domingo, 3 de enero de 2021

Capitulo IX -LOS BOMBEROS-

 

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Regresamos del servicio nocturno sobre las siete treinta horas de la mañana y durante el tiempo que me tocó pasarlo en vela, no hice otra cosa más, que darle vueltas a la cabeza, pensando en la forma de meter mano a las sábanas. Pensareis, vaya unos pensamientos tiene un agente del Resguardo en plena faena de su trabajo, la verdad es, que veréis porque salen a relucir las sábanas. Si que guardan alguna relación e incluso hasta podemos llegar a momentos de gran intensidad viril, más no van por ahí los tiros. Tampoco es que ellas, las sábanas, se dirigieran a mí directamente al ser una cosa inanimada solicitando algo necesario, pero llevaba ya unos días, que cuando me acostaba en la cama y al meterme entre ellas o al estirarlas por la mañana para que se oreasen un poco o posteriormente cuando las cubría con la colcha, la Chicharrilla hacía algún comentario.

-A este paso te van a comer los currucucos, pero ¿no las ves?, parece que van tomando un color enfermizo-

Y la solía contestar un poco angustiado. -Si claro, pero, ¿Quién las tiene que lavar?, que bonitos se ven los toros desde la barrera-

La respuesta era rápida y concisa.

-Que quieres, ¿Qué las lave yo?, un ser etéreo, no dejes pasar más tiempo y lávalas ya en la explanada hay una hermosa pila de lavar-

Llevaba unos pocos días muy pesada, la cantinela me la sabía de memoria, el caso es que tenía toda la razón. El resto de las prendas las lavaba en un balde de chapa, que el anterior inquilino del pabellón había dejado, como prenda por unos desconchones que había hecho en la pared, según me contó el Cabo cuando le presenté el inventario del pabellón. Ahora bien, las sábanas eran otro cantar, así que esta mañana había venido decidido a meterme con ellas, no serían un obstáculo en mi vida cotidiana y hasta algún día podría dar alguna lección…. ¿a quién? Las metí en el barreño, cogí el cubo de agua empecé a descargar el agua sobre ellas, hasta que me di cuenta, que el líquido se desbordaba y caía al suelo mojando las baldosas, aquella situación se me iba de las manos, no era mucha el agua, pero si hacía alguna gotera al vecino de abajo, no sé qué me pasaría, vamos una gotera del piso de arriba en el que no hay agua corriente y con lo escaso que andábamos de ese líquido elemento, para matarme.

En este primer intento había fracasado, recogí el agua caída y de esa forma aproveché para fregar el suelo de todo el pabellón, que también lo necesitaba un poco. Ahora sí que ya no podía volver atrás, las sábanas estaban mojadas, el siguiente plan siempre lo había rechazado, más esta vez no cabían escusas, no podía amilanarme, ni avergonzarme, ni sonrojarme, las lavaría como Dios manda, en el lavadero que se encontraba junto a las letrinas y que era donde las mujeres ejercían esta labor doméstica. ¡Qué vergüenza!.

Repito, ahora ya no podía dar marcha atrás, cogí el barreño con las sábanas y dentro un cantero de jabón, aún no daban los vecinos signos de estar levantados y bajé las escaleras con sumo cuidado para no despertar a nadie e intentar en el menor tiempo posible, finalizar la tarea en el pilón. La Chicharrilla se puso muy contenta y me dijo:

-Fuera las vergüenzas, además tú elegiste esta profesión o... ¿Ya no te acuerdas? Que pensabas, que nada más entrar en el Cuerpo, te iban a dar una moto para que fardaras con ella. Te la vas a tener que ganar día a día-

-Tienes razón, pero date cuenta de que en este lugar en el que nos encontramos, parece que la máquina del tiempo ha retrocedido unos cuantos años. Aquí no hay agua corriente, la luz viene a 125 voltios muy escasitos y de vez en cuando salta el chivato y nos quedamos todo el cuartel a oscuras, ni siquiera hay teléfono y dice el Cabo que tampoco lo quiere y en eso todos estábamos de acuerdo, pero ¡qué bochorno! No terminé mi exclamación y ella replicó.-

-Que te ha dicho tu amado Cabo, que no pienses, ¿verdad?, pues olvídate de las mujeres, de sus comentarios, de la vergüenza que puedas pasar y manos a la obra, las sábanas tienen que volver a tener su color natural, el blanco o tendré que llamarte marrano-

La actividad en “el Ventorro”, aún no había comenzado, esperaba tener el margen de tiempo suficiente para finalizar lo que ni si quiera había empezado. Abrí y cerré la puerta de la calle con cuidado, salí al exterior del edificio, dirigiéndome a la pila de lavar y deposité allí el balde.

La faena que iba a realizar con tanto desasosiego por primera vez, me producía una desazón y solo de pensarlo, me entraban unos sofocos tremendos, un hombre entre las mujeres lavando la ropa, pero después de varias coladas, cantaba al ritmo que lavaba la ropa el estribillo de “la campanera” como lo hacía la señora Luisa, cuando realizaba cualquiera de las actividades domésticas, no solo se animaba ella, sino que su alegría inundaba todo el cuartel. Es verdad este ejemplo viene dado para cualquier otra actividad que puedas realizar en esta vida y todo consiste en dar el primer paso, olvidar los perjuicios, el omitir el quebranto del orden preestablecido y después, si tienes la suerte de que te sale bien esta primera vez, pruebas la segunda y así sucesivamente, esa acción y las siguientes veces, aun las más escabrosas acciones, terminan por convertirse en rutina.

La pila de lavar era de piedra y se encontraba junto a las letrinas, con lo que se conseguía, que el desagüe fuera a parar a estas a modo de cisterna. Aquí en este cuartel hasta las mismísimas piedras tenía asignada una función. Uno de los lados de la pila donde se apoyaba el cuerpo, caía oblicuamente hasta el fondo de la misma, su superficie era ondulada y sobre esta parte las mujeres frotaban y volteaban la ropa con soltura, más todas ellas salían de sus casas llevando sobre sus caderas una tabla de lavar de madera, que las facilitaba esta labor.

Con precipitación y con las ganas que tenia de terminar lo antes posible, coloqué el balde encima de la pila que se encontraba vacía y me dirigí al aljibe para coger el agua y llenar el lavadero. Pensaba con tres o cuatro calderos llenos del líquido elemento, tendría suficiente para llenarla y ella se volvió a dirigirse a mí con algo de mofa.

-No pienses tanto y a la faena-

Pero, ¿por qué tenía que recordarme tantas veces que no pensara?, reaccioné a tiempo para decirla. -De acuerdo, en eso no lleva razón el Cabo, pero en todo lo demás sí-.

Con estas reflexiones llegué al brocal del pozo, arrojé el caldero al interior del aljibe y escuché un golpe seco al chocar el cubo con el cemento, “Cuate, aquí hay tomate”. La chicharrilla esta vez, se había puesto del lado del Cabo, con tal de lavar las sábanas la daba lo mismo quedar mal y el Cabo volvía a tener razón.

-¡Ay Dios mío bendito!-, el aljibe estaba casi vacío, el cubo al subirlo apenas llevaba un cuarto del líquido elemento. -¡Qué desastre Señor!-, esta es una prueba más para ver si contengo mi ira. Pues bien voy a poner en prueba mis nervios, todo lo que se necesita en estos momentos es calma, mucha calma, tranquilidad en los movimientos y rapidez en la acción para terminar cuanto antes lo que ya había empezado. Estos consejos me los estaba dando a mí mismo para darme ánimos, la operación no debía abordarse por escasez de agua y la dije a ella.

-Te das cuenta como sí que pienso-. Ella estaba satisfecha al escucharme eso, pero añadí: -El Cabo es el Cabo ¡entendido!-

Fueron unas cuantas idas y venidas desde el brocal del pozo hasta la pila de lavar, hasta que se llenó lo suficiente para iniciar la colada. Antes de llegar a introducir las sábanas en el pilón, las gotas de sudor resbalaban por mi cara y se hacían notar en el cuello, de haber podido recogerlas, las habría introducido en la pila para aumentar su nivel. El tiempo jugaba en contra mía, cogía la sábana y la restregaba contra la piedra ondulada, a la vez que la frotaba con el jabón de tocador, que era el único detergente que tenía para tal menester.

No era tan fácil como parecía la faena de lavar unas sábanas, Había visto a las mujeres arrojar las sábanas al pilón y volverlas a sacar, restregarlas contra la tabla, frotarlas con el jabón y aclararlas, pero a mí, el jabón se me escurría entre las manos y tardaba un buen rato en encontrarlo en el interior del lavadero, las sábanas se juntaban en el fondo de la pila y cuando tiraba de una salían las dos, además estas pesaban como demonios.

Aquella operación a todas luces sencilla, se estaba convirtiendo en una pequeña odisea.

En una de las ocasiones en las que se me escurrió el jabón de entre las manos y con el brazo metido hasta el codo buscándolo entre las sábanas, escuché la cerradura de la puerta del cuartel que daba a la parte de atrás del edificio. Frente a dicha puerta estaban los servicios y el lavadero, así que no me daba tiempo a escurrir el bulto, ya no me quedaba más remedio que permanecer allí, dispuesto a ser la comidilla y la noticia más importante de ese día en el “Ventorro”.

La puerta se abrió y apareció por ella Sonia, podía haber sido cualquier otra persona, todos menos ella. ¿Qué pensaría de mi al verme hacer algo tampoco varonil? ¡Qué vergüenza! Me quedé de piedra, imaginaros a una de esas figuritas de los Belenes, ¡si, si!, a esas lavanderas del río, con las manos metidas en la corriente del agua helada del arroyo en pleno mes de diciembre, tienen cara de resignación cristiana esperando a que acaben las fiestas de natividad, para poder de nuevo ser guardadas en la caja con las restantes figurillas y tomar las suficientes calorías para volver el próximo año de nuevo a la orilla del arroyo.

Levanté la cabeza un poco para contestarla los buenos días, mientras mi cuerpo seguía inclinado sobre la pila y con las manos buscando el dichoso jabón. Con el rabillo del ojo me fije como Sonia llevaba en la mano un orinal y se dirigía a las letrinas. Mi amor platónico estaba por los suelos, aquello no era un espectáculo idílico, sino la pura realidad de la vida. Entonces entró la Chicharrilla en acción.

-Déjate de amores platónicos y otras zarandajas, date prisa, porque al paso que vas, no terminas ni a la hora de comer-

-Tienes razón- “ahora voy a dejar de decir, que tenía de nuevo razón cada vez que dialoga conmigo, la verdad es que, si no fuera por ella, cuantos errores habría cometido”.

Antes de verla salir por la puerta sudaba, ahora no solo era mi rostro, sino todo el cuerpo se encontraba impregnado de sudor y se pegaba a la ropa. Me pareció que no se había dado mucha cuenta de mi tarea, ella salió de las letrinas y regresó al cuartel volviendo a entrar por la misma puerta que había salido con el orinal de la mano y cuando cerró la puerta, me sentí aliviado.

Había vuelto a enfrascarme en la tarea doméstica, cuando volví a sentir el ruido de la cerradura de la puerta y esta se abrió de nuevo. ¿Quién sería esta vez? Y ¿Qué pasaba hoy?, parecía que todos los moradores de la casona quisieran ver el espectáculo. Volví a equivocarme en mi juicio como tantas y tantas veces lo había hecho antes a lo largo de mi vida. La que salió de nuevo por la puerta fue Sonia, llevaba la tabla de lavar de madera al costado y un cantero de jabón amarillo, al dejarlo sobre el borde de la pila, me di cuenta que lo iba a estrenar y se dirigió a mí para decirme:

-Paco, déjame lavarte las sábanas, pero entérate bien como se hace, porque esta será la primera y última vez que lo voy a hacer-.

Había permanecido callado, lo único que había salido de mi boca, fue el contestarla los buenos días. Ahora no sabía que decir, me coloqué al otro lado de la pila frente a ella, mi vista siguió los movimientos de sus manos metiendo y sacando las sábanas del agua restregándolas contra la tabla de lavar con una facilidad pasmosa, pero poco a poco el interés por el aprendizaje de esa faena doméstica se fue diluyendo. Sus manos finísimas estaban llenas de pompas de jabón y jugaban entre sus dedos pequeños y delgados. Sonia se inclinaba una y otra vez sobre la pila, de manera que el escote de su vestido se ahuecaba, permitiéndome ver algo prohibido y llegó el momento en que deje de acompañar mi vista a sus manos, para dedicarme a escudriñas el canalillo que se formaba entre sus pechos divinos. Me despertó de este éxtasis Sonia para decirme:

-Paco esto ya está, ahora tienes que volver a traer más agua limpia para aclararlas-

Escuché sus palabras, como procedentes de la lejanía, porque me había quedado absorto ante una visión nunca hasta ese momento tan deseada. Nunca en mi vida, había visto tan cerca unos pechos de mujer, ella no debía de haberse dado cuenta, pero cuando se inclinaba sobre la tabla de lavar, me los dejaba ver en todo su esplendor e Instintivamente dije:

-¡Voy, voy!-

Estaba embelesado o mejor dicho atontado, me parecía estar flotando en el espacio y ante tanto ensimismamiento, la Chicharrilla tuvo que intervenir para hacerme volver a la realidad.

-Vamos, te están diciendo que vayas a por agua, me estoy temiendo las consecuencias de este cuadro. Date prisa, pronto aparecerán todos los habitantes de la casa a visitar el retrete-

Salí corriendo y una y otra vez lancé la herrada al aljibe observando, que cada vez cogía menos agua, hasta que Sonia dio por cumplidas mis carreras. Sudaba y sudaba en cantidad, esta vez era de las carreras que había dado sin apenas darme cuenta. Pensaba mientras hacía estos recorridos, en la visión de aquellos pechos también formados, que estaban presentes en mi retina, apenas vistos durante aquellos breves momentos y ya formaban parte de mi existencia,

Cuando acabó de aclararlas y antes de tenderlas, me dijo que la ayudara a escurrirlas, cogimos las sábanas cada uno por un extremo y poco a poco las fuimos retorciendo, hasta que dejaron de caer ni una gota de agua, de esa forma me explicó ella, se secarían antes. Terminaba de aprender una nueva faena doméstica y había aprendido un truco para terminar más pronto la tarea. No estaba saliendo mal la labor y ya me daba igual todo lo que pasara. Ahora había algo muy interesante, que no podía quitarme del pensamiento y que, de no haber sido por las sábanas, me habría quedado sin ver.

Una sonrisa salió de los labios de Sonia, cuando al retorcer la sábana y al usar yo un poco más de fuerza, a ella se la resbaló de las manos. La broma le debió de gustar mucho, porque su alegría permanente aumento con una sonrisa más que insinuadora. Poco a poco y a medida que retorcíamos la sábana, nos fuimos acercándonos más el uno al otro, hasta que de tanto retorcerla, quedó reducida a la mínima expresión hecha un tirabuzón.

El contacto de nuestros cuerpos solamente lo impedía, la tela que sujetábamos en los extremos con nuestras manos, pero no lo suficiente para que nuestras manos se rozaran. Fue un instante divino, ella sin ningún recato me miraba a los ojos a los que yo, no había perdido ni un segundo de mirar, aquella situación duro un momento precioso, su mirada pudo más que la mía y baje los ojos hacía la sábana enroscada entre los dos cuerpos.

La vi tender la sábana en la cuerda y volvimos a hacer la misma operación con la segunda sábana, volví a retorcer la sábana con más fuerza y se la solté de las manos, la broma volvió a gustarle. La recogió del suelo y al acercarse a mí para recoger el extremo, frunció el ceño para decirme:

-No juegues, parece que quisieras que todos se enteraran de que te estoy ayudando-

-¡No, no, perdona!-

No dejaba de mirarla a los ojos y ella a los míos, hasta que se abrió una ventana y apareció la señora Luisa para decirnos:

-Buenos días, de colada ¡eh!-

-Buenos días contestamos ambos y volvió a decirnos-

-Pero, ¿no sabéis que apenas hay agua en el aljibe?, mañana vendrán los bomberos-

-Luisa, las sábanas son de Paco, le he ayudado un poco a escurrir las sábanas, el solo no podía-

El sueño, lo había estropeado la señora Luisa, pero la verdad es que un sueño a esas horas por muy planificado que este, no puede salir bien. Sonia se marchó rápidamente y no me dio tiempo a agradecerla, el trabajo, la enseñanza y la insinuación. Más un negro nubarrón se cernía sobre aquella escena tan idílica, que apenas unos minutos se había desarrollado junto al lavadero. ¿Habría visto algo la señora Luisa? o ¿se habría imaginado algo la señora Luisa?, las dudas empezaron a acompañarme desde ese momento, pero tenía algo muy importante a mi favor, ni la señora Luisa ni su marido y la verdad es, que ningún otro compañero podía ver ni en pintura al marido Sonia, le tenían algo más que aversión.

Me quedé mirando a las sábanas tendidas en una cuerda, uno de sus extremos sujeto a un poste de madera y el otro amarrado a una argolla fija en la pared de las letrinas, así de esta forma hemos llegado hasta esta obra de ingeniería y que también formaba parte del conjunto residencial del “Ventorro” y me veo en la obligación de informaros de la forma y misiones de estas maravillosas instalaciones.

Eran tres habitáculos de reducidísimas dimensiones pegados el uno al otro, para su construcción solamente habían sido necesarios unos pocos ladrillos, un montón de arena, y como mucho dos sacos de cemento, por techo seis chapas de metal recicladas de esos bidones de 200 litros que contienen los lubricantes empleados en los talleres a modo de aislante y encima de ellos estaban unas uralitas.

El de la izquierda era fácil de distinguir y saber cuál era su misión, ya que encima del tejado había un bidón de los descritos anteriormente, pero éste sin perder su estructura, al que se le había cortado la parte superior del mismo, por allí se llenaba de agua a base de calderos que traíamos del aljibe, este mini cuartito era la ducha, los otros dos habitáculos eran los váteres.

La del centro era de las damas y se distinguía bien porque en su puerta de madera, tenía clavada a media altura una chapa metálica recortada de una lata de aceite de cinco litros, de una famosa marca de aceites, mostraba a una sevillana con su falda de cola muy airosa y garbosa, invitando a su moradora casual a pasar un ratito de distracción, esta puerta tan finamente decorada, permitía el acceso a tan primorosa “toilette”, no puedo describir su interior porque era una estancia prohibía para los hombres.

La que si voy a describiros es la otra puerta contigua sin ninguna señal en la puerta. Esta permitía el acceso al “homo sapiens del Ventorro”, abierta la puerta se veía con aspecto amenazador, justo al borde de la pared un agujero enorme, creo que el que lo construyó pensó, que allí se comía demasiado y con ese diámetro, se evitarían atascos no deseados, posteriormente me enteré de que dicho tubo, fue requisado de unas conducciones de aguas sucias para el pueblo. A ambos lados de aquel agujero recóndito y peligroso, estaban dos ladrillos recubiertos de cemento, ellos te invitaban a colocar las plantas del calzado, debiendo hacer verdaderos equilibrios para evitar caerte y desaparecer por aquella boca de lobo. Un tubo venia del desagüe del lavadero, permitía reconducir los excrementos hasta la naturaleza por la parte posterior, donde había un gran desnivel.

Era una verdadera hazaña entrar en aquellos escusados sobre todo en verano y más, habiendo escuchado que en una ocasión un bastardo de grandes dimensiones había hecho presencia en uno de ellos, el peligro amenazaba en cualquier momento, por consiguiente, siempre que podía, me alejaba hasta el monte para contemplar la naturaleza y aliviar al cuerpo de aquella pesada carga de residuos impropios de ser retenidos en el interior por un tiempo superior a lo establecido por las leyes de la naturaleza.

Eran las trece quince horas, terminaba de levantarme de la cama y comenzaban las tareas domésticas, cuando tenía servicio nocturno aprovechaba para hacer estas cosas, cuando escuché la voz fuerte del Cabo que me llamaba.

-Paaaaaaaco baaaaaja-

Me había levantado pensando en arreglar un poco el pabellón y se me había olvidado darle los buenos días. Dicho acto, aunque no figuraba en los reglamentos era una acción que todos practicábamos en aquel Puesto.

El Cabo permanecía en el despacho horas y horas frente a la máquina de escribir, a la que no sé si la tenía mucha rabia o que, el caso es que a las teclas las arreaba con tal fuerza cuando escribía, que debían de estar temblando cuando se arrimaba a escribir algo en ella. Naturalmente el cabo estaba en el despacho sino tenía algún asuntillo pendiente por el pueblo, en el entorno, en la demarcación o ve tu a saber dónde se metía en ocasiones, que no aparecía en todo el día por el cuartel.

-Da usted su permiso Cabo-

-Paaaaasa-

-¡Buenos días Cabo!, no he bajado antes porque estoy bastante ocupado en el pabellón-

-Suuuuueeeeelta ciiiiinco duuuuuros paaaara loooooos boooooooomberos-

A pesar del poco tiempo enrolado en la Guardia Civil, ya me habían dado muchos sablazos de carácter oficial, las ratonarías vividas en la Academia de Guardias durante el período de instrucción, se sucedían hasta en los Puestos más alejados de la geografía española. Si no eran para la Virgen de la Cabeza, eran para el Cristo de la Expiación, la cofradía de Málaga, la Hermandad de Caballeros de no sé qué, las Damas del Pilar, loterías, rifas, coronas o lo que fuese, se nos arrimaba todo. Las cantidades eran pequeñas, parecía que aquella ubre tan grande e indolora (60.000 guardias civiles) daba para engordar a unos pocos. ¡Ah!, pero eso sí, cuando se solicitaban estos pequeños óbolos, la misiva dirigida al Comandante del Puesto, comenzaba de la siguiente forma:

-“Mi querido amigo y compañero:”, cuando una nota o carta, traía esta cantinela malo, había que agarrase el bolsillo pues te lo iban a sobar un poquillo.

Le di los cinco duros y no le quise preguntar para que querían los bomberos ese dinero, ¿Pudiera ser que anduvieran peor que nosotros los de ese gremio? Del Cabo me fiaba y sabía que no caerían en saco roto esas monedas que le di.

-Con su permiso me puedo retirar Cabo, tengo la comida en la lumbre-

-Aaaaaaah maaaaañana noooooo aaaagas cooooomida yyyyy aaaa las diiiiiiez aaaaaqui abajo-

Regresamos de la costa a las siete treinta horas, me eché sobre la cama vestido y a eso de las diez menos cuarto bajé al despacho del Cabo, él ya estaba allí. Apenas había entrado en la oficina, cuando una achacosa sirena y unos repiques de campana anunciaron la presencia de nuestros invitados, por lo que salimos a recibirlos, el resto de los componentes del cuartel francos de servicio.

-¡Yaaaaaa eeeestan aaaaaaqui!-

Aparecieron por el camino de la ladera a paso lento, era un vehículo motobomba con una escalera sobre el techo, avanzaba a duras penas por el camino, dando tumbos de uno al otro lado del mismo, su estructura se balanceaba y parecía que en cualquier momento caería a una de las cunetas del camino, hasta que milagrosamente llegó a la puerta del cuartel. Unos nuevos golpes a la campana por si acaso alguno no se había enterado de su presencia y el artefacto mecánico, quedó estacionado en la explanada del cuartel descansando de su arriesgado viaje.

Maravilloso vehículo de los años treinta y tantos, espero que lo hayan conservado los responsables de la villa en la sala de algún museo, pero de no haber sido su posible conservación por el volumen del vehículo, si deberían haber guardado con esmero su campana dorada de sonido claro y limpio, en contraste con el otro ingenio sonoro tan moderno, que imitaba el aullido de un gato loco, cuando le pisan la cola.

Los tres ocupantes del vehículo, venían sentados en la cabina situada detrás de un gran morro que tenía el cacharro aquel y donde se alojaba el motor. Ellos eran los bomberos; el capataz, el conductor y el bombero número nueve, los tres debían de ser los habituales en aquel menester que iban a realizar. Se bajaron del vehículo, se acercaron al Cabo y muy efusivamente le saludaron, los demás permanecimos a una distancia prudencial a la espera de intervenir en el saludo y observando detenidamente a la reliquia, que teníamos ante nuestros ojos. El capataz se dirigió al Cabo.

-¡Cabo, que bien te veo! ¿Qué haces para estar así?, me dirás como siempre que son estos aires los que te alimentan, ¿verdad?-

-¡Caaaaaapataz biiiien queeee teeee guuusta veeenir por aquí!-

-A propósito, Cabo, ¿Qué haces con este camino, que cada vez está peor?, ¿es que mandas a los guardias poner más piedras que las que ya tiene? A este paso la próxima vez este penco que traemos, se quedará por el camino.

El Cabo muy contento por la observación que le hizo el capataz sobre el estado del camino, le contestó

-Pooooor eeeeeso nooo viiiiienen los jeeeefes aaaa viiiisitarnos taaaanto coooomo eeeellos quiiiisieran, deeeejar las piiiiiedras dooonde están-

Finalizado el diálogo y un pequeño descanso por el esfuerzo del camino pedregoso, trasladaron el camión a un lateral del cuartel, bajaron las mangueras del camión, extendieron una de ellas hasta aproximadamente unos veinte metros de las letrinas y cerca del aljibe y levantaron una caja de registro, de la que no me había percatado yo de su existencia. Por ella introdujeron un extremo de la manguera conectada al camión y del camión otra hasta el aljibe. Yo seguí con curiosidad estas operaciones e intentaba razonar el sentido de la presencia de este gremio, desde el mismo momento que vi aparecer la camioneta de los bomberos por la loma. ¿por qué traían ese vehículo motobomba y no un camión cisterna para llenar nuestro aljibe?

Seguía sin salir de mi asombro, cuantas veces había pasado al lado de aquel registro, sin darme cuenta de la existencia de aquella tapa circular metálica, ahora al aproximarme a ella escuché el agua que a raudales corría a solamente dos metros de la superficie. El bombero número nueve se encontraba junto a la manguera en la boca del registro y le pregunté:

-¿De dónde viene tanta agua? Y... ¿A dónde va tanta agua?- Él me contestó:

-Son miles de litros los que pasan por aquí todos los días, bajan desde la sierra hasta unos depósitos (Taibilla) situados a dos kilómetros de aquí y que abastecen de agua limpia a la ciudad-

Que mal guardia era, una de mis obligaciones consistía en saber los puntos estratégicos de mi demarcación. Dónde se encuentran los abastecimientos vitales como, caminos, ferrocarriles, tendidos eléctricos, vehículos capaces de ser requisados ante una eventualidad, etc. etc. Y algo tan importante como el agua, a la que echaba tanto de menos, se me había pasado por alto.

Pero, cómo podía ser, que tuviéramos que beber agua de los aljibes, durante dos o tres meses, teniendo debajo de nuestros pies agua potable y en abundancia?

Habría bastado un pequeño motorcillo y un grifo, para haber aliviado el trabajo de aquellas familias entregadas en cuerpo y alma al Cuerpo de la Guardia Civil, a la defensa de aquel régimen que nos tenía tan abandonados. No solamente era la miseria que se llevaba con dignidad por todos nosotros, sino la dejadez de aquellos, que en esos momentos dirigían nuestros pasos, para que no nos apartásemos de la senda marcada y para que no se nos pegaran los vicios de una población, que por entonces tenía muchas ganas de despegarse de la opresión ejercida por Instituciones como la nuestra.

Como me dolió aquel descubrimiento, mi querida Guardia Civil era horadada desde su interior con vistas o no sé qué ideal. Sufrí por ello y recordé otro de nuestros maravillosos artículos del Reglamento que dice así:

Artículo once: Lo mismo en la capital de la nación que en el despoblado más solitario, no deberá salir de su Casa Cuartel, sin haberse afeitado por lo menos tres veces por semana o teniendo la barba en la más esperada policía el pelo corto lavadas caras y manos, con las uñas bien cortadas y limpias el vestuario bien aseado y el calzado perfectamente lustroso.

El Duque de Ahumada nuestro fundador de haberse informado de que en los años sesenta del siglo veinte, algunas familias padecían sin necesidad estas penurias, habría agregado a este artículo el siguiente párrafo.

y si mis guardias tienen la posibilidad de tener agua corriente, no les pongan pegas.

Pero volvamos a aquella mañana inolvidable, la alegría se dejaba notar y traspasaba los poros de los habitantes del “Ventorro”. Se limpiaron los dos aljibes, uno de ellos contenía el agua para el consumo de boca y el otro para el resto de faenas domésticas, naturalmente, me tocó bajar a uno de ellos y limpiarlo, no fue muy agradable meterme en aquel pozo húmedo, pero sobre todo oscuro y un poco de canguis sí que tuve hasta que los compañeros con una maroma me sacaron de él, luego hubo duchas con la manguera y las mujeres se dedicaron por entero a preparar la paella.

Los jefes, el Cabo, el Capataz y el suegro del Cabo, como es natural supervisaban las operaciones y ponían las correspondientes pegas a los currantes, lo normal, luego hablaban y hablaban. El contento rezumaba en los corazones de aquellas almas cándidas, que felices éramos hasta con la llegada de los bomberos. Una estampa bucólica, digna de haberse plasmado en un cuadro de Goya por lo menos.

Estaban a punto de llenarse los aljibes cuando por el camino del pueblo apareció el motocarro de Justino, traía de acompañante en el mismo pescante que me traslado a mí al alcalde pedáneo, éste se quedó en el corro de los jefes y Justino se aproximó al aljibe donde estábamos los currantes para decirnos:

-No he podido venir antes, me ha tocado hacer el agujero para el tío “malalma”, anoche pasó a mejor vida, esta tarde a las siete lo enterramos-

-El guardia primero comentó: -¡Ya, tu vienes a última hora, justo cuando nos vamos a sentar a la mesa!- y Justino dijo:

-¿Qué piensas?, ¿Qué no he pagado los cinco duros de costumbre, seminarista?-

El dialogo quedo interrumpido por la señora Encarna con un mandil que no se lo había visto puesto nunca, se acercó a nuestro corrillo para anunciarnos:

-A la mesa y bajar sillas si queréis comer sentados-

-¡A sus órdenes mi Caba!-

Contestó el guardia primero, entonces la señora Encarna se dirigió al seminarista sonriendo y le dijo:

-Voy a decir a tu mujer, que cuente el chiste de las francesas en la mesa-

- ¡No, ni se la ocurra!, que me fastidia la paella-

La comida se celebró en el porche de la puerta principal donde se encontraba situada una mesa de piedra, pero sin capacidad para tanto comensal, sacamos la mesa de las academias diarias. Se cubrieron ambas con manteles de tela. En las sillas se sentaron los jefes; el Cabo, el alcalde, el capataz, el suegro, el guardia primero y Justino, en los bancos corridos las mujeres y el resto de comensales, estábamos todos juntos, pero no revueltos.

En los dos centros de ambas mesas pegadas tres fuentes de barro, dentro de ellas a rebosar con una ensalada que mezclaba toda clase de productos de nuestra huerta, regada de un aceite de oliva muy espeso, el vinagre de vino se olía y salada en su punto. A las ensaladeras picábamos uno a uno con un sincronismo propio de unas máquinas bien calibradas, siempre había alguien levantándose e introduciendo el tenedor en dichos recipientes. Después llegó la paella, pero hasta que me tocó el turno de servirme aproveché para picar un poco más en la ensalada. Se repartieron la paella, con tanto jefe siempre era el último en todo, no me importaba la espera, sobraba bastante, dejaron la enorme paellera en el altillo lugar al que la habían retirado del fuego y me serví lo que quise.

La paella estaba buenísima y nunca me cansaré de alabar a la señora Encarna la cocinera. No olvidaré los tropezones de pollo, las gambas, las almejas, los pimientos, las aceitunas y sobre todo el arroz. Estaba en su punto, la saboreaba en el paladar, dándola unas cuantas vueltas más para impregnarme de todo su sabor, nunca había comido otra igual y la Chicharrilla puntualizó:

-No seas tan exagerado, la paella está buena, pero no para tanto alago, sabes lo que te ocurre, pues que arrastras más hambre que un maestro de escuela, ¡ojo!... de los de antes, ahora su situación está mejorando-

-Si, pero qué me dices del vino?, ¿el postre?, ¿el par de copitas de anís de las Cadenas? Y ¿del café? Y sabes que no fumo de haberlo hecho, ahora estaría fumándome un purito y todo ello por un duro, ella me contestó:

-Da unos saltos para que te bajen los granos de arroz-

La hice caso y para disimular los saltos, grité:

-¡Vivan los bomberos y el agua de los aljibes!-

Todos contestaron mis vítores al unísono, estaban deseando explotar de alegría. Durante la comida, la mujer del Cabo nos contó a los que estábamos a su vera, que su marido había invitado al sr. alcalde, para ver si conseguía de él unas perrillas del presupuesto municipal y con ellas comprar unas tazas de váter para las letrinas.

Hasta el último día de mi partida de aquella bendita casa, no vi tal mejora plasmada en dichos recintos, el señor alcalde pedáneo tripeó a gusto la paella y de la subvención, nada de nada, pero seamos sensatos la tesorería de aquel ayuntamiento, llevaba invadida de telarañas desde tiempo inmemorial, no había fondos ni para reemplazar las bombillas fundidas del alumbrado público de aquella pedanía. Por parte de nuestra Dirección General aquel acuartelamiento debía de estar en la lista de decesos y pasados unos años “El Ventorro de los Buenos Aires” solamente sería un recuerdo para los moradores que albergó entre sus muros desde finales del siglo XIX, cuando fue inaugurado y habitado por el Cuerpo de los Carabineros.



Continuará…

Próximo capítulo: La tele











lunes, 23 de noviembre de 2020

CAPITULO VIII -EL ESCORPIÓN-

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¡BOOMM!,

Un sonido ensordecedor y seco retumbó en mi mente, me desperté sobresaltado y me incorporé de golpe de la posición de descanso que había adoptado en la cama, después de haber regresado del servicio nocturno. La noche la repartíamos, mientras que uno echaba una cabezadita el otro permanecía “ojo a visor”, a mí me era imposible pegar el ojo, si bien ese tiempo lo empleaba en relajarme de la vigilancia del objetivo marcado en la papeleta de servicio, solamente deseaba que finalizara el servicio para llegar a casa, tumbarme en aquel colchón de borra y descansar sobre el. En esos momentos me encontraba medio dormido, fantaseando en uno de esos sueños irreales a los que se acercaba mi mente con ganas incontenibles, pero que siempre finalizaban en miedos absurdos en los que personajes extraños, se suelen hacer dueños de mis decisiones. Esta vez tenía en sus inicios, fuerza para dirigir mi sueño, cuando sin apenas haber salido los protagonistas de este, una ensordecedora explosión dio al traste con la fascinante ensoñación en la que me empezaba a introducir.

Las contraventanas estaban abiertas y el sol entraba a raudales en el dormitorio, recordaba que al llegar de la costa las había entornado, así que tenía que haber sido la onda expansiva de la violenta explosión que había escuchado, la causante de haberlas abierto. Miré el reloj de pulsera y las manecillas marcaban las nueve en punto de la mañana. La noche había sido movidita, entre la visita cotidiana del Cabo, la semanal del Teniente Jefe de la Línea y sin previo aviso la del Capitán de la compañía a las cinco de la mañana, todas ellas habían impedido el normal desarrollo del servicio nocturno en aquella playa alejada de la civilización. Si, ahora estábamos en la playa de la demarcación del Puesto suprimido y después de haberse incorporado dos Guardias solteros en aumento de plantilla de aquella demarcación.

Todas estas circunstancias hicieron que, a pesar de la explosión, no me levantara a cerrar la ventana por la que entraban los rayos solares e iluminaban toda la habitación. A pesar de estas circunstancias Morfeo me llamaba con insistencia y caí de nuevo en la cama para continuar con la fantasía de turno, mas no llegué a dejar reposar la cabeza en la almohada cuando.

¡BOOMM!,

Toda la casa cuartel se había estremecido ante este nuevo estampido. ¿Qué estaba pasando? La detonación se repitió, pero esta vez me pilló despierto y además la ventana se había abierto ella sola, la verdad es que el pestillo no estaba en muy buenas condiciones como cualquier otra cosa de aquel pabellón. Enseguida catalogué aquella explosión como el disparo producido por un cañón. Salté de la cama, me acerqué a la ventana y miré por ella, para ver lo que ocurría. Nada más sacar mis narices al aire de la mañana, salí de toda sombra de duda de lo que estaba ocurriendo y contemplé como toda la ladera de la montaña se encontraba salpicada de militares junto a sus vehículos y sus cañones apuntaban al fondo de la montaña en el sentido opuesto a la casa cuartel.

¡BOOMM!, ¡BOOMM!, ¡BOOMM!,

Los cañonazos se sucedían uno tras otro. Estaban situados los jeeps con una distancia de unos cincuenta metros, a estos vehículos se les había incorporado un cañón sin retroceso y recordé haberlos visto antes en el cuartel de Caballería Farnesio nº. 12 ubicado en la ciudad de Valladolid. Estos eran los causantes de la temblorina del viejo caserón, primero efectuaban un disparo desde el mismo cañón con un sonido parecido al de un arma larga, segundos después soltaban el pepinazo y cuatro segundos más tarde, veíamos al fondo sobre la montaña elevarse una columna de polvo en el lugar donde impactaba el proyectil.

Eran tandas de ocho disparos las que se producían en un espacio corto de tiempo, luego descansaban unos minutos y volvían a la carga. Así es que lo que tenía que hacer era levantarme, porque en esas condiciones no hay bicho humano que pudiera dormir.

Después de lavarme y desayunar, salí del pabellón y me acerqué al balcón de la fachada principal para ver algo más de las maniobras, allí ya se encontraba el guardia “Ozu” que era el compañero con el que yo había tenido el servicio nocturno esa noche, a su lado su mujer en el pasillo llevando al bebé en brazos y éste llorando a grito pelado. No me equivocaría mucho el pensar en la inocencia, no de la criatura de pecho que es innata en ella, sino más bien en la del guardia “Ozu” y de la de su mujer asomando al niño al balcón, pensando que los militares se ablandarían ante los gritos desgarradores del bebé, y dieran por concluido el ejercicio de fuegos artificiales mañaneros y calmaran así a aquella criatura tan excitada a causa de tantas explosiones.

Me acerque a ellos para decirlos.

-¡Buenos días pareja!, ¿os han despertado los cañonazos?- A lo que respondió el guardia Ozú:

-Cuando dizpara eze, mira eze, verás como retumba todo el edificio-

Al hablar, el guardia “Ozu” apuntaba con la mano a un jeep que apenas estaba situado a unos diez metros del edificio y la señora Carmen repetía.

-Eze, eze, ez el que ha despertado a mi niño del alma, ademaz ze me ha caído un tazón y ze me ha roto. ¿A uztez ze le ha roto algo? Ya ze podía ir un poco maz lejoz con todo el campo que tienen para ello-

-No, a mí no se me ha roto nada por ahora, contesté-

Dicho esto, se marcharon y me dejaron el balcón para mí solo para ver el espectáculo. Efectivamente había un jeep situado en la explanada de la puerta principal del edificio y me preguntaba lo mismo que la mujer del Guardia “Ozu” con el espacio que tenían, ¿cómo se les ha ocurrido ponerlo tan cerca del edificio aquel cañón? No tardó ni un segundo ella para decirme:

-¿Tú te das cuenta en dónde vives?, este no es un edificio normal, aunque tú lo llames “El Ventorro”, en los mapas militares figura como una casa cuartel, y por tanto, este inmueble es considerado un edificio militar-

-Tienes razón, pero ahora no estamos en guerra y deben considerar, que en el cuartel vive gente normal con familias que tienen niños-

-¿Crees tú, que sois gente normal?-

-Me parece que esta mañana como me dices tú a mí, tienes ganas de filosofar y yo lo que tengo son ganas de dormir y no me dejan, así que déjalo para otro día, porque cuando hablan los cañones, el intelecto se adormece, o no sabías esta máxima mi querida amiga-. No la gustó mucho que la respondiera con tanta contundencia y se volvió a su lugar preferido.


Poco a poco, me fui fijando en el personal que se encontraba en la explanada de la puerta principal del cuartel. Por aquellos años era muy fácil distinguir a los oficiales, suboficiales y clases de tropa de los soldados rasos, sobre las sarianas, guerreras, o camisas de sus uniformes de servicio, a la altura del pecho llevaban cosidas unas galletas de tela roja en cuyo interior iban colocadas las divisas del empleo, no era posible ninguna duda o equivocación, se distinguían perfectamente las estrellas y los galones. Eran tiempos en los que se demostraba físicamente la categoría militar para pelusa del inferior.

Todos los que se movían por la explanada llevaban esas galletas, sin equivocarme un pelo eran doce los militares de graduación los que se encontraban allí. Unos miraban con los prismáticos, otros hablaban entre ellos, alguno miraba a las musarañas y otro se dirigía a uno que llevaba una carpeta con papeles y le ordenaba.

-Los impactos de esta tanda han salido algo desviados, Capitán comunique a los jefes de tiro para que rectifiquen dos grados las trayectorias de los disparos-

El Capitán al que acompañaba un soldado con una emisora a sus espaldas, cogió el micro teléfono y cumplió la orden. En ese preciso momento las miradas de los presentes en la explanada se dirigieron a la puerta del cuartel, de ella salía un militar más bien bajo al que no hacía falta adivinar sus divisas para saber que era él, el que mandaba el ejercicio de tiro. Un pequeño giro para hablar con su ayudante que aún no había salido por la puerta, me dejó ver las tres mantecadas que llenaban la galleta, pero ¡qué digo!, al que se dirigía no era a su ayudante, sino a mi Cabo que le seguía, como si fuera su ayudante.

El Coronel se detuvo en el centro de la explanada y dirigiéndose al Cabo, le dijo:

-Nada Cabo, no se preocupe, mañana mando al subayudante para poner esos cristales que se le han roto en la vivienda, Capitán, retire ese jeep de ahí. Sitúelo en aquella loma, en ese espacio que está vacío-

-Mi coronel, con arreglo al plan de tiro, no van a salir bien las trayectorias, se juntarán con las del cero dos en el blanco-. Respondió el Capitán.

-Que pasa Capitán, ¿quieres que se quede sin cristales la casa del Cabo? Venga, a moverse-

Como allí abajo había más estrellas que en el firmamento, decidí no bajar y me quedé en el pabellón, de lo contrario, habría tenido que estar saludando continuamente, solo me pareció ver a tres soldados sin graduación, el resto eran jefes y oficiales y ya lo decía bien claro el Reglamento en su artículo diez y siete:


El saludo militar fiel exponente de la instrucción de una tropa, exige que el Guardia Civil como soldado veterano se distinga al practicar con la máxima corrección y exactitud, cuanto previene el Reglamento Táctico para saludar a banderas y estandartes, Jefe del Estado, Generales, Jefes Oficiales y Suboficiales de los Ejércitos de Tierra Mar y Aire.

El Gobernador Civil de la Provincia tendrá el mismo saludo que los Jefes. La fuerza que preste servicio en Especialistas saludará a los Jefes de Hacienda y empleados periciales del Cuerpo de Aduanas de los respectivos Distritos cuando vistan de uniforme.


El fuego real se detuvo, no creo que fuera por los cristales rotos del pabellón del Cabo, sino mas bien porque se les terminó la munición, el caso es que el corneta tocó el ¡alto el fuego!

Volví al pabellón, ya no era hora de volverme a acostar, me asomé a la ventana de la parte posterior del edificio y vi a la mujer del Cabo en el huerto entre las lechugas.

-Señora Encarna ¿ha sido mucha la avería?-

-No hijo, han sido solo dos cristales los que se han roto, pero el susto ha sido muy grande y encima el tonto de mi marido, me manda que les prepare una buena ensalada para el almuerzo-

-La deferencia, señora Encarna, la deferencia-

Pasado un rato, me volví a asomar al balcón de la fachada principal, estaban todos los oficiales de mayor graduación sentados alrededor de la mesa de piedra que había a la entrada del cuartel almorzando, todos ellos reponían fuerzas del trabajo realizado. Verdaderamente el ejercicio táctico con fuego real le había consumido un montón de calorías, todos aquellos protagonistas de la jornada se encontraban masticando el bocadillo, en el centro de la mesa, dos ensaladeras llenas de productos del huerto del Cabo y que había preparado su mujer. Un Tte. Coronel, un comandante y tres Capitanes, estaban sentados alrededor de dicha mesa, al lado de ésta, tres Tenientes observaban a los comensales pero atención, presidiendo la mesa y al lado derecho del Coronel estaba mi Cabo.

Que importante era mi Cabo, era el centro de los comentarios, se lo estaban pasando bien con sus chascarrillos y nada más empezar una frase ya se estaban riendo todos, pero aún lo hacían más, cuando el Coronel soltaba una carcajada, entonces todos explotaban con una sonora risotada.

De repente, unos gritos hicieron incorporar a los comensales, que aún no habían comenzado a meter el diente a las ensaladas por falta de tenedores para picar en ellas. El Coronel preguntó:

- ¿Qué pasa?-

Desde el balcón al que volví, me encontraba observando las maniobras yo había visto como por la colina bajaban dos soldados, uno de ellos después descubrí al acercarse por la galleta que llevaba en la camisa que era un Sargento, venían corriendo ladera abajo y cuando llegaron a la explanada el Sargento algo rellenito, llegaba sin aliento y exclamaba dirigiéndose a un oficial que se había acercado a los dos.

-Mi Capitán , mi Capitán, el soldado Remigio, mire, mire. El soldado se lamentaba-

-¡Ay madre mía!, ¡Ay madre mía!-

El Coronel apartando a todos, se dirigió al Sargento.

-¿Qué pasa?-

-Mi Coronel, al soldado Remigio le ha picado un escorpión.

Todos esperaban la decisión del Coronel y cuando este fue a hablar, se adelantó mi Cabo.

-Peeerdone miiiii Cooooronel, yoooo leeee aaaaareglo aaaa eeeeste chaaaaval. Dooooonde teeee haaaa piiiiicado el biiiicho, pijo-

El soldado estaba ahora callado, me pareció que la angustia se le había pasado al contemplar el firmamento de estrellas que tenía a su alrededor, pensaría que había pasado a mejor vida, pero quedó más sorprendido aún, al ver a un Cabo de la Guardia Civil en el cielo, y repitió en alto. ¿Un cabo de la Guardia Civil en el cielo?, no, estoy en la tierra, cerró los ojos con fuerza, los volvió a abrir y le dijo

-¡Aquí en el dedo!-

-Traaaaae aaaaaqui ese deeeeedo-

El Cabo, se metió el dedo del soldado en su boca, lo pegó un mordisco y los ayes y lamentaciones anteriores a la dentellada se quedaron pequeños, para los gritos que daba ahora el soldado después del mordisco del Cabo. Mi Cabo se volvió hacía su izquierda escupiendo la sangre, el posible veneno y yo creo que hasta una falange del dedo de aquel aguerrido guerrero y mirando a todos los presentes, que no habían perdido detalle de la operación a cielo abierto, mi Cabo dijo:

-¡Yaaaaa está!-

Los espectadores habían permanecidos callados ante aquella operación improvisada, sin ninguna clase de anestesia, los cuchicheos se tornaron en sonrisas observando la faz del de las tres mantecadas, hasta que el Coronel soltó una sonora carcajada a la vez que decía dirigiéndose al médico del Regimiento:

-¡Ja, ja, ja!, Doctor, que lo lleven al hospital inmediatamente, que si no se muere del picotazo, se va a morir del mordisco que le ha dado el Cabo-

Las risas y las carcajadas fueron mayúsculas, creo que ni Gila en sus mejores momentos, habría conseguido excitar al público como lo había hecho mi Cabo. El Coronel dio por finalizado el almuerzo y dos nuevas andanadas de cañonazos dieron por concluido el ejercicio de tiro.

Bueno, el Doctor al que se dirigió el Coronel era uno de los Capitanes que me imagino yo, sería el médico del acuartelamiento y que no intervino en los acontecimientos por la rapidez en la que se produjeron.

Nuestra casa cuartel se encontraba en pleno campo de tiro y una o dos veces al mes las colinas que nos circundaban se llenaban de militares de las distintas armas para hacer ejercicios tácticos, pero el objetivo fundamental era pasar un día en el campo.

Sobre las diez menos cuarto de la noche, bajé del pabellón para hacer mis necesidades como de costumbre en el campo, a bajo en el primer peldaño de la escalera estaba Margarita jugando con una muñeca, me paré y la hice una caricia, justo en ese momento abría la puerta de su casa su madre. Me quedé mirándola, estaba preciosa, era mi musa y la invasora de todos mis sueños, desde el primer día de mi llegada. Ella también me miró y como en otras tantas ocasiones, mis ojos tomaron otras referencias antes de volver a mirarla.

-¡Buenas noches Paco!, venga Margarita ya es hora de ir a la cama, dale un beso y despídete hasta mañana-

Estábamos solos los tres, la miraba y no sabía que decirla. Creí notar algo en ese gesto de mandar a la niña que me besara. ¿estaría ella también enamorada? Y de ser así, ¿qué podíamos hacer? De ese amor nacido tan espontáneamente, la niña en esos momentos era la intermediaria, la cogí en mis brazos, la di un beso en la mejilla y por primera vez no aparté ni un momento la mirada de su madre, era lo único que invadía mi mente y en aquel instante se lo solté.

-Vaya jaleo que hemos tenido esta mañana. ¿Se ha roto algún cristal en su pabellón?-

-No, no se ha roto nada y ¿en el tuyo?, ¿te invitaron a almorzar?-

-No, además no habría estado muy tranquilo, todos eran jefes, apropósito quiero darle las gracias por ayudarme con las sábanas-

-La señora Luisa me despistó, me gustaría ayudarte más veces, pero ya sabes hay que tener mucho cuidado, sobre todo con la señora Luisa, porque habla, habla y no sabe si mata o espanta y ahora, ¿a dónde vas?, ¿sales a tomar el fresco?-

-Si salgo un poquito, voy a dar una vueltecita por el monte-

-Paco te he dicho ya en otra ocasión que puedes llamarme de tu-

-No me atrevo, de todas formas, vuelvo a darte las gracias-

-¡Hasta mañana si Dios quiere!-

-¡Hasta mañana!-

Seguía reclinado sobre la barandilla de la escalera, deleitándome en su figura y ya desaparecida, fue cuando la chicharrilla me dijo:

-Paco te estas metiendo en un terreno muy pantanoso, si no quieres hacerme caso a mí, aselo a tu Cabo, además en el pueblo hay muchas chiquitas que están deseando salir con un guardia. ¿porqué te complicas la vida?-

-Tienes razón, pero... ¿que culpa tengo yo de que me pase esto?, para tu tranquilidad, te diré, que ya me he fijado en una, pero es que cuando veo a Sonia, me olvido de todo-

-Te entiendo, como no voy a entenderte yo que estoy dentro de ti, es difícil pero no tienes otro remedio que resolverlo lo más pronto posible para evitar males mayores. Lo más adecuado es que pidas un nuevo destino y te marches de aquí, sé que es muy radical pero necesario.

-Si también he pensado en esa solución, ahora bien, yo aquí me encuentro muy bien, tengo un jefe maravilloso y además, no ha pasado el tiempo reglamentario para solicitar un nuevo destino-

La chicharrilla se marchó sin despedirse y hasta me pareció verlo moviendo la cabeza al meterse en su refugio. ¿Qué duda le había quedado?, ¿qué había querido decir con ese movimiento de cabeza?, ¿pensaría que no la haría caso como en ocasiones anteriores?, ¿daba el caso por perdido?, ¿acaso no volvería más para hacerme entrar en razón? No, no creo que esto último fuera a suceder, él estaría siempre a mi lado por muy terco que yo pareciera y más en estas circunstancias, ahora que me estaba metiendo en este laberinto en el que sin más fuerzas que las mías, difícilmente podría salir airoso.


Continué apoyado en la barandilla de la escalera unos segundos desde que ella desapareció de la escena y salí del cuartel por la puerta trasera del edificio. Mis pasos automáticamente se dirigieron hacía la colina como lo hacía habitualmente, pero instintivamente me detuve, la tragicomedia de la mañana me hizo dudar de tomar ese camino. Era verdad, debajo de cualquier piedra de aquella zona había un escorpión, los había visto a montones, pero nunca pensé en el daño que podían hacer, hasta esa mañana en la que nos visitaron los militares. Solía jugar con ellos con un palo e incauto de mi, los había dejado continuar con su existencia, sin llegar a pensar en la relación con los seres humanos y el medio ambiente, ni nada que se le pareciera, además, el ecologismo en aquellos años no había hecho acto de presencia, al menos que yo tuviera constancia, simplemente me entretenía con los bichitos, mientras recorría ese terreno, y hasta ese día que yo supiera no habían hecho mal a nadie.

Posiblemente ese alacrán que picó al soldado, si yo lo hubiera matado, no habría producido ese dolor al valeroso soldadito español, del que perdimos la pista desde el momento de ser evacuado al hospital. Otro hombre que había quedado marcado por el sobrehumano Cabo, toda la vida le recordará como su salvador, aunque para mí no habría sido tan necesario emplear aquel poder fantástico que él empleó al morderlo para sacarle el veneno. A él, ya le tenía encima de un pedestal.

Ahora, en esos mementos el dilema era ir a las letrinas o marchar a la zona de los escorpiones, pero imaginaros entrar allí en las letrinas a oscuras, un paso en falso y te colabas por aquel agujero por donde en una ocasión había aparecido una culebra, nada la decisión estaba tomada, me iría al monte. Cuando iniciaba mi andadura a la colina me preguntaba, ¿y si tengo la mala suerte de que en esa posición evacuatoria te pica uno? Y además ¿dónde te pica?, ¡ay, Dios mío!, no, no penséis lo mismo que yo, pues me entra un escalofrío por todo mi cuerpo, dejar al Cabo en paz.

-¿Y tú?, ¿Qué prefieres?, ¿a dónde voy a poner el huevo?-

No me contestó, estaba enfadada, además dijera lo que dijera yo iba a tirar al monte, solo que esta vez no me alejaría mucho. Sobrepasado el huerto me detuve, me volví de cara al cuartel y observé algo no habitual en aquellas horas, las contraventanas de la casa de Sonia permanecían entreabiertas, dejando salir la luz de su interior a través de las rendijas de la persiana. Estaba a unos ocho metros del edificio, veía con claridad la silueta de Sonia moverse por el dormitorio y sin querer me dirigí hasta la ventana. El corazón en ese momento comenzó a enviar más sangre de lo acostumbrado por todo mi cuerpo a medida que me iba acercando a aquella ventana, hasta que llegué hasta la altura de ella, el corazón seguía y seguía bombeando sangre y más sangre, los pensamientos se amontonaban, las ideas fluían con rapidez, las preguntas lo inundaban todo y ante tantas sensaciones los circuitos se bloquearon y quedaron asediados. Creo que ese fue el motivo de hacer imposible el acceso de la Chicharrilla a la realidad del momento.

Casi como un autómata me pegué a la persiana y mi ojo se incrustó entre dos de las tablas que la tejían y como una cámara de filmación comencé a recorrer la habitación, gravando todo el escenario íntimo de aquel ser, que se había aposentado dentro del mío, sin haberme dado cuenta.

Una cama de matrimonio en el centro de la estancia, en ella reposaba Margarita, la niña ya se había dormido o estaba muy quietecita o como un buen cómplice se había retirado silenciosamente de la escena en su sueño angelical.

Encima de la cabecera de la cama un crucifijo de metal dorado, dos mesillas de noche una a cada lado de la cama, un armario de dos puertas, una de ellas abierta con un espejo y detrás de la puerta un perchero en el que colgaba una bata, otra prenda de vestir, no había nada mas en aquel cuarto.

Seguía con el ojo incrustado en la persiana cuando Sonia entró en el dormitorio, cerrando la puerta tras ella. ¿Se había olvidado de cerrar las contraventanas? O ¿las había dejado abiertas adrede?, pronto saldría de duda, ¿y si al acercarse a cerrarlas me viera? ¿se lo diría al Cabo? Iba a salir corriendo, pero mis pies estaban pegados al suelo y no podía moverme. Sonia no se acercó a cerrarlas, se sentó en la cama dándome la espalda, ello me permitía seguir el acto observando la escena con la protagonista en acción en una escena erótica.

Estaba convencido que las contraventanas las había dejado abiertas adrede, con la intención de ser observada y no me equivoqué, fui un fiel espectador de primera fila y lo vi todo sin pestañear. Sentada en la cama fue desabrochándose los botones de la blusa, se quitó primero una manga luego la otra y finalmente retiró la prenda, dejándola caer sobre la cama. Su espalda quedó al aire, una fina tira de tela negra contrastaba con la blancura de su piel y la atravesaba horizontalmente. Sus manos se juntaron en la espalda a la altura central de esa tira, soltó los corchetes que la sujetaban y el sostén lo retiró hacía adelante, con su mano derecha lo depositó en la almohada y para desconsuelo mío, apenas se giró al hacerlo. Sus pechos se encontraban ya libres de ataduras, pero no los veía, miraba hacía el espejo del armario y tampoco. Esperaba más, necesitaba más, la excitación de mi cuerpo aumentaba con vértigo incontenible. No pensaba, todo iba demasiado rápido para mí, a pesar de la lentitud de sus movimientos. Se levantó siguiéndome, dando la espalda, se desabrochó dos botones que tenía la falda de tubo en el lado derecho de la misma y con dos leves contoneos de sus caderas la falda cayó en el suelo. Se agachó y recogió la falda, giró su cuerpo hacía la ventana y la vi, entonces mis ojos se iluminaron y las lentes de estos, se aproximaron en un plano corto, me fijé en sus pechos esos que, desde aquel día en el lavadero, habían sido una obsesión permanente y eran los protagonistas de mis actos más íntimos.

Ella miró hacia la ventana, mis ojos seguían pegados a la persiana, querían salirse de su cuenca, mi cuerpo también estaba pegado a la pared del edificio y sentí un largo escalofrío que recorrió todo mi ser, la vista se me nubló y me perdí el resto de la escena. Cuando quise reaccionar, no me dio tiempo y permanecí inmóvil al ver acercarse a Sonia cubierta con un camisón y cerrando las contraventanas.

Durante unos segundos permanecí en el lugar sin saber que hacer, una sombra de mancha en mi cuerpo y no sé por qué, me vino a la mente unas estrofas del poeta Jorge Manrique dedicadas a la muerte de su padre que dicen así.

Cuan presto se va el placer

como después del acordado da dolor

y como a nuestro parecer

cualquier tiempo pasado fue mejor.


Me retiré de aquel punto de observación, continuando con el máximo sigilo y precaución, para que nadie se diera cuenta de la intromisión como observador o más bien como espía de la casa de un compañero.

Me sentía mal, la duda de esas estrofas, estaban borrando el placer del momento. ¿Qué estaba haciendo?, ¿Quién era yo para entrometerme en sus vidas?, debía de olvidar ese instante de lo contrario podría tener graves consecuencias. Pasados unos momentos, la calma reinaba dentro y fuera de mi cuerpo, lo que aprovechó mi conciencia para decirme.

-Esas cosas eran obvias, me alegra que hayas llegado tu solo a esas conclusiones. Paco olvida esa pasión, que solamente te traerá disgustos, eres un crio y ella una mujer casada con una hija, no estropees esa familia, no te aproveches de la soledad de la carne, ¿te quieres poner en la piel de su marido?, hasta aquí has metido la pata muchas veces, pero en cosas intrascendentes, ahora un paso en falso, una equivocación y te arrepentirás toda tu vida-

El silencio fue mi respuesta.

Había sido un día aprovechado al máximo, en la pantalla de mi vida había asistido como espectador de primera fila a un filme real. Comenzó con los sobresaltos producidos por el fragor de la guerra y como es lógico en toda batalla que se precie, tienen que producirse daños y claro que los hubo, dos cristales de la ventana del Cabo y unas tazas de café rotas, unas gotas de amor filial hacía el soldado herido por parte de los jefes, la subordinación al mando, la angustia del guerrero, la operación sin anestesia en un improvisado hospital de campaña, las risas, etc. Etc., más todo ello quedaba difuminado ante el momento de placer y la nada que a su término le acompaña.



Continuará…

Próximo capítulo: LOS BOMBEROS



jueves, 24 de septiembre de 2020

CAPÍTULO VII- LOS AMERICANOS DEL NORTE

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Había pasado mas de un año desde que senté plaza en “El Ventorro de los Buenos Aires” y ese nombre aparentemente despectivo de “Ventorro”, será siempre para mí, un sinónimo de cariño, de afecto, de amistad y de amor por parte de todas las familias que lo habitaban, tan felices ellas y que aún no se habían contaminado del ambiente externo, de la modernidad. A pocos kilómetros del caserón, el egoísmo, el materialismo, “el primero yo”, el individualismo, etc. etc., lo estaba invadiendo todo. Os causará sorpresa escuchar lo siguiente por parte del joven que escribe estas narraciones, pero es, que inclusive me gustaba cuando me reñía el Cabo, pocas veces tuvo que hacerlo, pero cuando lo hizo, me demostró un cariño propio de un padre, al que le duele levantar la voz para reprender a su hijo.

Sobre las 2 de la madrugada sonaron unos golpes en la puerta del cuartel, estos se repitieron otras dos veces y un golpe seco hizo que la puerta principal se abriera de par en par. Los habitantes del cuartel que se encontraban durmiendo, se habían espabilado con los golpes. Solamente se encontraba descansando en el acuartelamiento, el guardia que sobre las seis horas iría a relevar a la pareja del servicio nocturno, este se levantó y bajando la escalera observó en medio de la oscuridad las figuras de tres hombres. En ese momento la señora Encarna que vivía en la planta baja salió al pasillo y dio la luz, siempre me quedó la duda de saber que delantal se había puesto para esa especial circunstancia. A la luz de la lámpara, las tres figuras se convirtieron en el Tte. Coronel Primer Jefe de la Comandancia, su ayudante y el conductor del coche oficial.

El guardia que bajaba en pijama al verlos se cuadro y no le salieron las palabras. Las demás ocupantes del cuartel todas ellas femeninas, asomaban sus cabezas en el pasillo del corredor y posteriormente, se comentó, que el suegro del Cabo ni se movió de la cama.

-¿Dónde está el Guardia de Puertas?- Preguntó el Jefe.

El guardia del pijama a rayas, castañeteándole las muelas y murmurando unas palabras apenas inaudibles le dijo.

-Aquí no hay servicio de Puertas, ahora mismo está la pareja en la Posta y el Cabo se encuentra de vigilancia e impulsión de los servicios y naturalmente yo que tengo que relevarlos a las seis de la mañana, no hay ningún Guardia más-.

-¿Que en este cuartel no hay servicio de Puertas?- Replicó el Jefe .

-¿Que en este cuartel no hay servicio de Puertas?- Volvió a repetir el Jefe.

-¡Esto es inaudito!-.

-Teniente como no me han dicho nada, esto es algo anómalo en el Instituto, si se enteran en la Dirección General, me fusilan. En este cuartel puede entrar cualquiera, han visto una simple patada a la puerta se abre y se ocupa una instalación militar-.

En ese año todavía no había hecho su entrada en escena el grupo terrorista ETA, menos mal, era un período de tiempo en el que la tranquilad y la paz reinaba en todo el territorio nacional.

El Sr. Tte. Coronel dirigiéndose al guardia del pijama de rayas, le dijo.

-Están ustedes indefensos, sin Guardia de Puertas y con una puerta que con una pequeña patada la he abierto-.

El del pijama una vez repuesto del susto y de ver como el Jefe se daba cuenta del error cometido al forzar la puerta y no estar enterado de la falta de ese servicio tan peculiar en el Instituto en aquel Puesto, se permitió contestarle al Sr. Tte. Coronel Primer Jefe de la Comandancia en presencia de la Sra. Encarna, del Teniente, el conductor y del resto de vecinas que escondidas entre la penumbra de las escaleras seguían la escena.

-Mi Teniente Coronel, no solamente tenemos una puerta muy débil, además no tenemos teléfono, no hay agua corriente en los pabellones, ni siquiera un grifo de agua corriente en la explanada del Cuartel, tenemos un aljibe y a las letrinas en el exterior se las ha puesto un tejado de uralita hace un mes-.

El Jefe dirigiéndose al ayudante le dijo.

- Teniente tome el nombre de este Guardia y dígale a su Cabo que tendrá noticias mías muy pronto y dirigiéndose a la Sr. Encarna la dijo: Siento haberla despertado señora, mis respetos-.

- Vámonos, mañana va a ser un día de mucho trabajo en la oficina, quiero en mi despacho a las 9 al Brigada de la Plana Mayor con todos los documentos relacionados con este Puesto.

Pasado este episodio, las aguas volvieron a su cauce, hasta vete tú a saber cuándo volviera a aparecer dicho personaje por este fortín militar.


Al cascarrabias del guardia primero le gustaba salir conmigo de servicio a la “posta”. Me solía decir: -Ya era hora de tener un compañero, que siguiera mis conversaciones, sin tener que explicarle a cada momento el significado de cada palabra. O esta otra. Estos mendrugos no podrán llegar nunca a ninguna parte, no saben nada de nada y lo peor es, que no ponen atención a lo que les digo-, y solía terminar con la siguiente frase: -Si yo fuera el Cabo, en vez de hacerles escribir los partes y atestados, (eran ejercicios prácticos, que servían de ejemplo sobre hechos reales, que se podían dar en la demarcación), a lo que les obligaría sería, a leer todos los días el periódico, entre todos podíamos suscribirnos a la Gaceta de la Provincia y estar enterados de lo que ocurre en el mundo y no como hasta ahora, que dependemos de la prensa atrasada que me regala el miserias de Gustavo-.

Estas eran las frases hechas, que me repetía una y otra vez, cuando me hablaba de algún tema de actualidad o cuando estábamos reunidos, en las academias diarias o fuera de ellas y si hacía algún comentario sobre una noticia especial, él terminaba dirigiéndose hacía a mí a sabiendas que yo iba afirmar su pregunta, que también era la misma.

-¿Verdad, que esto es así Paco?-, naturalmente para no llevarle la contraria, yo asentía, se tratara de lo que se tratara, realmente con sus conocimientos, yo no se que pintaba allí o... ¿Cómo no se había presentado para Cabo?, los caminos del Señor, son inescrutables. de todas las formas, los partes y atestados, los llevaba atravesados y decía: –Esto es “copia copiatis”, así no sacamos nada en limpio-. Efectivamente tenía razón, los partes se hacían cada diez días y los atestados uno al mes, siempre eran los mismos y se copiaban de los meses anteriores.

Un montón de servicio llevaba ya sobre mis espaldas en aquella atalaya privilegiada, donde los servicios discurrían con una tranquilidad pasmosa, allí todo era paz, reposo, sosiego y calma, pero había algo más que corroboraba la envidia de los Puestos limítrofes y eso era, un destacamento militar en lo alto de la “Cota”, nombre empleado por los militares para designar aquel lugar, que estaba destinado a la vigilancia de unos polvorines y de unas viejas y destartaladas baterías de costa. Todas estas instalaciones se encontraban situadas dentro del perímetro de nuestra demarcación, así que no estábamos solos, teníamos una buena compañía.

A los artilleros que prestaban sus servicios en aquel lugar tan alejado y aislado, les proporcionaban una buena y abundante comida, esta era compartida con el vigilante de día del servicio del resguardo y eso significaba un ahorro muy significativo en viandas, lo que repercutía muy favorablemente en nuestros bolsillos, sin contar con el trabajo y el tiempo empleado en condimentar las comidas. Había algo más, algo congénito con cualquier tropa acantonada en tiempos de paz, esas horas que a lo largo del día se desplazaban lentamente debían cubrirse con interminables partidas de cartas con los mandos del destacamento militar.

Esa no era mi forma de entender el servicio, al que me había querido comprometer cuando ingresé en el Cuerpo, pero comenzaba a familiarizarme con la rutina. Los vicios se pegan fácilmente cuando no se tienen objetivos claros a desempeñar y ese era precisamente nuestro caso. En algo había que gastar el tiempo, que era lo único que nos sobraba a raudales, pero había un peligro que empapaba el ambiente, giraba a mi alrededor e inundaba con sus cuencos cualquier superficie de reposo en aquella estancia de holganza, además de la relajación de los mandos de la unidad... ¡y esta era el alcohol!. Si, el alcohol, cada frase de una conversación debía de ser lubrificada por el líquido aliviador de apocados con necesidad de escucharse así mismo. Mi escasez de recursos, las pocas ganas de ingresar en aquel amplísimo club, pero sobretodo aliado con la coartada perfecta de encontrarme de servicio, evitaron que no entrara en el juego de aquellas rondas peligrosas, que los militares allí destacados, se permitían gracias a las dietas, que recibían al encontrarse estacionados en el alto de las nubes. Todas estas circunstancias hicieron, que no consiguiera dar el paso, para incrementar esta lista interminable de adictos al alcohol.

El continuar con el que hacer de lo que hasta entonces se venía haciendo era sagrado. El modificar algo de lo que se vivía diariamente allí, no era justo. Las costumbres deben de ser respetadas, así que a seguir los consejos de mi Cabo que eran muy sensatos y ya dejaría para otro momento mis ganas de trabajar. Aprendí a jugar a las cartas, al tute y al mus y claro está, como estábamos en la milicia, siempre dependía de las partidas de cartas que se jugara a uno u otro juego, del capricho o mayor conocimiento especulativo del jugador, que mas galones o estrellas tuviera y a eso mi Cabo le llamaba deferencia.

Horas y horas de vigilancia era lo que en la papeleta de servicio ordenaba el Comandante del Puesto, en ella figuraba primero; el nombre de los guardias que prestaban el servicio, a continuación, el itinerario a seguir, seguido de la misión a realizar y por último finalizaba la orden con la siguiente coletilla. “Relevarán al vigilante de día a la puesta del sol y permanecerán en la Posta, hasta ser relevados por el vigilante de día a la salida del mismo sol”. El servicio que me había nombrado el Cabo para ese día, era el que más nos agradaba a todos, saldría esa noche de auxiliar del Comandante del Puesto en vigilancia e impulsión de los servicios. El Cabo ese día había marchado nada más comer a la Compañía para recibir órdenes y apenas llegado al Cuartel, firmó las papeletas de servicio, me comunicó que estuviera preparado antes de lo habitual y a continuación se recluyó en su domicilio sin decirnos ni una sola palabra. Algo raro le notamos, pero nadie se atrevió a preguntarle nada. ¿Qué le habrían dicho en la Compañía?

A las veintiuna treinta horas partimos del cuartel, cabalgando en nuestras pomposas motos, el Cabo con su Ossa y yo con mi Montesa Comando, pero al contrario que otras veces que nada más salir nos dirigíamos al pueblo a pasar un poco el rato en el bar de Gustavo, esa noche enfiló el camino de la Posta. ¡Qué bien!, como habíamos salido antes de lo habitual, posiblemente regresaríamos también antes a casa, calculé como mucho que sobre las tres de la madrugada estaría en mi camita, soñando con quien yo sabía, pero había algo más que nos agradaba a todos cuando salíamos con el Cabo y era que el dichoso “chopo” lo dejábamos en el cuartel. Menudo engorro era llevar el máuser a nuestras espaldas. El guardia primero que tenía adjudicado un Z-62 nos solía decir que portábamos el arma larga con poca prestancia.

En un recodo del camino cerca ya de la base de los americanos, paso obligado que teníamos que hacer para ir a la Posta, el Cabo detuvo su motocicleta y descendió de ella, yo hice lo mismo. Le noté algo intranquilo y poco hablador para lo que era él habitualmente, colocó la bolsa de plástico que llevaba en el trasportín de la moto, que estaba a punto de caerse debido a los baches del camino, los cuales no respetaban ni a mi Cabo y después de colocar la bolsa, prendió un cigarro y aspiró el humo hasta el fondo de sus pulmones. Qué pena, con lo que lo apreciaba y a ese paso sus pechos quedarían dañados por esas impurezas y alquitranes. Acto seguido comenzó a expulsar el humo lentamente y cuando terminó de echarlo todo fuera, aproveché para dirigirme a él y preguntarle algo que desde el primer momento de mi llegada al Puesto me intrigaba, claro está, siempre que el jefe de pareja me dejaba ver la papeleta de servicio. Pensé que ya había pasado un tiempo prudencial y había llegado el momento de descifrar la incógnita pendiente. Consideré entre otras cosas la confianza de salir con él de vigilancia y que no incurriría en ninguna incorrección al pedirle que me desvelara a mi esa curiosidad y sin más le pregunté:

-Cabo, ¿porqué pone en las papeletas de servició al finalizar “el mismo sol”, obviamente que yo conozca solamente hay un sol-.

La respuesta tuvo dos partes bien significativas, la primera me vino directamente al cogote a forma de pescozón cariñoso, a la vez que me decía: -Noooooo teeeee paseeees con miiiiigo, pijo-.

A estas alturas de la narración de estas aventuras, ya os habréis imaginado en que región española nos encontramos a tenor de la dichosa palabrita, pero sigamos con la segunda respuesta, que os la voy a traducir, ya que de lo contrario estaríamos un buen rato desmenuzándola. Esta segunda parte fue más técnica, pero sobre todo más profesional, me dijo así: -Cuando tengas que confeccionar un documento, bien sea un oficio, una nota informativa, un telefonema o una nota dirigidos a tus superiores o cualquier otro documento de régimen interior y la papeleta de servicio es el documento más sagrado que tenemos nosotros.


Art. Treinta y siete: Todo servicio será nombrado bajo papeleta que entregará el que lo nombre al encargado de realizarlo, quien lo devolverá a su término con las novedades ocurridas en el transcurso del mismo.


-¡Entonces!, fíjate bien lo que te voy a decir, “nunca se te ocurra poner nada de tu cosecha, mira en un escrito anterior que haya en los archivos sobre el mismo tema; lo copias, naturalmente tendrás que modificar las fechas, los lugares y los nombres, nada más y si ves un puntito negro, que a ti te parezca o creas que se trata de una cagada de mosca en un escrito que te haya mandado un Oficial, no se te ocurra borrarla, puede que haya una clave que tu no llegues a descifrar” y apostilló. Aquí en la Guardia Civil, ya está todo descubierto, no pienses, no pongas peros a los superiores sobre todo si estos son Oficiales, aplícate la virtud de la deferencia, algunos lo llaman peloteo, pero como verás a lo largo de tu vida militar, que acabas de empezar, si sigues estos consejos marcharás sin problemas y con tus estudios y tu educación, llevarás una gran ventaja sobre el montón de cazurros que estamos en ella, la mayoría por una necesidad económica. Además, aunque la paga es corta, como el servicio es largo, no tendrás tiempo para vicios y esta te llegara a final de mes, salvo que nos caiga un rayo y nos parta a todos…..(cuidado con los rayos)-.

Había prestado gran atención a todo lo que me había dicho atropelladamente mi Cabo. Sabias palabras, que, de haberlas seguido al pie de la letra, me habrían allanado el camino. Absorto en estas reflexiones, había impedido el paso a la Chicharrilla, que apenas concluida el discurso me dijo:

-No son tan sabias las palabras de tu Cabo, eso de que no pienses… y además con los rayos no se juega…. -

Si, creo que se estaba volviendo un poco celosa, yo admiraba al Cabo, todo lo que él hacía o decía, para mí estaba bien hecho, incluso esa última calada del cigarro, agarrándolo por no sé dónde sin que se quemara los dedos, eso era propio de un ser especial, cuando lo arrojaba al suelo ya ni siquiera era colilla de la mínima expresión a la que había quedado reducida, así que después de haber aspirado la última bocanada de humo la arrojó al suelo y pisándola con la puntera de la bota se dirigió a mí diciéndome sin tartamudear.

-¡Entendido, “pijo”!-.

Después de estos consejos, el Cabo se montó en la moto y unos pocos metros más adelante, un marine norteamericano de esos que en las películas dicen “Señor, si Señor”, se encontraba fuera de la garita justo al lado de la barrera de entrada a la Base americana y al vernos, levantó la barrera para dejarnos pasar al recinto y saludó a mi Cabo, a mí ni me miró. El Cabo nada más pasar la barrera continuó unos metros, hasta la puerta principal de un edificio contiguo al del control. Por la puerta apareció un Oficial americano, a la luz de los focos instalados en la fachada me pareció ver un árbol de navidad en movimiento, su pecho estaba cubierto de un montón de barras llenas de cuadraditos de colores, un archipiélago de emblemitas, escuditos y águilas le carcomían el uniforme, me pareció que se había puesto de gala para recibir a mi Cabo, nunca había visto en mi vida un militar tan condecorado, el Capitán de mi compañía sólo llevaba en el pecho la Cruz de San Hermenegildo y se la habían concedido por llevar más de veinte años de oficial. Llegué a pensar que por estar tan lejos de Washington y para darnos envidia, se había colocado varios pines de su cosecha, pero no. La chicharrilla muy inteligente intervino.


-¿A que, a ti, te gustaría lucir en tu uniforme, aunque solamente fuera un simple emblema?-.

-¡Claro!-.

-Verás, esto es algo innato con el espíritu militar y en los países democráticos….- No la dejé terminar y pregunté: -¿Qué son países democráticos?-.

-No me interrumpas, te decía que, en los países democráticos, los políticos miman a sus ejércitos y como a los militares les gustan mucho estas “pijaditas”, nada cuesta darles unas medallas y que disfruten. Con orgullo se pavonearán ante el resto de la sociedad, mostrando sus trofeos para envidia del resto de los ciudadanos-.

-¡Pero…!-.

-Sí, ya sé, que eso de democracia no lo entiendes muy bien, te voy a explicar: ¿Te acuerdas de los sindicatos verticales cuando estabas en la fábrica? Nunca prestaste atención a las cuestiones sindicales ni políticas, un crio como tú con una buena paga, que te importaba la solidaridad o la defensa de la clase obrera u otras tantas zarandajas más. Pero pensándolo bien, creo que no es este el momento de explicarte algo, que no llegarías a comprender muy bien al estar dentro de esa piel verde, que te envuelve exteriormente, me hartarías a preguntas y tienes que darte cuenta, que, en estos momentos, aunque tú no te lo creas, te encuentras dentro del territorio de los Estados Unidos de Norteamérica y este, es el país más demócrata de la tierra, llegarías con tus preguntas a plantear un conflicto diplomático-.

- ¡Qué dices chicharrilla!-.

-Fíjate en tu amado Cabo como emplea la virtud de la deferencia con el yanqui-.


El Cabo se bajó de la moto y se dirigió al oficial americano, tres pasos delante de él, se cuadro y permaneció en el primer tiempo del saludo. El estadounidense correspondió al saludo con igual energía y ambos permanecieron en esa postura rígida de la primera parte del saludo militar hasta que se les acabó el aire almacenado en los pulmones para esta exhibición. El americano tendió la mano a mi Cabo y comenzó un hermoso diálogo para besugos entre un yanqui de Oklahoma y mi amado Cabo tartaja. Aunque de diálogo nada, más bien un mono diálogo, el Cabo no le dejaba meter baza al americano, éste chapurreaba el español a duras penas. Yo me encontraba al lado de mi moto a cierta distancia de ellos un poco alejado de la claridad de la luz, desde aquel punto, intentaba disimular lo más posible la risa, que fluía a mis labios y a estos los apretaba con fuerza para impedir, que la carcajada arruinara una noche, que prometía ser muy feliz y en la que hasta el momento había aprendido tanto.

Mi Cabo, seguía hablando por los codos y viendo su contrincante perdido este primer asalto en presencia de dos subordinados, lo dio por concluido dirigiéndose a paso cansino hacia el edificio, momento aprovechado por mi Cabo para ir a la moto y recoger el paquete que llevaba en el trasportín. Me miró de refilón, me guiñó un ojo y a la vez en voz baja me dijo: -Leeeeee teeeengo en eeeeeeel booooooote-.

De dos zancadas volvió con el americano y ambos se adentraron en el edificio.

Me quedé fuera contemplando al otro americano, que seguía inmóvil junto a la barrera, no dejaba de mirarme a la cabeza y su objetivo era el tricornio, no había la menor duda. Esta prenda la llevaba sobre mi cabeza sujeta por el barboquejo (cinta de cuero negro que sujeta al sombrero por debajo de la barbilla), ya que de no hacerlo así y a pesar de la escasa velocidad de la moto al circular por el camino, el sombrero se me habría volado. Las intenciones de aquel sucesor del séptimo de caballería del General Custer estaban más que claras, me había tomado por un indio apache y estaba a la espera de que en cualquier momento una ráfaga de aire, me volase el tricornio hasta algún lugar de la base, que sólo conociera él, así de esa forma tan sencilla cogería dicha prenda de cabeza y muy divertidamente la mostraría en Denver o en cualquier otro punto del oeste americano como un trofeo “Made in Spain”. Sin embargo, mi pensamiento era el contrario. -Si Dios lo quiere este mascachicles, tendrá que pasar por encima de mi cadáver, para obtener este botín-. Cuando terminé la frase, la chicharrilla se estaba mondando de risa y la pregunté. - ¿Qué es lo que te hace tanta gracia?

No se molestó ni siquiera en contestarme.

En serio, a mi no me hacía ninguna gracia ver a aquellos soldados extranjeros en nuestro suelo patrio, además cuando atravesábamos los escasos mil metros de la carretera que discurría por la base, tomaban nota de nuestra presencia, además con recochineo. Solían estar siempre dentro de una espaciosa garita con un amplio ventanal de cristal, desde la que seguían todos nuestros movimientos a la entrada de la base. El guardia primero nos dijo que era un cristal antibalas, además desde dentro de la garita apretaban un botón, se levantaba la barrera y nos permitían entrar en el recinto. Cuando le tocaba estar en ese puesto de servicio a un negro de cara redonda y ojos saltones, al que llamábamos “el negro zumbón”, invariablemente nos hacía parar y esperar al pie de la barrera, cogía el teléfono y por los gestos de la boca parecía decir: -Yes, yes-, o algo parecido, sin embargo a mí ese tío no me la daba, ni llamaba, ni le llamaban, lo que hacía era hacernos esperar adrede allí fuera. Pienso, que se vengaban de nosotros al ver los tricornios, los debía de considerar hermanos menores de los capirotes de Semana Santa y a estos claro está, los asociaba a las prendas de cabeza que usaban los temidos KU, KLUS, KLAN, secta que aún en los años sesenta, seguían imponiendo el terror y su ley en algunos estados sureños de la Unión.

En varias ocasiones tuve la intención de pararme y dialogar, aunque solo hubiera sido con signos, con aquellos marines que estaban haciendo guardia a la entrada de la base, pero al ser el último mono del cuartel, siempre iba de auxiliar de pareja y tenía que seguir al jefe de pareja a la distancia reglamentaria, sin hacer nada por mi cuenta. Que yo recuerde ninguno de mis compañeros se detuvieron nunca en todo el trayecto por la base, pero les observé la forma de pasar por aquel paso obligado.

Cuando iba con el Cabo, enseguida levantaban la barrera para dejarle el paso libre, él les correspondía levantando el brazo derecho del manillar de la moto y ellos le contestaban al saludo, levantando la mano hasta la altura de la visera.

El seminarista, perdón al guardia primero, ni siquiera miraba a la garita donde se encontraban los americanos, casi siempre eran los mismos o eran muy pocos en la base o estaban arrestados siempre los mismos. El guardia primero solía erguirse cuando pasaba junto a ellos, pero cuando estaba el ”negro zumbón” y le hacía esperar algo más de la cuenta, al llegar a la “posta”, me decía: -Cualquier día en vez del tricornio, me voy a poner un capuchón de la Cofradía de la Preciosa Sangre o de la del Santo Entierro y se va a cagar de miedo ese “negro zumbón”-.

El guardia “ozu”, se les quedaba mirando moviendo la cabeza y a su cara bonachona se le iluminaba una sonrisa, pero no soltaba la mano del manillar, creo que, de haberlo hecho, se habría estampanado contra el suelo, era un verdadero “atagatos”, ellos le solían corresponder al saludo con un signo de simpatía.

El Guardia Vicente, unas veces levantaba la mano y otras veces pasaba olímpicamente de los americanos.

Vamos a continuar, yo permanecía al lado de mi moto, esperando que mi Cabo saliera de hablar con el oficial americano. El marine de guardia, seguía en su puesto al lado de la garita, impávido a pie firme, no parecía que tenía ganas de entrar en la cabina. La temperatura era la propia de aquel lugar, buena, pero ellos no solían estar fuera sino dentro de la misma, ahora era yo el que se le quedo mirando fijamente y la chicharrilla se dirigió a mí.

-Paco, hoy tienes la oportunidad de hablar con un marine norteamericano, el Cabo está dentro hablando con su jefe, anímate y dile algo-.

Lo estaba deseando, así que apenas me lo insinuó, di unos pasos y llegué a su altura. Era fornido y un poco más alto que yo, seguía estirado como si lo hubieran almidonado, sabía que yo, desde el primer momento de bajarme de la moto también le estaba observando y quería demostrarme algo, él sabría qué. Cuando llegué a su altura, no se me ocurrió otra cosa que decirle.

-My name is Francisco. What is your name?-

Apenar terminé de decir esa frasecita, descansé del enorme esfuerzo que había hecho para pronunciarla. Él miró de reojo la puerta por donde habían desaparecido nuestros jefes y mirándome a la cara, me dijo en un español muy imperfecto impregnado de un leve acento mejicano.

-Tenemos prohibido hablar con vosotros salvo para cosas oficiales, si me ven hablando contigo, me mandan a Vietnam-.

-Perdona, sólo una curiosidad. ¿Porqué me miras tanto el sombrero?-.

-Me guastaría llevarme uno de esos a Texas, te lo pagaría bien-.

-Imposible, es algo que no puedo hacer-.

Puso cara de admiración, me miró despectivamente y masculló unas palabras en inglés. La entrevista no podía terminar así, sus últimas palabras me habían dejado intrigado y aunque le mandaran al Vietnam, lugar que no tenía la más remota idea de dónde podía encontrarse, me tendría que traducir las últimas palabras que pronunció de forma un poco imperiosas. Él no tuvo ningún inconveniente en traducírmelas, aunque antes la chicharrilla hizo un inciso para decirme.

-¿Así que no te acuerdas dónde está Vietnam? Y de ¿D. José María?, tu profesor de historia, ¿recuerdas cuando os explicaba la derrota de los franceses en la plaza de Dien Vien Fu en la península de Camboya?-.

-¡Sí!-.

-Ahora te acuerdas, pues ya ves que legado les han dejado los franceses a los norteamericanos.

-¡Ya!-.

Mientras, el marine, me traducía la pregunta que le había formulado sobre sus últimas palabras pronunciadas en inglés.

-He dicho, que como tú sigas pensando así, nunca llegarás a ser como tu jefe-.

Quedé anonadado, habría sido más feliz pensando en otra solución, ¿qué me habría querido decir? Yo deseaba ser como mi Cabo y según el marine nunca llegaría a ser como él. Unos segundos para dirigirme a la Chicharrilla.

-Lo he analizado un poco y adelantándome a tu pronóstico, te diré, que este yanqui en inglés o en español, me ha llamado bobo. De todas formas, no seguiré hablando con él, para evitar que le manden a ese lugar tan remoto y contestó la chicharrilla-.

-¡No digo nada!-.

-Good bay, marine-.

-Adiós-.

Como no sabemos el tiempo que va a durar la entrevista entre mi Cabo y el Oficial americano, voy a aprovechar el tiempo para describir someramente, como era todo aquello que tenía a mi alrededor.

La carretera una vez pasado el puesto de control y la edificación contigua al mismo, nos trasladaba a un escenario propio de las películas de Hollywood. Era verdaderamente increíble, la carretera constaba de dos carriles para cada sentido de la circulación, separadas ambas por una franja de terreno en la que estaban plantados unos arbustos, pensé, con estas carreteras no habrá accidentes y sobrarán los policías de tráfico. Qué listos eran los americanos, además los haces de luz de nuestras motocicletas de escasa potencia se reflejaban en las señales de tráfico que eran las mismas que las de nuestras carreteras y estas se iluminaban a nuestro paso.

La maravillosa carretera atravesaba de parte a parte la base, pero nosotros la dejábamos apenas discurrido medio kilómetro desde la entrada. Una alambrada protegía dicha vía, pero en el punto que nosotros la abandonábamos, los colegas que nos habían precedido, habían hecho una abertura en la misma, que permitía atravesarla por un sendero. Nosotros cogíamos ese atajo y este nos conducía hasta una carretera empinada que nos llevaba hasta “la posta”. Justo al llegar a este punto había un cruce en cuya cuneta estaba colocada un poste muy alto. El tronco a modo de cucaña, estaba hecho de uno de los innumerables pinos que poblaban aquella zona. Cuando pasábamos por aquel lugar, apenas si se podía distinguir y leer alguno de los nombres que figuraban en los indicadores clavados en dicho madero.

Un día iba de auxiliar con el guardia “ozu”, éste era un bendito y aprovechando su bondad, pero sin que él se enterara para no comprometerle, decidí detenerme delante de aquel poste que me fascinaba. Detuve la moto al borde de la calzada y vi alejarse a mi compañero, me alegré que no se diera cuenta de mi parada en aquel lugar prohibido y me quedé solo.

Bajé de la moto y me acerqué hasta el poste. Lentamente levanté la vista y comencé a leer los nombres escritos en tablas de madera en uno de cuyos extremos le habían sacado punta en forma de flecha. Todas sin excepción, apuntaban hacia el oeste, las letras escritas con pintura negra a pincel de manera tosca, se podía leer, a Lewinnston, a Lubbock, a Columbus a Pittsburgh, etc. etc., el poste estaba casi repleto de estos indicadores, las últimas tablas apenas si se podían leer, no sólo por la altura, sino porque el sol había dejado de mandar sus rayos luminosos por ese día a aquel lugar. Ninguno de aquellos nombres que figuraban me era conocido, pensé que aquellos soldados americanos, tampoco salían de las ciudades prósperas y ricas, sino de lugares más bien deprimidos y sin trabajo, posiblemente también allí, en ese país tan boyante, había lugares marginados en los que se recluta a los hombres para la guerra.

Con el sol ya desaparecido entre las montañas, dejando caer las sombras de la noche y sin querer queriendo un halo de misterio se apoderó de mí mente y la imaginación se echó a volar…, “me transporté hasta una de las bases americanas del Pacífico, a cualquiera de ellas, las había visto tantas veces en los filmes bélicos de los años cincuenta basados en la segunda guerra mundial, en los cines de mi localidad, que ahora todo aquello me parecía muy familiar. Lo único que tenía que hacer ahora, era cambiar los pinos por las palmeras de aquellas latitudes, ya estaba el escenario y el resto de ingredientes los pondría yo a mi antojo. Después de lo sucedido en esta transposición yo no puse nada, me lo impusieron a mí todo lo que a continuación sucedió.

En ese momento en el que mi imaginación volaba y esta vez sin querer, escuché una voz detrás de mí, giré sobre mis talones y aunque un momento antes cuando detuve la motocicleta no había visto a nadie por los alrededores, ahora no estaba solo, además y sin lugar a dudas la voz se dirigía a mí.

Mi imaginación seguía volando. Me vi delante de mi Cabo entre dos marines y sin poder darle una razón comprensible para él sobre mi parada en aquel lugar prohibido, más de haber sabido lo que me esperaba, habría preferido su regañina y esta habría sido una bendición del cielo en comparación del episodio que se me venía encima.

Como ya he dicho el sol nos había abandonado, estábamos entre dos luces, hice un esfuerzo y le vi. Mi interlocutor se encontraba a unos dos metros escasos, era un fornido marinero, la cabeza cuadrada, sin apenas cuello y cubría parte de su cabeza pelada al cepillo con un gorrito de marinero, no había la menor duda, yo era su oponente y con voz fuerte y seca me dijo.

-¡Hola, pequeño canalla!-.

Quedé estupefacto y le dije:

-¿Por qué me llama Ud. así?, yo no creo merecer ese calificativo-.

-Claro que no. ¡Debería haberte llamado ¡Gran canalla!, pero me conformo con el primer saludo. Estás hecho un sinvergüenza de tomo y lomo. ¿Lo mismo te piensas, que por tener unos galones me tengo que aguatar con todo?-.

No daba crédito a lo que estaba sucediendo y le contesté.

-Pero, ¿es que no se dé que va la cosa?, además debería tener más respeto por el uniforme que visto-. No me dejó terminar la frase.

-Por lo visto, además quieres que te salude como un buen subordinado señor Homer. Ahora, aquí, a solas, ¡una mierda!, no me da la gana hacerlo. Al parecer ya no te acuerdas del viaje que hicimos a Springfils. Lo has olvidado, ¿verdad-.

No salía de mi asombro y le contesté.

-¡Por favor!, se está Ud. equivocando conmigo, no tengo ni idea de dónde se encuentra esa ciudad, pero nada, él seguía en sus trece-.

-Cómo los tienes engañados a todos, tienes mil caras más eso no será impedimento para que te las parta una a una todas. Sabes que yo no me ando con bromas, te diste cuenta lo poco que me costó acabar con aquel “hijo de perra” en Springfield y fuiste tú quien me mandó eliminarle-.

No tenía ni idea a lo que se refería mi interlocutor, en nada coincidía conmigo, ni me llamaba así, ni había estado en Springfils, en mi vida había visto al personaje que tenía ante mis narices y menos había dado la orden de eliminar a nadie, además a medida que la conversación avanzaba, le note un incremento de anima adversión hacía mi figura, las pupilas de sus ojos estaban como candelas al rojo vivo e iban poco a poco aumentando de tamaño. Me pareció verlo como ido y una sensación de miedo recorrió mi espina dorsal. Aquel ser en cualquier momento podría emplear la violencia y yo a su lado era un alfeñique, me podría descuartizar en un abrir y cerrar de ojos.

¿Cómo podía calmar a este energúmeno, si no tenía ni la más remota idea a lo que se refería?, las intenciones que traía eran claras, las había meditado con tiempo e iba derecho al grano, no se andaba con rodeos, había escogido el momento adecuado, allí estábamos solos y la agresión quedaría impune, si no accedía a lo que me pedía. Pero ¿qué quería? Tenía que intentar algo como fuera para evitar el desastre, creo que aquel marinero se había escapado de algún manicomio cercano y en estos casos había que ser muy prudente y aplicar las normas utilizables para los beodos, seguirle la corriente, hacer tiempo hasta que alguien pasara por aquel lugar y me echara una mano. Así que tomé la iniciativa.

-No tienes pelos en la lengua Smith, siempre has sido así, en cierto modo me gusta, y te aprecio-.

-Gracias, veo que encuentras en mi algo respetable, pero ¿porqué me llamas Smith?-. Replicó el marinero.

Ese fue el primer nombre y creo que el único que recordé de las películas americanas y para no contrariarle más le dije.

-Hay que disimular, no me has dicho que tengo mil caras, pues aplícate el cuento, tu también debes de tener más de una personalidad, hay que saber engañar a esos listos de West Point. ¡Te parece bien?-.

-Cómo los tienes engañados a todos, pero conmigo no juegues, sabes que me pongo nervioso y no me domino-.

-Tranquilo, vamos a repasar paso a paso, todos los momentos desde que llegamos a Springfield-.

Nada más terminar esta frase le vi, me di cuenta, que la treta que intentaba para ganarme su confianza, no le había convencido e incluso le había exacerbado aún más de lo que estaba y me gritó.

-¡Por Belcebú!, te he cogido en una hora muy baja. ¿Así que ahora yo te tengo que poner al corriente de lo que sucedió allí? No te permito ni consiento un engaño más, de esta no pasas, te vas a quedar en esta tierra para siempre, pero a dos palmos por debajo de ella, ¡me entiendes?-.

Mi cabeza me daba vueltas y más vueltas, pero analizándolo un poco, lo veía como un tarugo y yo esperaba ser más inteligente que él. Me dije para mí... ¡tranquilo!, que tú puedes resolver esta situación y sin más le contesté.

-Me parece que tú no entiendes lo que intento decirte. Debemos de ponernos de acuerdo en todo, la pasma hila muy fino y de cualquier cabo suelto llega al ovillo-.

-¡Por Satanás ¡. Estás colmando mi paciencia y no consiento que te burles más de mí-.

Era imposible razonar, aquel ser me impedía ver el claro en el bosque, no valían las tretas con él, emplearía una nueva táctica, lo único que tenía que hacer era suplicarle a la espera de un perdón nada viable y le supliqué.

-Razona ¡por favor, no me mates!-.

¡Por Lucifer¡, estaba deseando que llegara este momento y para que te enteres, no te echarán de menos en la Base, los chicos te odian por pelota, rastrero y miserable-.

Ahora ya era terror lo que invadía todo mi cuerpo y lo atenazó de tal forma, que las piernas quedaron clavadas en el asfalto de aquella carretera. Poco tardaría aquel energúmeno en retorcerme el pescuezo y deshacerse de mi cuerpo, enterrándolo allí mismo en la cuneta de una autopista americana.

Cómo podía imaginarme que mis días acabarían tan lejos de mi patria y además de esa forma tan estúpida. ¿Quién me echaría de menos? ¿Quién rogaría por mi alma eterna? Instintivamente de mi boca salió una palabra repetida dos veces.

-Chicharrilla, Chicharrilla-.

La llamé, mejor dicho, grité con todos mis pulmones con una voz angustiosa solicitando el auxilio para un desahuciado, pero no me escuchó a pesar de los gritos desgarradores que emití. En aquel mismo instante en el que me puse a gritar desesperadamente y es que al ver las manos del aquel desalmado acercándose a mí cuello, si en esos últimos instantes de mi vida, mi conciencia había desaparecido, más en ese tránsito entre la vida y la muerte todo se bloquea y un ruido ensordecedor lo invadió todo. Ese ruido atronador era el causante de la desconexión con la Chicharrilla, levanté la vista y allí por encima de mi cabeza unos cuatrimotores los B-24 de la Fuerza Aérea Norteamericana, tomaban la pista de aterrizaje regresando a la Base después de una misión de guerra. Pasaban rozándome la cabeza oleadas de aviones e incluso veía las siluetas de los tripulantes, mis manos en vez de usarlas para defenderme, se dirigieron a la cabeza para sujetar el tricornio, que con el aire turbulento de las hélices intentaba desprenderse de mi mollera. Me puse en cuclillas e incliné la cabeza refugiándola entre las piernas y mis manos dejaron el sombrero y cubrieron mi cara, de esa forma evitaría ser arrollado por uno de los enormes aviones que estaban tomando tierra en el aeródromo de la Base. El tricornio voló no sé a dónde, aquella situación había sido premeditada y alguno se haría con el trofeo sin apenas esfuerzo.

En esos intensos momentos la Chicharrilla seguía ausente y poco a poco la sensación de angustia se fue ausentando ante la llegada de los aviones salvadores, que al parecer habían hecho abandonar del lugar, a aquel marinero odioso.

De golpe, sentí la sensación de haberme despertado de una pesadilla, ¿cómo me encontraba de aquella forma en la cuneta? Una mano enorme se asentaba en mi hombro, lo agarraba fuertemente y tiraba de todo mi cuerpo para erguirlo de la posición fetal en que se encontraba. Giré la cabeza hacia arriba y que gran sorpresa me llevé. Allí, junto a mí se encontraba el redentor de aquella pesadilla, invitándome a salir de aquella postura tan poco ortodoxa para un guardia Civil, él era ni más ni menos que “el negro zumbón”.

-Hello guardia, pasar algo. Toma tu sombrero-.

El Jeep en el que venía el marine, estaba situado a metro escaso del lugar en el que yo me hallaba. ¿Qué habría pensado al verme en esa postura frente al poste como una pava?

Estaba abochornado, ¿qué le podía decir?, me era muy difícil explicar lo que en mi mente se había producido, además buena gana de complicar más las cosas, le daría las gracias y a correr para la posta, ya que mi jefe de pareja a esas alturas estaría intranquilo por mi tardanza. Y le dije:

-No marine-.

Estaba confuso, si esa era la palabra para calificar el estado en el que me encontraba y puestos en aquel escenario irreal, habría querido tropezarme mejor con Alan Ladd, Yohn Wayne, Robert Mitchum, Gregory Perck o con cualquier otro actor de una de aquellas tantas películas bélicas que habían protagonizado en alguna Base del pacífico y no con el marinero bruto que se había introducido sin pedir permiso en mi vida. La confusión había sido evidente, pero ahora con la tranquilidad que me da mi estado de normalidad, me hacía las siguientes preguntas. ¿Cómo explicar a una mente enferma, la sin razón de sus preguntas?, y ¿Quiénes eran aquellos dos personajes, tan macabro el uno y tan odioso el otro? Buenas piezas estaban hechos los dos individuos, algún día investigaría este hecho paranormal, que estuvo a punto de terminar con mi existencia, la próxima vez estaría preparado para hacer frente a este energúmeno.

Me incorporé y le agradecí profundamente su oportuna intervención, naturalmente con gestos y aunque no estaba para florituras, de dije en mi cortísimo inglés.

-Thank you, Thank you very mach-.

Arranqué la moto dejando estupefacto al “negro zumbón”, fui muy descortés con él, al fin y al cabo, me había salvado la vida, y además me había entregado el tricornio, que mal pensado era yo, para colmo yo sólo le había dado las gracias, de todas formas, había sido un compatriota suyo el que me había llevado a aquella situación, ¿qué pensaría de mí? Bueno de todas formas que especulara lo que quisiera, yo en esos momentos en lo único que pensaba era en largarme de allí a lo antes posible a todo trapo, además no volvería a pararme en aquel lugar por si las moscas.

Dejé la carretera y por la senda atravesé la alambrada, los guijarros de la carretera de piedra me avisaron de que volvía a la realidad, estaba de nuevo en España, fuera fantasías menos realidades virtuales y nosotros a lo nuestro.

Eran tres minutos aproximadamente lo que nos duraba atravesar la Base, unos minutos atravesando territorio de los Estados Unidos de Norteamérica. La quimera de cualquier habitante del planeta “el sueño americano”. Para mí sinceramente de sueño nada, una tremenda pesadilla, que algún día intentaría descifrar.

Volvamos a al escenario donde deje a mi Cabo con el americano. La puerta por la que habían entrado los dos hacía una media hora volvió a abrirse, ambos el anfitrión y mi Cabo salieron al exterior, la entrevista debió de ser muy cordial, se les veía contentos a los dos, se despidieron efusivamente y el oficial americano se adelantó unos pasos hasta donde yo me encontraba. La graduación de aquel militar no la entendía, la bocamanga estaba llena de galones y el marine de servicio nada más verle se cuadró como un palo. Naturalmente yo le saludé unos pasos antes de detenerse ante mí, me correspondió al saludo y me tendió la mano, yo después de saludarlo me atreví a decirle:

-Good morninght mister-.

Si fue correcto no lo sé, mi Cabo se me quedó mirando como diciendo de que va éste, acto seguido montamos en las motos y continuamos camino de la posta. Cuando llegamos arriba, ya estaba la pareja del servicio nocturno esperándonos al pie de la carretera, el jefe de la misma era el guardia primero, se adelantó unos pasos y le dijo:

-Sin novedad en la posta Cabo-.

El Cabo, dio un suspiro enorme, parecía que quería comerse todo el aire de nuestro alrededor y dijo:

-Nooooos vaaaaamos-.

Qué raro, acabábamos de llegar y ya nos íbamos a ir, eso no había pasado nunca. Apenas se veía nada, pero intuíamos, que algo anormal sucedía, a ver si el Cabo no se encontraba bien, yo encantado no por el malestar del Cabo, sino porque volveríamos a casa enseguida. Pero volvió a repetir la frase añadiendo una palabra más.

-Nooooos vaaaamos tooooodos-.

Silencio total, las mentes de los tres guardias que nos encontrábamos allí intentaron averiguar el sentido de las palabras del Cabo y las preguntas de todos atropelladamente tomaron el mismo camino.

-¿Le pasa algo Cabo?-.

-¿Se encuentra mal Cabo?-.

-¿Qué le duele Cabo?-.

Al Cabo no le dolía nada, se encontraba perfectamente y pasó a explicarnos el motivo de nuestra marcha de la Posta. Os voy a resumir su explicación, de exponeros su charla sobre el asunto estaría un buen rato contándolo, os lo imagináis. Resulta que esa tarde fue a la Compañía a recibir instrucciones y el Capitán le había entregado la orden de abandonar la vigilancia de la Posta a las veinte cuatro horas del día en el que nos encontrábamos.

Cabizbajos y sin apenas digerir la orden, nos acercamos a la choza en la que habíamos pasado tantas y tantas noches, recogimos los pocos enseres que en ella había y regresamos al cuartel.

La supresión de un puesto limítrofe ese mismo día, situado en una cala donde pocos años antes había existido un pueblo de pescadores, trajo como consecuencia la agregación a nuestro Puesto de dicha demarcación y por consiguiente de su vigilancia. Este hecho era consecuencia de la visita nocturna a nuestro cuartel del Ilmo. Sr. Tte. Coronel Primer Jefe de la Comandancia y consiguió su deseo de establecer el servicio del Guardia de Puertas, para lo cual como os he dicho tuvo que suprimir el Puesto limítrofe, que los pobres estaban en un cuartel que se caía a pedazos y el agua la recibían cuando la marina en un buque cisterna les llenaba el aljibe con mangueras. ¡Ah! Pero de lo demás que se habló aquella “noche de los golpes nocturnos” nada de nada, como más adelante os contaré la solución del agua habría sido muy sencilla, pero…

En aquel preciso momento, terminábamos con un servicio heredado por tradición del antiguo Cuerpo de Carabineros y me di perfecta cuenta del porqué de haber sido tan goloso aquel Puesto de Centeres. A aquel servicio solamente se iba a vegetar, a pasar el rato, a matar el tiempo, ¡Ah!, pero eso sí, de haber patrullado por aquel sendero que bordeaba los acantilados con precipicios superiores a trescientos metros de desnivel, el peligro y el riesgo habrían sido infinitos. Yo sólo anduve el primer día y por curiosidad, muchas partes del sendero habían desaparecido o estaba cubiertos por la maleza, me di perfecta cuenta de que haber continuado en esa vigilancia mis huesos más pronto que tarde habrían ido a dar contra las rocas del acantilado y aunque mi ilusión y mi entrega a mi misión era total, pensé sin que me lo dijera mi Chicharrilla, ¡qué bello es vivir!

Lo curioso del caso es, que unos días después de abandonar ese servicio, el guardia primero se encontró con uno de los soldados de la batería, que le dijo: Cuando se marcharon ustedes el Capitán les reunió a todos para decirles

- Ahora que se ha ido la Benemérita, estamos un poco desprotegidos, así que a vigilar la zona con más actividad y desvelo-.

Cría fama y échate a dormir. Los nuevos aires y las formas de entender los servicios, estaban entrando en casa buscando la eficacia.

¿Os acordáis de la bolsa de plástico, que llevaba el Cabo en el trasportín de la moto? Si verdad, pues en ella iba un flamante tricornio, que el Cabo entregó al Oficial de la Base en señal de amistad o por lo menos así nos dijo el Cabo, cuando al día siguiente llego hasta el “Ventorro de los buenos aires” una furgoneta de la Base americana.

El Cabo al escuchar el ruido del vehículo y comprobar de quien se trataba, salió al pasillo y nos llamó a todos los que estábamos libres de servicio.

-Toooodos aaaaa baaaajo-.

La expectación era máxima, los objetos que transportaba la furgoneta abrieron nuestros ojos al contemplarlos, una cocina de gas y un enorme frigorífico cambiaron de mano. ¿Ayuda americana? NO, eso fue un trueque de mi amado Cabo.

Uno de los americanos era el “negro zumbón” y al verme se dirigió a mí, pasó su mano por la frente a la vez que me decía.

-Capeza, capeza-.

¡Qué vergüenza!, miré a mi salvador y con un gesto de silencio de mis dedos en los labios, volví a darle las gracias.

-Thank you, Thank you very mach, marine-.

Qué listo era mi Cabo, cada día lo apreciaba más y yo que había pensado jugarme la vida por mi tricornio. No cabía la menor duda, aunque solo fuera al peso salíamos ganando. Creo que, en la mente de todos, en aquellos momentos, no había otra idea más luminosa, que la de acercarnos a la Base y ofrecerle los tricornios a cambio de que se yo cual cosa, a los americanos les sobraba de todo.

Ya para concluir con esta aventura en América, os diré que el frigorífico de tamaño descomunal, nunca llego a funcionar ya que la energía eléctrica que llegaba a duras penas al cuartel era de 125 voltios. El electrodoméstico se colocó en el cuarto que hacía de archivo y en él se pusieron los legajos, que hasta ese momento estaba tirados en el suelo.



Continuará...

Próximo capítulo: El escorpión




Capitulo IX -LOS BOMBEROS-

     Imagen bajada de la red R egresamos del servicio nocturno sobre las siete treinta horas de la mañana y durante el tiempo que me tocó p...