¡Demontres!, de nuevo “pijo”, la palabrita parecía estar hasta en la sopa. Dejamos la escalera y continuamos por un pasillo ancho escasamente iluminado, varias puertas a ambos del mismo y la música de las tarimas seguían con nosotros, ya que el piso era del mismo material que la escalera. De los despachos se escuchaban las teclas de las máquinas de escribir y los timbres de los carros al final del recorrido en el renglón de turno. Por fin, llegamos a la última puerta del pasillo, ante ella nos detuvimos el grupo guardando silencio y a la espera de acontecimientos. El Brigada dio unos golpecitos con los nudillos a la puerta, la entreabrió a la vez que decía.
-¡Da Usia su permiso, mi Teniente Coronel-.
-Pase Brigada-.
-Mi Teniente Coronel, aquí están los Guardias que se incorporan a la Comandancia procedentes de la Academia-.
-¡Pasen!-.
A duras penas pasamos al despacho, este no tenía la capacidad suficiente como para estar holgados todos los que en el entramos. La mesa tras la cual se encontraba sentado el Primer Jefe de la Comandancia, se encontraba situada justo enfrente del balcón de la habitación, unas cortinas de terciopelo oscuro impedían que la poca luz que entraba del exterior pues el día estaba nublado, nos dejara ver con un poco de claridad el despacho y su inquilino. Solamente a duras penas podíamos distinguir la silueta del superior que lo ocupaba. A su derecha, justo en el canto de la mesa, se encontraba de pies un oficial, posiblemente su ayudante. Recordé el despacho del jefe de personal de la fábrica que había dejado y como siempre, me preguntaba. ¿Habrá alguna explicación para esta anomalía?. Iba a intentar conversar con la chicharrilla sobre la diferencia de ambos despachos, cuando el Teniente Coronel se dirigió a uno de los que estábamos allí.
-¡Haber tú!, ¿A dónde vas destinado?-.
-A Sombrillas, mi Teniente Coronel-
Giró levemente sus ojos y a pesar de la oscuridad en que quedaba sumergida su cara dentro de la penumbra de la habitación, vi como sus pupilas se clavaban en las mías.
-¿Y tú?-.
Trague la saliva que se me había quedado atascada en la garganta, desde el momento que clavó sus ojos en mí y a pesar de encontrarme en posición de firmes, que no había abandonado desde el momento de entrar en su despacho, di un taconazo, saqué pecho y pensando que se trataba de la misma pregunta que había hecho al anterior, le contesté.
-¡A Centeres, mi Teniente Coronel!-.
-Buen Puesto Brigada le ha tocado a este Guardia, y esbozando una leve sonrisa continuó. ¿Es este tu recomendado de turno?-.
-No mi Teniente Coronel-, contestó el Brigada, -le ha tocado por lista.
-Os dais cuenta Guardias, en esta Comandancia la equidad en los destinos es norma esencial y en los servicios….-.
Interrumpió el discurso que comenzaba a dirigirnos y mirando fijamente a un novato de la segunda fila, que debía de estar algo despistadillo, mirando a las “musarañas” o intentando averiguar el significado de la palabra equidad, le dijo:
-Tú, si tú, no sabes estar firmes, parece ser que no te interesa nada de lo que yo digo, ¡que pasa!, te lo sabes todo. Brigada tome nota de este sujeto y pon en antecedentes a su Comandante de Puesto, para que le instruya sobre el capítulo del Reglamento de Presentaciones y cuando este al corriente del mismo, me dará cuenta por escrito-.
Hasta el momento de la interrupción del discurso, la voz de aquella silueta sentada ante su mesa de despacho, me pareció hasta paternal, pero a partir de ese momento cambió la entonación, se convirtió en fuerte, seca y acerada. Si pretendió asustarnos, a fé mía que lo consiguió. Estábamos pegados los unos a los otros, como resguardándonos del airecillo que entraba por el balcón y deseando que diera por concluida aquella presentación.
A pesar de que el grupo era numeroso, yo sentía la sensación de que el Jefe se estaba dirigiendo solamente a mí y volví a tragarme la saliva que se iba acumulando en mi garganta nuevamente. Me preguntaba ¿porqué pretende asustarnos? Recordé de nuevo al Jefe de Personal y a los mandos de la fábrica, que había dejado meses atrás para incorporarme al Instituto Armado. El discurso fue corto, pero desagradable, más de ilusiones por las palabras que nos dirigió, por la forma despectiva, dominante y soberbia hacía aquellas personas, alguna de ellas entre las que me encontraba yo, llenas de ilusiones, de afanes y ansias por cumplir y entregarlo todo, sin apenas esperar otra cosa que unas palabras de agradecimiento. Pero como en todas las demás cosas, sus motivos tendría para echarnos aquel discurso, que dio por concluido con las siguientes palabras:
-Y los que vais a primera línea de plaza (zona en la que se encuentran ubicados los Puestos del Resguardo en la costa). ¡Ojo!, al que encuentre mal, ¡me lo cargo!. Brigada, comuníqueles que antes de la “Lista” (acto militar a las 21 horas, en el que se pasa lista y se comunica el servicio a cada individuo, que le corresponde realizar para el día siguiente), tendrán que estar en sus respectivas Unidades. Siempre hay algún listo que llega pasadas las nueve de la noche para que su Comandante de Puesto, no le nombre servicio para el día siguiente-.
¡Puf!, vaya ánimo que nos daba, menos mal que el acto duró poco. Salimos del despacho y la mayoría corrió zumbando a sus destinos, si tenían ganas de llegar, estas habían aumentado después de escuchar al Jefe.
Por mi parte y según las explicaciones que me dio el “Caimán”, el Puesto al que yo iba destinado, estaba en el ojo del huracán, nada menos que estaba en primera línea de playa y tenía varios atractivos, unos positivos y otros negativos, entre estos últimos era que los servicios eran de sol a sol y de los positivos, se encontraba una gratificación especial de mil cincuenta pesetas. Pero esa zona de la Comandancia, parecía que era la favorita del Jefe por diversas circunstancias y el Jefe es el nombre abreviado que servía para designar al Iltmo. Sr. Tte. Coronel Primer Jefe de la 321 Comandancia de la Guardia Civil, cuya autoridad comprendía toda la provincia y que por los años sesenta, daba los últimos coletazos de su poder absoluto y omnímodo.
No quiero terminar este episodio, sin alabar al Jefe en su equidad al cumplir con el artículo cuarenta y siete de nuestro Reglamento que dice así:
Art. 47. -Se prohíbe a todo individuo del Cuerpo el uso de recomendaciones para logar resoluciones favorables a sus peticiones oficiales, lo contrario implica una provocación a la justicia. El que tal intente será severamente castigado.-.


Próximo Capítulo: El Ventorro de los Buenos Aires.

Capitulo IX -LOS BOMBEROS-

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