martes, 3 de marzo de 2020

CAPÍTULO II: EL PRODUCTOR

                         Imagen bajada de la red














Han pasado tres años desde el día que me arriesgué a fisgar un baúl que tenía en mi dormitorio, de el obtuve como premio un librito que aún sigue en mi mesilla de noche, pero además de este hecho del que fui protagonista en directo, en otro lugar de la ciudad y a esa misma hora, mi porvenir se había estado negociando. Las prórrogas que me había concedido mi madrastra, por si sonaba la flauta por casualidad para aprobar unas oposiciones, iban a tener un final muy próximo. 

Hasta ese momento todas mis energías, que no eran muchas, esa es la verdad, se dedicaban exclusivamente a preparar unas oposiciones de ingreso a la Academia General Militar. La empresa era ardua y difícil, pero si además no ponía toda la carne en el asador, el resultado para conseguir uno de esos privilegiados puestos de la esfera militar, os lo podéis imaginar. Iba a ser el tercer año que me presentaba a las pruebas y el resultado se veía venir, naturalmente mi madrastra que era una mujer muy lista, creyó dar por cerrada esa vía y buscar otra más asequible para mí. Ella estaba bien relacionada, una nueva visita a su amiga Dª. Mabelina, sirvió para que volvieran a debatir mi futuro bastante incierto en aquellos momentos y sin más, decidieron entre ambas mi porvenir. Debía de colocarme como obrero, en una importantísima fábrica de vehículos de la ciudad y en la cual, el hijo de la mentada señora, ocupaba un cargo clave en la dirección de la misma. Por una de esas plazas de acceso a ese puesto de trabajo, suspiraban toda clase de personas de las distintas categorías sociales, ya que los salarios que pagaban, eran muy elevados en relación al resto de empresas. Por entonces, el consumismo hacía su aparición y naturalmente para consumir, se necesitan “pelas” y éstas, en esa factoría parecía que las tiraban.

Al principio de los años sesenta unos marchaban a trabajar a centroeuropa y otros más afortunados, se quedaban en estas empresas de nueva creación, que surgían por doquier, dando trabajo a las generaciones nacidas después de la guerra.
Y entré por la puerta grande de la recomendación, para ocupar el escalón más bajo en la cadena de la industria, era un peón. Naturalmente en aquella nave llena de contenedores repletos de piezas, pegados a ambos lados de una larga e interminable cadena de montaje, esta se retorcía varias veces dentro de aquel recinto inmenso, para así de esa forma aumentar su longitud, sobre la que, una legión de empleados especializados, se afanaban sobre los chasis esqueléticos de los vehículos en operaciones, que poco a poco iban dándole una forma preconcebida, hasta convertirse en un maravilloso coche utilitario. Los estudios que tenía, no servían de nada frente a aquella oruga que se retorcía por la nave.

Mi trabajo era sencillo, consistía en recoger unas piezas de los contenedores que estaban situados a una distancia de quince metros y llevarlos hasta la línea de montaje, allí los especialistas que recibían este suministro con mucha habilidad, colocaban en su lugar las piezas al vehículo que tenían enfrente. En este otro escalón se exigía; habilidad, destreza, seguridad, rapidez, pero sobre todo aguante, ya que desde el momento que echaba andar la cadena, los coches no se detenían y la operación sobre los chasis de los vehículos arrastrados, debía de hacerse en el momento justo, para no entorpecer al resto de los operarios, que entraba a saco en el coche de turno.

Había algo más que estaba cambiando en los años sesenta, los años de la década prodigiosa y en verdad que lo fue. Ese algo, era el lenguaje empleado para designar a los empleados. A todos los que estábamos en aquella fábrica de obreros, no se nos llamaba obreros, éramos productores, esa fue una forma de ampliar la clase media e intentando de esa forma eliminar la lucha de clases.

¡Pues sí!... Al obrero, el escalón más bajo y elemental en la cadena de trabajo, el que elabora físicamente con las manos, el que carece de conocimientos intelectuales, generalmente por no haberlos podido adquirir en los centros de enseñanza, muy precarios y escasos en años anteriores o porque otras necesidades más acuciantes les obligaron a no acercarse por la escuela. ¡Pues sí!... A este escalón, el más bajo de cualquier sociedad industrial, se le colocó el eufemismo de “productor”.

Corrían tiempos modernos, los años sesenta abrían paso a los “planes de desarrollo”, que a pesar de todos los pesares, eran una creación del “franquismo” y sus forjadores, un trío de tecnócratas provenientes del área económica, los “López” (Rodó, Letona y Bravo) éstos quedaron señalados como promotores de la modernidad, del desarrollo y del nacimiento de industrias, que como hongos surgían por doquier en la España del dictador. El cambio económico vendría a continuación en la España que seguía a pesar de todos los pesares regida por el Caudillo y comenzaba a notarse por doquier. Para aquellos que esperaban el desmoronamiento del régimen, tenían de nuevo que aprovisionar sus mochilas, continuando así su larga y penosa travesía por un desierto, que con esos “planes” se agrandaría aún más.
La gigantesca máquina de la nación comenzaba a desperezarse, a lubricar sus engranajes, a modernizarse, a salir del subdesarrollo en el que nos hallábamos sumergidos y es en ese momento precisamente, cuando el nombre de “obrero” comenzó a caer en desuso. A los nuevos trabajadores que iban siendo empleados en las nuevas factorías, creadas en los “planes de desarrollo”, además recibían sus salarios metidos en unos sobres y a esos se les llamaba “productores”.

Naturalmente el nombre de “productor” nos les evitó que siguieran trabajando, “el curro es el curro”, pero el nombrecito era bastante sonoro y a la hora de presentarse ante los amigos y familiares o en el momento de ser recibidos por los padres de la novia el sobrenombre sonaba mejor. Los que se habían desplazado de los pueblos hasta la capital, en busca de uno de estos puestos en la industria, cuando regresaban a sus lares, no solo lo hacían de simples obreros, sino que eran productores a los que en ocasiones, se les agregaba el calificativo de especialistas.
Se entraba en una nueva era y de utilizar un pico, una pala, un azadón o unas tenazas, herramientas todas ellas muy comunes hasta entonces, se pasaba a tener entre las manos; cajas metálicas con toda clase de llaves, taladros, compresores, pistolas a presión y otras herramientas, que hasta ese momento, solo eran conocidas por los estudiantes de grados medios, por los dibujos en los libros de estudio. También se aumentaba el vocabulario con palabras técnicas, la mayoría con nombres ingleses.

A propósito de este nombre de “productor” y de sus orígenes, os voy a recordar un hecho curioso ocurrido en los años ochenta, que imitaba esta moda con otro sector de la sociedad, los “gitanos”. Durante una temporada de no muy larga duración, alguna mente preclara del estamento político entre comillas de aquellos años, creyó haber encontrado la piedra filosofal para la integración de las razas y obligó a que en los documentos oficiales, para designar a los gitanos, tuviéramos que utilizar expresiones tales, como: “De raza aceitunada”, “de tez morena” o “norteafricanos”. Pero si el gitano es gitano de pura cepa y además se siente orgulloso de pertenecer a esa raza, a sus costumbres, a sus leyes, a ser dirigidos por sus mayores, ¡entonces! ¿Por qué confundirlos? Y al obrero ¿es que, por ser productor, le vas a dar una participación en la industria? Pues bien, si eso hubiera sido así, desde luego que habría sido una revolución social incruenta, pero esta segunda parte no estaba incluida en los “Planes de desarrollo”.

¿Qué inteligencia política fue, la que quiso dejarle en calzoncillos al padre de Jesús? Tantos siglos siendo San José Obrero, el elegido como padre de Nuestro Señor Redentor, el obrero modelo a imitar, el patrón de todos los trabajadores, ahora por obra y gracia y no precisamente del Espíritu Santo, había que llamarlo “San José el Productor”, el esposo de la Virgen María la madre del Divino Niño, de los de la “tez morena” y naturalmente de los demás también, vamos creo yo.
Pero que mentes tan privilegiadas e imaginativas, se encuentran en los órganos de poder, dedicadas a dar a luz nuevos calificativos, a resolver asuntos tan normales, tan naturales, tan simples, complicándolos de tal forma, que al final ni ellos mismos se creen lo que tan sesudamente paren.
No, no me he marchado de la fábrica de coches todavía, esto ha sido un lapso. Llevaba ya una temporada en la fábrica, acarreando piezas a los puestos de cadena y observando con atención, la habilidad con la que ejecutaban las operaciones sobre los vehículos los especialistas. Con las ganas de progresar mías, de vez en cuando, alguno de estos especialistas me permitía suplantarle y colocar alguna de las piezas en el coche, con el consiguiente descanso para él. Fue precisamente el día que cumplía el tercer mes en la factoría, comenzaba a cansarme un poco de mí puesto de peón, cuando un especialista sufría un contratiempo y tuvo que retirarse de la cadena, yo me encontraba cerca de su puesto de trabajo. En ese momento, ella siempre atenta y muy pendiente de lo que sucedía a mi alrededor, me dijo: -Esta es tu ocasión, acércate a la cadena, has visto hacer esta operación cientos de veces, no te acobardes, no pienses lo que puedan especular de ti los demás date prisa que el coche no se para-.

Sin vacilar y para evitar que el coche saliera sin aquellas piezas puestas, me acerqué al puesto de trabajo vacante y realicé la operación, que día a día había venido observando con interés. Esta consistía, “en colocar el faro derecho, el piloto trasero derecho, la colocación del manguito al radiador apretando la abrazadera y finalizando con la colocación de una tira de embellecedor en el lateral derecho del vehículo”. Desde ese momento el puesto fue para mí y conseguí el título de “productor especialista”. Ese gesto de voluntariedad me congració con el encargado y resto de mandos superiores y a partir de entonces, fui subiendo peldaño a peldaño, cuatro grados en la escala mecánica laboral durante los dos años y seis meses que permanecí en la factoría.
El porvenir en la fábrica estaba asegurado, la producción aumentaba día a día, la ampliación de sus naves y edificios indicaban, el gran porvenir que se presentaba a esa industria. Se necesitaban mandos intermedios, para ampliar la gran empresa que se estaba construyendo y para la formación de los especialistas, que se estaban incorporando a la misma al aumentar su producción.

¿Era ese mi futuro? Parecía halagüeño, cuantos habrían deseado encontrarse en mi piel.
El dos de julio de mil novecientos sesenta y tantos, me entretuve un poco más que de costumbre en los vestuarios, bajé las escaleras y llegué al aparcamiento de las motocicletas, donde estaba mi vespa. Cuando me acercaba a la salida y próximo a la puerta de la fábrica, vi como uno de mis compañeros, precisamente el anterior a mi puesto de trabajo, no esperaba el paso de un vehículo que circulaba por la carrera y creyendo que le daba tiempo... La Chicharrilla me lo advirtió: -”No le va a dar tiempo”-.

Quise gritarle para que parase, para que no se incorporara a la carretera y esperara a que pasara el vehículo, pero por miedo al ridículo no abrí la boca, aunque todo mi ser se encontraba delante de él, intentando detener su motocicleta. En un segundo, él se incorporó a la circulación de la vía preferente.
El impacto no fue muy violento, pero el motorista cayó y su cuerpo rodó por el asfalto, su cabeza fue la que más sufrió cuando se golpeó contra el duro suelo, en esos años las cabezas se encontraban desprotegidas, pues el casco que con naturalidad se colocan los motoristas y ciclistas en la actualidad no sólo no era obligatorio, sino que se consideraba un poco excéntrico. Fueron unos segundos los que pasaron hasta que le recogimos, la sangre que manaba en abundancia de su cabeza, había teñido de rojo el asfalto. Los gestos de impresión por parte de los que le auxiliamos, mientras le llevamos hasta la enfermería y salir de nuevo a la calle, se hicieron notar cuando comentamos el suceso.

El turismo y la motocicleta permanecían ocupando el centro de la calzada, impidiendo el paso del resto de los vehículos que utilizaban esa vía. A esas horas de la salida de la fábrica, la calzada se llenaba de toda clase de usuarios y en aquellas fechas, el atasco fue impresionante, pero nadie se atrevió a retirar los vehículos accidentados.
No pasó mucho tiempo, hasta que a lo lejos se pudieron escuchar unas sirenas, que a medida que se iban acercando, se hacían más estridentes y chillonas. Una pareja de motoristas de la Guardia Civil, igualitos a los que hacía tiempo me habían denunciado, llegaron al lugar del accidente. Su presencia causó alivio por parte de todos los conductores y curiosos que habían permanecido expectantes, hasta que descendieron de las motocicletas. Uno de ellos marcó con tiza la situación de los vehículos implicados, el otro tomó notas en una libreta, luego se dirigió al grupo de curiosos, para solicitar información del accidentado, una vez marcada la silueta de los vehículos pidió la ayuda de los presentes, para retirar los vehículos siniestrados de la calzada.
Después los silbatos de los agentes se hicieron notar y todos como por encanto, se dirigieron a sus vehículos, montaron en estos y momentos después, aquella pequeña aglomeración de unos pocos coches, muchas motos e infinidad de bicicletas, todos ellos detenidos por causa del accidente en esa hora punta de la salida de la fábrica, se ponían en marcha.

Poco a poco también fue desapareciendo aquella pequeña aglomeración de peatones curiosos y la circulación volvía a la normalidad, yo me quedé quieto en la acera observando todos sus movimientos, llegaría tarde a casa a comer pero merecía la pena el espectáculo. Me acerqué hasta las motos, que grandes eran en comparación con mi vespa y en su velocímetro una cifra llenaba mi pupila, 180 kilómetros como la velocidad máxima a la que podían circular. Que ilusión poder cabalgar en una de aquellas motos y si además llevabas puesto ese uniforme... ¿Qué más se podía esperar?
Llevaban pocos años prestando ese servicio de vigilancia de carreteras en nuestra nación, pero para la mayoría de la opinión pública, ya se habían ganado el título de “Los Ángeles de la carretera”, naturalmente otros ciudadanos los llamaban “Los aceitunos” e incluso cosas peores. Ya sabemos que tiene que haber de todo en esta vida, además mientras pongan al vecino o a ese compañero al que tenemos rabia una multa, todo va bien, lo malo es, que sea a ti al que rasquen el bolsillo, entonces pasamos la valla y cambiamos la chaqueta inmediatamente.

En la fábrica por muchos años que estuviera, no iba a salir de la misma rutina; los mismos coches aunque cambiasen los modelos, las mismas naves aunque las ampliaran, los productores hacinados sobre los coches quitándose los unos a los otros el aire para respirar con tal de terminar las operaciones antes del tiempo previsto, adelantar las rutinas para poder acercarse a tomar un café a la máquina.
Las seis de la mañana, los aullidos de la sirena recordándote insistentemente tu dependencia del trabajo, el mismo sol entrando por las grandes cristaleras que servían de techo a la nave, los golpes secos, las imprecaciones que de vez en cuando salían de las bocas de los operarios, cuando las operaciones no salían como se tenía previsto. En fin, repetir, repetir y repetir hasta la saciedad las mismas acciones durante toda la vida, que monotonía tan pertinaz y sin embargo allí, justo en aquella moto que se encontraba a mi lado, estaba otra forma de vida completamente distinta.

Ellos montados sobre esos caballos metálicos circulaban por las carreteras, haciendo kilómetros y kilómetros, hoy por la carretera de Madrid, al día siguiente por la de Soria, al otro abriendo carrera a los ciclistas, dando protección a una caravana, auxiliando a algún vehículo averiado, poniendo multas a ciertos conductores con malas costumbres y sobre todo, prestando consuelo a los heridos en los accidentes hasta la llegada de los equipos médicos, etc, etc, etc.. ¡Cuánto bien se podía hacer ocupando una de esas plazas!, ¡cuánto bien!, montado encima de una de esas motocicletas.
La sirena de la ambulancia de la fábrica me despertó de la visión que yo mismo me proyectaba. Los agentes detuvieron la circulación de la carretera, permitiendo el paso al vehículo de urgencia camino del hospital.
Después de comer un poco más tarde que de costumbre y de haber recibido una regañina por haber llegado tarde, me metí en mi cuarto y tumbado sobre la cama le pregunté a mi a mi Chicharrilla, para de este modo tener la siguiente conversación:

- ¿Les has visto?-.
- ¡Como no los voy a ver, si te has pasado un cuarto de hora contemplando sus motos!-.
- Y dime... ¿Qué te parecen?, a que son los mejores, dime, tú.. ¿qué crees?-.
- Paco, ¡no es todo oro lo que reluce!-.
- No me haces caso, con la Vespa, lo más que saco son noventa kilómetros a la hora, ¿has visto su velocímetro?, marca ciento ochenta kilómetros a la hora-.
- ¡Si, ya lo sé!-.
- Pero no es sólo eso, además de correr hacen otras cosas, ¿a qué a ti te agradaría que yo las hiciera. Entonces... ¿Qué dices?, dame tu opinión-.
- ¿Qué vas hacer ahora Paco?-.
- Que pregunta, ya lo sabes tú, leer la novelita un poco y echarme la siesta-.
- Deja la novela y saca la “Cartilla”, esa por la que se rigen esos hombres que visten de verde y van montados en esas motos tan grandes, últimamente no te veo que la hagas mucho caso. ¡Hasta luego!-.

Saqué la “Cartilla” del cajón de la mesilla, el primer artículo me lo sabía de memoria, el segundo era un complemento del primero y decía así:

Artículo segundo: El mayor prestigio y fuerza moral del Cuerpo es su primer elemento y asegurar la moralidad de sus individuos, es la base fundamental de la existencias de esta Institución.

Los párpados se deslizaron suavemente hasta entornarse y el librillo que mantenía en mis manos, se dejó caer sobre mi pecho, a la vez que por encima de la estantería donde se encontraba el baúl, una figura muy parecida a un tricornio se reflejaba en la pared.
Cuando desperté de la siesta algo sobresaltado, recordé los últimos momentos antes de caer en los brazos de “Morfeo”, fue una visión, una alucinación, un espejismo, tenía entendido que alguno de los que toman los hábitos, habían sido llamados a la senda del Señor de formas o maneras extrañas. Pero este no era mi caso, la imagen había sido premeditada, mis ganas y mi envidia hacía aquellos hombres se habían combinado, obligando a la luz que a través de las cortinas entraba en la habitación, a incidir sus rayos tenues, en la lámpara de tres brazos que colgaba del techo y de esa forma, se había producido ese efecto tan deseado por mí.
Todo esto era apenas una anécdota, pero la Chicharrilla no era ninguna ilusión y ella había sido clara.

Al día siguiente solicité una entrevista con el jefe de personal y sobre las trece horas, me comunicaron que me dirigiera a su despacho. Cuando caminaba hacía las oficinas, los comentarios de los compañeros se dejaron notar, creo que nunca contaron con que algún día, haría realidad el interés que mostraba, siempre que surgía una conversación sobre la carretera y los motoristas.
Una secretaría joven y muy mona se encontraba sentada, detrás de una mesa de despacho con las piernas cruzadas, los cinco jóvenes que se encontraban en la estancia, sentados en unas sillas de cuero negro, no la quitaban la vista de encima. Al atravesar el umbral de la puerta me preguntó: -¿Para qué se le ha llamado a Ud.?-. A lo que de inmediato le respondí en tono sereno y contundente: -Me marcho de la fábrica-.

Esas palabras fueron mágicas, la mirada de aquellos muchachos que, hasta ese momento, estaba absorta en la contemplación de las piernas de la joven secretaria, giraron y se clavaron en mi. Todos ellos debían tener concertada una entrevista para su admisión como nuevos productores en la factoría y con mi renuncia, las posibilidades de alcanzar el objetivo, habían aumentado un cero coma cero uno por ciento.
Cuando llegó mi turno, pase al despacho del jefe de personal precedido de la secretaria. Un despacho amplio, la luz del exterior entraba a raudales por una pared que toda ella era de cristal, bien se tenía que trabajar en esas condiciones, pero antes de que siguiera con mis observaciones el inquilino del mismo me preguntó: -¿Es verdad que nos quiere dejar?, ¿tan mal se le trata aquí? Tengo su expediente encima de la mesa, voy a decirle que muy probablemente se le ascienda a una categoría superior a la que tiene en la actualidad, pasará a un nivel diez, me imagino que ya sabrá Ud. que significa eso-.
El Jefe aquel, pensaba que aquellas palabras que me había dicho, servirían para persuadirme de la tontería que iba a cometer y a decir verdad, cuando insinuó un cercano ascenso y el aumento de nivel..., ¡pero no!, la decisión estaba tomada y no debía modificarla por nada del mundo.
-Señor, bueno... He decidido dejar mi puesto de trabajo, porque deseo ingresar en la Guardia Civil-. Esa fue mi única respuesta.

Quedó perplejo y su cara reflejó un asombro impropio de un ejecutivo de su categoría. A él, encumbrado en su poder de admisión, situado en esa posición privilegiada, agobiado por tantas y tantas solicitudes de peticiones de ingreso en la factoría, de familiares, amigos, conocidos y amigos de los conocidos y amigos de los amigos, a él se le presentaba un caso raro o mejor dicho un caso extraño sobre la mesa. No salía de su estupor, pero realmente su desconcierto no venía de la renuncia al puesto de trabajo en sí, sino de la segunda parte de la solicitud, aquel joven que tenía frente a él, quería dejar ese puesto de productor tan goloso, simplemente por ingresar en el Cuerpo de la Guardia Civil.
Pasaron unos segundos y repuesto de la impresión, me preguntó: -¿Sabes tú lo que vas hacer?. ¿Conoces bien a la Benemérita?... ¿Sabes que si nos acercáramos a Fabio Nelli (1) o a Tenería (2) y ofreciéramos unos puestos de trabajo, se quedarían sin guardias y sin policías esta provincia?-.

(1) Palacio de Fabio Nelli lugar dónde se encontraba ubicado el Tercio de la Guardia Civil.
(2) Plazuela en la que se encontraba el edificio que albergaba la Bandera de la Policía Armada y de tráfico.

Enmudeció de nuevo durante unos instantes, mordió su labio inferior con los dientes, se levantó de su asiento e inclinando su cuerpo sobre la mesa, me tendió la mano, al cogerla y apretarla con fuerza, noté un sentimiento de afecto que me agradó sobre manera.

Ahora en la distancia comprendo aquel ejecutivo que no salía de su estupor ante aquel cambio que iba a efectuar, por parte de aquel jovencito algo insensato. De todas formas parte de ese asombro, quedó despejado, cuando meses después, una vez dejada la Academia de Instrucción, al recibir mi primera paga como guardia segundo con gratificación de costa, vi reflejada en la “libreta de haberes”, anotaba personalmente la cantidad de 5.927 pesetas, en una de las casillas de descuento se reflejaba una cantidad de 323 pesetas en concepto de vestuario, este me lo habían entregado en el momento de incorporarme al Cuerpo y debía de pagarlo durante los próximos dos años. Por el contrario, el último sobre que recibí en la factoría; sin horas extras, ni festivas, ni nocturnas, la paga ascendía a la cantidad de 10.788 pesetas, así como el vestuario y toda clase de utensilios necesarios nos eran entregados de forma gratuita. Pero había algo más valorado por los compañeros casados, nosotros los Guardias Civiles carecíamos de la Seguridad Social de la que gozaban cualquier clase de obreros en las empresas, nosotros dependíamos de la sanidad militar en las capitales y en los pueblos de la filantropía, de la generosidad, de la beneficencia, en una palabra de la caridad y porque no decirlo también, del aprecio e interés de más de un facultativo hacía todo aquello relacionado con el Instituto Armado, otros por el contrario caciques se valían de su posición para humillarte.
-¡Ejem, ejem!-. Si, ya lo sé, tú también influiste. Sabes, estoy observando que te va gustando el protagonismo y eso que no eres de este mundo.




Continuará...

Próximo Capitulo: LA ACADEMIA









Capitulo IX -LOS BOMBEROS-

     Imagen bajada de la red R egresamos del servicio nocturno sobre las siete treinta horas de la mañana y durante el tiempo que me tocó p...